Lo juro. Vi cómo el tipo celebraba la victoria, o lo que él consideraba una victoria, de su partido político con la misma alegría un poco descarada del que se acaba de enterar de que le ha tocado el Gordo de la lotería. Pero yo sabía que esa alegría no era del todo completa porque su partido político no era el partido político al que había votado desde siempre, sino un partido político nuevo, diferente, distinto. Era otro partido. El otro. Pero el tipo quería ganar. Por una vez, quiso salir a la calle con una bandera gritando de alegría porque los suyos habían ganado o no habían perdido. Ya no le valía el empate. Quería ganar. Por eso cambió de partido político. Por eso se convenció a sí mismo de que votar a otro partido era un voto útil. Un voto que valía para algo. Su voto nunca había valido para nada. Su voto siempre había sido una mierda. Pero ahora era diferente. Su voto contaba. Pero seguía siendo del Sporting de Gijón. Por supuesto.

Una famosa línea de diálogo de la maravillosa película El secreto de sus ojos recoge con luminosa exactitud el sentido del fútbol. Sandoval, el ayudante del agente judicial Espósito, descubre al asesino cuando entiende que un hombre puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión. Por eso Sandoval y Espósito encuentran al asesino que estaban buscando en el graderío del estadio Tomás Adolfo Ducó en un encuentro entre Huracán y Racing de Avellaneda. Podemos cambiar de cara y comprar una nariz nueva o unos nuevos pómulos. Podemos cambiar de casa y dejar el barrio en el que nos enamoramos por primera vez. Podemos cambiar de familia, de novia, de religión. Podemos cambiar de dios y abandonar al dios de nuestros padres por un dios con forma de espagueti. Podemos cambiar de partido político para sentir el placer de la victoria y la sensación de contribuir al triunfo de unas ideas. Pero no se puede cambiar de equipo de fútbol. Yo sé que el tipo que celebraba la victoria de su partido político como si hubiera ganado el gordo de la lotería es socio del Sporting de Gijón y seguirá siéndolo por los siglos de los siglos. ¿Por qué? Con lo fácil que sería cambiar el Sporting por el Barça o por el Madrid. Dejar para siempre los agobios de la lucha por mantenerse en Primera División y limitarse a celebrar victorias, títulos, récords, goleadas, fichajes estelares. ¿Qué tiene el fútbol que no tenga dios o la política?

Creo que el fútbol es el último reducto del placer de lo inútil en la vida cotidiana. El educador Gradgrind dice en Tiempos difíciles", la novela de Dickens, que en la vida lo único que necesitamos son hechos y nada más que hechos. Es posible. Es un hecho que una cara, una casa, una familia, una novia, una religión o un dios son cosas importantes que, precisamente por ello, pueden cambiarse sin que tiemblen los cimientos de la vida. Pero un equipo de fútbol no es un hecho, es otra cosa. A nadie le gusta perder una oreja, tener humedad en casa o estar pendiente de un dios demasiado suspicaz, pero ningún futbolero cambiaría de equipo sólo porque no gana partidos ni títulos. Si somos tan prácticos como Gradgrind, habría que decir que es tan lógico cambiar de equipo como cambiar de partido político, de cara, de casa o de religión. Pero el fútbol no tiene nada que ver con la lógica. Ya lo dijo Eduardo Galeano antes de que lo dijera Sandoval: en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol. Lo juro. Vi cómo el tipo celebraba la victoria de su nuevo partido político sin ni siquiera mirar de reojo los restos del naufragio de su antiguo partido, pero nunca le veré abandonar su escaño en El Molinón. Jamás.