Los monoplazas de Fórmula 1 podrán correr más o menos de una temporada a otra según las limitaciones mayores o menores que se impongan a los propulsores, o hacer más o menos ruido, por ejemplo. Pero de lo que no hay duda es que cada año son más seguros. Y así es desde el fallecimiento de Ayrton Senna el 1 de mayo de 1994 en el circuito de Imola. La muerte del brasileño significó un antes y un después en la seguridad activa y pasiva de los monoplazas bajo la implicación directa de la Federación Internacional (FIA), que impone la superación de unas exigentes pruebas de choque (crash test) antes de homologar un monoplaza; pruebas en las que la célula de supervivencia del piloto (cockpit) tiene que permanecer intacta.

Gracias a esa célula de supervivencia salvó Fernando Alonso la vida en Melbourne. Las ruedas, los alerones, el morro... salieron disparados; piezas quebradas en mil pedazos. Pero el cockpit se mantuvo intacto. Por eso pudo salir el asturiano por su propio pie. Y de su resistencia el principal responsable es el zylon, una fibra sintética que lo recubre y que es un 60 por ciento más resistente que el kevlar. Un hilo de un milímetro de zylon es capaz de sostener un peso de 450 kilos.

A Ayrton Senna, que abrió los ojos a la FIA sobre la seguridad, y al zylon deben muchos de los pilotos la vida.

"Estoy entero y casi recuperado. Tengo un poco dolorido el cuerpo, como si hubiese entrado en una lavadora gigante y me hubiese puesto a dar vueltas, pero no tengo ninguna marca", aseguró Alonso tras su accidente. "Ves como va chocando contra el suelo el morro, luego el lateral, sigues volcando y dando vueltas y quieres que en una de ésas no esté la cabeza expuesta ni contra el muro ni contra la valla ni contra el suelo porque puede ser una lesión grave. Te encoges un poquito, intentas hacerte pequeñito dentro del habitáculo para que pare y no haya ningún choque en la cabeza", señaló.