En la penúltima jugada del partido, en un balón a la desesperada sobre el área del Sporting de Gijón, con un toque atrás del uruguayo Diego Godín y el oportunismo del francés Antoine Griezmann, encontró el Atlético de Madrid tres puntos más por insistencia que por fútbol, nublado hasta entonces por su rival.

Quizá demasiado castigo para el notable despliegue defensivo del conjunto asturiano, prácticamente impenetrable hasta ese momento y sin gol por dos extraordinarias paradas del esloveno Jan Oblak, y sin duda un inesperado premio para el conjunto madrileño, que lo dejó todo en cuanto a esfuerzo, ganas y ambición, pero sin remate.

Un día después de la reivindicación del argentino Diego Simeone de las cualidades inamovibles de su equipo, de la presión, de la fortaleza defensiva o del contragolpe, el Atlético necesitó todo lo contrario en el Vicente Calderón. Así se lo marcó y se lo exigió el Sporting con ideas muy claras: firmeza, contundencia e intensidad. Desde esos parámetros, desde la fuerza y la convicción en que se movió en cada sector del terreno durante todo el primer tiempo, planteó al Atlético un jeroglífico ofensivo que acabó resolviendo de forma agónica, casi en la última acción del partido.