El Barcelona se dio un festín en el clásico, se lo llevó con rotundidad y amplió a seis puntos su ventaja sobre el Madrid, que queda muy tocado no solo por la diferencia, sino por la deficiente impresión causada y las malas sensaciones. Si fue el triunfo del deporte, del fútbol, sobre el miedo, tras un emotivo y respetuoso homenaje a las víctimas de París, también lo fue, y contundente, del conjunto azulgrana, que abre una brecha más que notable al frente de la tabla.

Luis Enrique además aprovechó para hacer reaparecer a Leo Messi. Lo hizo cuando el choque estaba sentenciado, porque quedó finiquitado con el 0-3. El técnico azulgrana apostó por la cautela con la Pulga. Volvió a la lista, pero no al once, y es que Messi llevaba ocho semanas de baja y el entrenador optó por no arriesgar de entrada. En el equipo inicial, entraron Rakitic y Sergi Roberto. Benítez dejó en el banquillo a Casemiro, fijo como ancla del centro del campo en los últimos tiempos, y concedió la titularidad a James por detrás de la BBC. El técnico madrileño se decantó por la versión sobre el papel más creativa tras las dudas generadas sobre todo ante el PSG y en la derrota de Sevilla que le hizo perder el liderato. El resultado fue un fracaso.

El juego parsimonioso, de interminables rondos, del Barcelona enfrió el clásico de entrada y adormeció al Madrid. Los azulgranas, con la lección perfectamente aprendida y sabedores de lo que tenían que hacer, supieron alterar ese juego con cambios de ritmo que provocaron la zozobra en la débil zaga blanca. Un balón alto de Neymar en magnífica posición fue el primer aviso. Al segundo llegó el 0-1 con un remate cruzado magistral del uruguayo Luis Suárez, que aprovechó a la perfección un envío de Sergi Roberto, que se había internado sin oposición.

Como la pasada temporada, el Barcelona, aún esta vez sin Messi, se adelantaba en el Bernabéu muy pronto. En esta ocasión el Madrid no parecía encontrar el camino para reaccionar y seguía a merced de su rival. Tuvo, no obstante, su opción, pero Benzema no atinó a rematar. Y lo pagó muy caro, porque al minuto siguiente, tras perder un balón Modric en la salida de la jugada sin que nadie le avisara de la amenaza por detrás, Iniesta, favorecido por la pasividad de la defensa blanca, ofreció un pase medido a Neymar, quien no falló y batió por bajo a Keylor Navas.

El Barcelona estaba dando un repaso futbolístico y estratégico a un equipo roto, fundido, sin recursos, que a punto estuvo de encajar el tercero al borde del descanso en otra gran acción azulgrana de no haber sido por Marcelo, que sacó bajo palos el remate de Suárez. Al descanso se llegó con una pañolada de otra época, con la afición local abroncando con rotundidad a su equipo e incluso hubo cánticos destinados al presidente, y con un Barcelona confortable en el dominio tras haber sido dueño y señor del clásico.

El arranque de orgullo del Madrid le dio para crear dos ocasiones al inicio del segundo tiempo, por medio de Marcelo y James. Pera nada más, porque acto seguido Iniesta acabó con las pretensiones locales con un espectacular zapatazo para rubricar otra perfecta jugada.

Luis Enrique, con el partido ganado, se decidió a dar entrada a Messi, que no tenía que correr riesgos y encima podía aprovechar el desconcierto de su rival. Benítez también movió ficha y cambió a James por Isco, pero la misión madridista era imposible. El Barcelona siguió manejando el partido a su antojo. Además, atrás estaba Bravo para abortar cualquier pretensión local, como en una intervención ante Cristiano a los 68 minutos.

Al equipo de Benítez no le salía nada y el Barcelona, casi sin dar la impresión de querer mucho más, echó más sal en la herida y completó la goleada con el cuarto, de nuevo obra de Luis Suárez. El clásico languideció entre los rondos del equipo azulgrana y la impotencia del Madrid, culminada por la expulsión de Isco por una patada a Neymar. Festín culé y bochorno merengue que deja a Rafa Benítez en la cuerda floja.