Un equipo de Cantón ha fichado por 42 millones de euros a Jackson Martínez, que hace unos meses llegaba al Atlético de Madrid como nuevo delantero estrella. Un equipo de Nankín ha fichado por 50 millones a la estrella del Shakhtar Donetsk Alex Teixeira, un brasileño que era pretendido por grandes clubes europeos. Ese mismo club, que en 2015 ganó el primer título de su historia -una copa de China- ha fichado a Ramires por 28 millones, centrocampista del Chelsea e internacional con Brasil. Un conjunto de Shanghai pagó 13 millones de euros y le quitó a Freddy Guarín al Inter de Milán. El Hebei Fortune, recién ascendido a la Superliga china, que juega en la ciudad de Qinhuangdao, le ha quitado a la Roma al costamarfileño Gervinho por 18 millones de euros. Son solo algunos ejemplos de la inversión masiva china en el fútbol, que amenaza con alterar el equilibrio de fuerzas que existía desde la fundación de este deporte.

El fútbol en China se ha convertido en una prioridad nacional, de hecho ha pasado a ser asignatura obligatoria en todas las escuelas del país. Los asiáticos han pasado de un modelo americano de fichar a grandes jugadores en retirada, como ocurrió con Didier Drogba, a reventar el mercado y apostar por jugadores en plenitud física. Las inversiones en los clubes de la segunda economía del mundo salen casi a sorpresa diaria, y su mercado de fichajes no finaliza hasta el 26 de febrero. Salarios escandalosos y clubes de segunda división que invierten más de 8 millones de euros en una única contratación. El fútbol chino se ha convertido en una orgía de derroche económico, a la altura de la desorbitada burbuja inmobiliaria que ha permitido un crecimiento sin precedentes en la economía del gigante asiático y que amenaza ahora con frenar el imparable ascenso del PIB chino.

Si en geopolítica hace décadas que se habla del peso que tendrá China como potencia hegemónica del mundo en un futuro, en el fútbol los dirigentes del Partido Comunista y los oligarcas enriquecidos en una economía ultraliberal se han puesto de acuerdo para pasar del mañana al ahora. Es en este comienzo de 2016 cuando los chinos decidieron tirar abajo esa Gran Muralla China que los protegía de los invasores mongoles y pasaron a ser protagonistas en un mundo en el que nadie discutía con las grandes ligas europeas.

Se trata de la cuarta revolución China desde que en 1949 los comunistas llegaran al poder. A finales de los años 60 y comienzos de los 70 Mao Zedong tuvo la nefasta idea de empoderar a jóvenes fanáticos para profundizar en la transformación social mediante lo que llamó la Revolución Cultural. En 1978 Deng Xiaoping cambió por completo el rumbo del país con profundas reformas económicas que darían en lo denominado "socialismo con características chinas", que no es más que un capitalismo salvaje pero con un poder político férreo. Ahora, los cuadros del PCCh parecen decididos a convertir al país en un epicentro mundial del fútbol, y lo conseguirán en la medida en la que la burbuja inmobiliaria no afecte en los próximos años a las inversiones privadas en los clubes de fútbol.

Para ser justos, la modernización de la Superliga china empezó hace varios años, con la llegada de técnicos europeos y de jugadores que ya tenían un nombre, sobre todo en Latinoamérica. En los últimos tres años el Guangzhou Evergrande levantó en dos ocasiones la Liga de Campeones asiática, un título que hasta la fecha solo había ganado en una ocasión un conjunto chino. Es el mismo club que fichó a Jackson Martínez y que dominó el fútbol local en las últimas temporadas con permiso del Beijing Guoan.

El Guangzhou Evergrande, que creó en Cantón una academia de fútbol con pretensiones de formar a 10.000 niños chinos a la vez desde los 9 años, es el primer club de este país que empezó a llamar la atención. En 2013 levantó su primera Champions de Asia con Marcello Lippi en el banquillo y Darío Conca, Muriqui y Elkeson como principales estrellas occidentales. La afición china, acostumbrada en los últimos años a vencer en decenas de deportes, se empezaron a enganchar al fútbol local, pues la Premier League ya era masivamente seguida por televisión. Esa atención no la logra atraer todavía la selección nacional, lejos de competir con los grandes del continente.

Desde Europa se veía a ese Guangzhou Evergrande con escepticismo, como cuando la liga japonesa empezó a atraer a técnicos y jugadores que estaban de vuelta en el fútbol de máximo nivel. El proyecto nipón se quedó a medio camino, pero el chino crece a pasos agigantados. El club de Cantón volvió a convertirse en el mejor equipo del continente en 2015, con Luiz Felipe Scolari en el banquillo y una plantilla con los brasileños Ricardo Goulart o Paulinho, que había sido estrella del Corinthians que levantó el Mundial de Clubes y la Copa Libertadores y que llegó a China tras un discreto paso por el Tottenham. Los de Scolari llegaron a semifinales en el pasado Mundial de Clubes. Se impusieron a América, un clásico mexicano. Imposible fue plantarle cara al FC Barcelona. Sin embargo, los chinos se han empeñado en competir con los gigantes europeos a medio plazo, y lo mejor será no subestimarlos.

La ventana de invierno estará abierta durante dos semanas más en China y de momento, entre primera y segunda división, el gasto en fichajes supera los 300 millones de euros, muy por encima de la Premier League inglesa, cuyo derroche ya empieza a ser alarmante de por sí. Los clubes del gigante asiático consiguieron, a base de talonario, aparecer en todos los medios de comunicación occidentales. Ahora su reto debe ser conseguir que su fútbol se programe en las televisiones de la vieja Europa. A partir del 4 de marzo arrancará este campeonato y sabremos si logra la repercusión internacional a la que aspira y se empieza a justificar tamaño desembolso.