Luis Enrique, enemigo patológico de los fastos y las apariciones en público, asistió desde la distancia a su entronización como mejor entrenador del mundo en 2015 tras superar en la votación final a Guardiola y al argentino Sampaoli, el único de los aspirantes que se encontraba en el patio de butacas. Luis Enrique ganó dejando clara su personalidad y carácter, el mismo que saca a pasear continuamente en sus comparecencias en Barcelona, el que le ha generado continuos enfrentamientos con la prensa. Hay poca gente a la que le importe tan poco lo que piensan y digan de él. Dijo desde el principio que no acudiría a la ceremonia celebrada en Zúrich (tampoco asistió a la de la Liga) y se declaró enemigo de los premios individuales en un deporte como el fútbol. Consecuente con una forma de pensar, el asturiano se quedó en su casa y seguramente hoy responderá con desdén cuando le interroguen sobre el galardón en la previa del partido copero que mañana les enfrenta al Espanyol.

El entrenador asturiano, que se ganó su derecho a entrenar a los azulgrana por su excelente rendimiento durante la temporada que estuvo al frente del Celta, logró el 31,08% de los votos y se impuso al también español Pep Guardiola (22.97%), entrenador del Bayern Munich, y al argentino Jorge Sampaoli (9,47%), seleccionador chileno. De esta manera, logra su primer galardón y releva al seleccionador alemán, Joachim Löw, que lo logró en 2014 tras conquistar el Mundial de Brasil con la Mannschaft.

El director técnico del Barcelona, Robert Fernández, recogió el premio en nombre del gijonés y mintió abiertamente a la hora de justificar la ausencia del entrenador. Cosas del politiqueo. "A Luis Enrique le hubiera encantado estar aquí pero sus compromisos profesionales se lo han impedido. Gracias a la gente del fútbol, a la gente que ha votado a Luis. Tenía dos adversarios muy difíciles. Debe compartir este regalo con la gente de su alrededor, el staff, el presidente, la afición y sobre nuestros jugadores, ese magnífico equipo", afirmó. Los grandes clubes, convertidos en multinacionales que chorrean dinero, adoran galas como la de ayer. Ponen a toda su estructura a los pies de la FIFA, contratan aviones privados para trasladar su corte a Zúrich y por un día se muestran abiertos al público y a los medios. Todo sea por aumentar la lista de ganancias y conseguir nuevos contratos en los mercados emergentes siempre tan generosos a la hora de extender cheques. Pero Luis Enrique permanece al margen de estas cuestiones. Sabe que es en el campo donde se le juzgará y no concede un solo gesto a la galería. Y en el campo fue imbatible.

De su mano, y de la impresionante plantilla que maneja, llevó al Barcelona a ganar su segundo triplete de la historia tras el de 2009 y a ganar cinco de los seis títulos que tenía en juego en este 2015, perdiendo únicamente la Supercopa de España. Todo en su primera temporada como entrenador del Barcelona, cargo al que llegó impulsado por su trabajo al frente del Celta donde transformó la forma de entender el juego en Vigo, aumentó la ambición del cuadro celeste y revalorizó su plantilla. El paso al Barcelona, que en aquel momento salía del calvario que había supuesto el paso del Tata Martino, estaba cantado. Era la apuesta de Andoni Zubizarreta y el asturiano no falló pese a que tuvo que hacer frente a un tiempo realmente complicado. En enero la situación que afrontaba era realmente compleja porque el equipo no acababa de carburar, su política de rotaciones -que sería esencial para que al final del ejercicio llegasen como aviones-no acababa de encajar ni en el vestuario ni en el entorno.

Se llegó a decir que Messi y él estaban distanciados porque se negaba a reconocerle al argentino ciertos privilegios que siempre había tenido. Tras la derrota en Anoeta, que les alejaba del liderato del Madrid, el equipo cambió la tendencia. Luis Enrique recondujo la relación con el vestuario, mantuvo su política en gran medida, aunque seguro que hizo alguna concesión. El Barcelona aparcó los rumores sobre su posible salida y el equipo se transformó en una máquina. Llegó la Liga, la Copa y finalmente la Liga de Campeones en la ajustada final de Berlín contra el Juventus. Luis Enrique ya estaba en el altar de los entrenadores del Barcelona. Pero no cede un metro en su estilo o en su forma de comportarse. Su personalidad es innegociable.