Dicen que los hermanos Kennedy leyeron Los cañones de agosto, el lucidísimo ensayo de Barbara Tuchman sobre al arranque de la I Guerra Mundial, en plena crisis de los misiles nucleares soviéticos en Cuba, y que esa lectura influyó en sus decisiones de forma tan decisiva como positiva para la humanidad. Es lo que tiene leer a historiadoras como Tuchmann en vez de a Paulo Coelho o las obras completas del Marca. En Sonámbulos, Christopher Clark desmenuza también los orígenes de la I Guerra Mundial y sostiene que los dirigentes europeos de 1914 no eran conscientes de la gravedad de sus decisiones. Pues bien, aunque el fútbol no se parece en nada a la I Guerra Mundial y ninguna crisis futbolística nos puede afectar tanto como la crisis de los misiles en Cuba, no estaría mal que la gente del fútbol leyera algún que otro libro antes de tomar sus decisiones.

No sé qué libros lee Florentino Pérez, el ángel destituidor de nuestro fútbol, pero seguro que no ha leído a santo Tomás de Aquino. Y es una lástima, porque santo Tomás deja claro que la estupidez es pecado, y la cadena de decisiones estúpidas del presidente del Madrid anunciadas en estúpidas ruedas de prensa han conducido a su equipo al ridículo global. Y hacer ridículo en fútbol es pecado cuando lo hace un equipo como el Real Madrid o cuando jugadores como James deciden circular a una velocidad ridícula en sus ridículos supercoches justificándose de una forma ridícula. Las guerras de tuits entre Piqué y el resto del mundo también son ridículas, como los insultos racistas de algunos aficionados ridículos o las ridículas polémicas conspiranoicas alrededor de los árbitros. Hacer el ridículo es estúpido, y la estupidez es pecado. Santo Tomás también apunta que algunos sienten soberbia hasta de su humildad, así que la humildad de Simeone y su dichoso "partido a partido" esconde en el fondo una soberbia que los aficionados ya nos cuesta digerir. El Atlético de Madrid es, por supuesto, candidato al título no sólo porque ahora es líder, sino porque el equipo del Calderón ha demostrado que no es inferior al Barça o al Madrid. Si Simeone leyera a santo Tomás, cambiaría un poco su cansino discurso que, lejos de ser humilde, está borracho de soberbia porque si un equipo nacido para ser tercero, como dice El Cholo, es líder, eso significa que el mérito es más del entrenador que del equipo. Así que si Simeone no quiere ser soberbio, debería empezar por no mostrarse tan humilde.

Antes de tomar decisiones, los dirigentes culés deberían leer a santo Tomás, que escribió en la Suma Teológica que lo que hace feliz al alma está fuera del alma. Ese rollo del Barça con el nacionalismo y con las esencias del alma catalana no es muy sano, y además hace infelices a los aficionados porque así confunden una victoria deportiva con un triunfo político y una derrota en el terreno de juego con una afrenta histórica. Puede que lo que haga al Barça tan diferente es que mira mucho dentro de su alma, es decir, de su cantera; pero dar vueltas y vueltas a la encarnación del alma de Cataluña en un equipo de fútbol es una pesadez, una estupidez y causa de infelicidad. Todos los futboleros tenemos fe en nuestro equipo, pero santo Tomás nos advierte de que la fe es un conocimiento incompleto. Por eso antes de gritar "¡penalti!" o protestar por un fuera de juego mal señalado deberíamos alejarnos de la fe y prestar un poco más de atención a los sentidos. En fin. Antes de declarar la guerra, es mejor pararse un momento y leer a santo Tomás o incluso a Paulo Coelho. Habría menos guerras, los presidentes de los clubes de fútbol no tomarían tantas decisiones estúpidas, los futbolistas no se creerían por encima del bien y del mal y los aficionados veríamos el fútbol como un motivo de alegría cuya finalidad sólo está en sí mismo. Lo dijo santo Tomás.