Después der ver varios partidos de la Copa Mundial de Rugby 2015, he llegado a la conclusión de que la causa principal de la deriva pija e individualista de nuestro fútbol está en las camisetas de los equipos. Y es que desde el triste momento en que a alguien se le ocurrió que poner el nombre de los jugadores en las camisetas sería una buena forma de vender el producto a un precio extravagante, nada ha vuelto a ser lo mismo. Ya no hay equipos, sino futbolistas. Ahora es posible ser no tanto del Barça como de Messi, de forma que si Messi fichara por el Bayern algunos cambiarían de colores futbolísticos porque lo que importa es el nombre que aparece en la camiseta, no la camiseta. Es difícil que un futbolista de élite no termine creyéndose una estrella del rock que exige toallas púrpura en el vestuario y entremeses de aguacate mientras le masajean en el gimnasio cuando, jolín, sabe que su nombre está en la camiseta y que los aficionados compran la camiseta del equipo con el nombre de su jugador favorito. En el nombre del fútbol, fuera los nombres de las camisetas.

En el nombre del fútbol también habría que poner límites a la publicidad, para que los futbolistas no terminen pareciendo pilotos de Fórmula 1. Se podía empezar por prohibir la publicidad en la parte de atrás de los pantalones, un monumento al feísmo más puro. También habría que regresar a los números con sabor futbolístico, desde el 1 del portero al 9 del delantero centro y al 10 del bueno, y si Balotelli quiere llevar el número 589 pues, sencillamente, se le dice "no". Las botas tendrían que volver al negro, pero va a ser difícil arrancar el diseño de las botas de las manos de esos sociópatas que insisten en llenarlo todo de colores absurdos y líneas esperpénticas, y si Balotelli quiere utilizar unas botas de oro pues, sencillamente, se le dice "no". Por supuesto, las botas "personalizadas" son un engendro, una aberración, un insulto a la esencia del fútbol. El diseño de las segundas equipaciones de los equipos no debería cambiarse todas las temporadas, creando un revoltijo estético de imposible digestión para el aficionado. Y lo de la tercera y cuarta equipación, creo que como broma ya valió. Es intolerable que un equipo pueda escupir sobre la tradición sólo para vender un puñado más de camisetas, de manera que debería haberse evitado que las rayas de la camiseta del Barça pasaran esta temporada a ser horizontales. Pero estábamos hablando de la imposición comercial del nombre de los jugadores en las camisetas como origen del mal. Y si Balotelli quiere que su camiseta ponga "Balotelli Superstar" pues, sencillamente, se le dice "no".

En la película HormigaZ, la hormiga Z (con la voz de Woody Allen) dice a su psicólogo que no aguanta todo eso del "superorganismo", y que no entiende por qué ha de hacer todo lo que haga falta por la colonia. "¿Y mis necesidades?", se pregunta Z. Entre todos, hemos construido un fútbol en el que lo importante no es la colonia, sino las necesidades del futbolista, que se sienta bien, a gusto, protegido, mimado, valorado, y si para eso hay que revisar su contrato todas las temporadas, pues se revisa. Es el triunfo de Z, el triunfo de los futbolistas con su nombre en la espalda y las botas personalizadas que exigen al club tiempo suficiente para poder rodar anuncios de natillas o diseñar ropa interior porque ellos tienen "necesidades". En HormigaZ, hay un momento en que Z se lamenta ante su psicólogo de que a veces se siente insignificante, y el psicólogo contesta: "Has hecho un gran avance, Z. Eres insignificante". A ver cómo conseguimos hacer entender a Messi, a Ronaldo, a Koke o a Nolito que son muy buenos, pero también insignificantes porque sin el equipo no son nada, y que lo importante son las necesidades de la colonia, no las necesidades publicitarias de las hormigas. El primer paso puede ser retirar el nombre de los jugadores de las camisetas. Eres grande, Messi. Y también insignificante.