Noviembre de 1995. El enclenque y eléctrico Raúl se lleva un buen rapapolvo en la habitación de un hotel en Budapest. Puskas, mito del madridismo y de verbo directo, se dirigió a la nueva esperanza blanca cuando se lo presentaron. "Chaval, corres mucho. Demasiado", le soltó a un Raúl de mirada atónita. Tenía 18 años y ya mostraba sus características mamadas en el fútbol de barrio: listo, vivo, con olfato. Inquieto como pocos. Ante la impresión del joven, Puskas rebajó el tono: "Tranquilo. Yo hice mi carrera sin apenas correr".

Raúl González Blanco (Madrid, 1977) puso anoche fin a su carrera disputando la final de la NASL americana: su Cosmos contra el Ottawa Fury. Lo hizo con la impresión de que sus 21 años en el fútbol han sido una repetición constante del mismo partido. Raúl nunca abandonó al muchacho tirillas y encorvado que empezó en los campos de tierra. El delantero echa el cierre a una carrera que, como había previsto Puskas, se ha basado en correr más que nadie. Ilusión como combustible.

Con Raúl se produce una curiosa contradicción. Cualquier repaso a su carrera obliga a fijarse en los números: 1.041 partidos, 448 goles, 22 títulos, 3 Ligas de Campeones. Sus cifras son exageradas hasta en su esfera personal: cinco hijos. Pero su contribución supera la fría estadística. Para entender lo que supone habría que seguirlo un día cualquiera de su carrera. Raúl se muestra como es en una final, en un partido intrascendente, en un lunes de entrenamiento o en un acto institucional. No como esas estrellas que dosifican sus esfuerzos en busca de las portadas más generosas. Raúl no se quita el disfraz de Raúl en ningún momento. Por ahí puede empezar a entenderse su figura.

Valdano lo etiquetó en su momento: "el crack mental". Un atributo del que hizo gala desde su estreno, octubre de 1994. Aún iba al colegio cuando el argentino le reclutó para el primer equipo. Camino de Zaragoza, Valdano se dirigió hacia al asiento del autobús donde viajaba Raúl. Quería tranquilizarlo. Se encontró a un chaval dormido plácidamente y entendió que seguía otros ritmos.

Debutó y falló. Tres ocasiones claras. Al día siguiente Fernando Hierro, el capitán, fue a buscarle en el entrenamiento, temeroso de que las críticas le consumieran. Se encontró un hombre pausado en el cuerpo de un niño. "Ayer no entraron, pero tranquilo que voy a meter muchos goles", le contestó.

Y la frase se convirtió en acertada predicción. Con el gol por bandera, se dedicó a romper registros en la plaza más exigente: el Santiago Bernabéu. Ganó seis Ligas y tres Copas de Europa. Marcó 323 goles en 741 partidos. Hizo músculo en su brazo al portar el brazalete más pesado que existe. Se convirtió en mito.

La puerta del Madrid fue entornándose a medida que sus prestaciones iban resintiéndose. La de la selección, en cambio, se cerró de golpe. Fue Luis Aragonés el que decidió que su carrera internacional había acabado, convirtiéndose en la cuenta pendiente. El asterisco a su carrera. Raúl tiró de la selección cuando aún no existía la roja, nadie había patentado el tiqui-taca y la estrella lucía en el pecho de otros. Lo intentó cuando el complejo de inferioridad engullía al talento. La quedará esa espina.

Fuera del Madrid y de la selección su carrera ha sabido envejecer, asignatura pendiente para muchos mitos. El primer paso al margen le sitúo en el minero Schalke 04 alemán. La simbiosis perfecta. Ganó Copa y Supercopa, pero la imagen que define se estancia allí fue la de la despedida, en el centro del césped con sus cinco hijos, coreada toda la familia. Otra vez, las sensaciones por delante de los trofeos.

Catar, otras dos copas, y Estados Unidos. Ayer cerró su carrera -con un posible vigésimotercer título- para completar una trayectoria intachable. La de alguien que ha acumulado los halagos más demandados, los de la gente del fútbol. "Es el mejor futbolista español de todos los tiempos", afirmó Guardiola. "Junto a Di Stéfano, el más grande en la historia del Madrid", le coronó Hierro. Del Piero expresó su anhelo: "Es mi favorito. Ojalá hubiéramos jugado juntos". "Solo merece un adjetivo: inmenso", le definió Baresi. Trezeguet traza el resumen perfecto: "Raúl representa el fútbol". Ese fútbol que esta madrugada en España dijo adiós en un lugar estraño, muy lejos de casa.