Si no puedes derrotarles en altitud, prueba en longitud. España suplió ante Francia los centímetros con kilómetros en uno de los espectáculos deportivos más sobrecogedores de los últimos siglos. Ni Los Angeles'84, ni Barcelona'92, ni los Eurobasket ni los Mundobasket. Las emociones desatadas, después de una prórroga que pudieron ser dos, agotan las comparaciones históricas. Le sobrarán cantores a los cuarenta puntos inconmensurables de Gasol, por lo que nos centraremos en los enanos que le acarrearon los balones sin tomarse respiro. El hormigueo de los Sergios se impuso a las pisadas de los paquidermos. Empaquetaron balones para regalo, nunca se dejaron impresionar por la desventaja en el marcador. Parecían los herederos de Alfredo Landa, correteando en ropa interior alrededor de mujeres inalcanzables, pero se estaban afanado para imponer su déficit. No se medían a Francia, sino a Tony Parker. Se abusa del término jugador franquicia, que solo puede emplearse para el atleta que gana a solas un partido o sin cuyo concurso es inimaginable la victoria. Gasol de un lado, el base galo del otro. Pues bien, el triunfo final de España no está en un marcador que le dio la espalda desde el 32-31 al 62-61, sino en el temblor de Parker en la prórroga. Se amilanó, renunció a un tiro fácil. Parpadeó, la señal para que Gasol atizara el zarpazo definitivo. Los amigos de emociones instantáneas deben recordar que la semifinal no se ganó el jueves. Recoge el trabajo de años, la experiencia de Gasol junto a Kobe Bryant, de Rudy, Llull y Felipe transportando al Madrid a todos los títulos de la temporada, de Sergio Rodríguez recuperándose de modo memorable del síndrome de la NBA. Gracias les sean dadas.