Cuando el botánico holandés Hugo De Vries decidió cultivar onagras en el Jardín Botánico de Ámsterdam, comprobó que, en sólo trece años, aparecieron siete nuevas especies. No eran simples variedades, sino verdaderas especies de onagra. De Vries publicó entonces La teoría de las mutaciones, en la que explicaba que las mutaciones, es decir, las modificaciones repentinas de las cualidades hereditarias, son la principal causa de la formación de las especies. En determinadas circunstancias, escribió De Vries, una especie tiene fuerza para hacer surgir, de repente y de un solo salto, otra especie cercana, pero nueva, fundamentalmente diferente a ella. No se trata de pequeñas diferencias individuales, sino de un salto evolutivo en que la planta hija o el animal hijo sufre una sacudida, una transformación. Una mutación.

Johan Cruyff fue una mutación. De entre todas las onagras del Jardín Botánico del Ajax de Ámsterdam, una de ellas era resultado de una mutación imposible, extravagante, ridícula. Una mutación que parecía que el fútbol eliminaría sin contemplaciones porque no era apta para un mundo poco amigo de la aparente fragilidad de un holandés flaco y listo. Pero no. Aquella mutación ganó muchos títulos con el Ajax y luego, cuando los jefes del Jardín Botánico decidieron trasladarla al Real Madrid, se negó y prefirió fichar no por otro equipo cualquiera, sino por el Fútbol Club Barcelona. ¿Podría esa nueva especie de onagra surgida en el Ajax de Ámsterdam adaptarse a un club que llevaba catorce años sin ganar el título de Liga? Pues sí, lo hizo. Cruyff cambió el Barça como la rueda cambió el mundo. Hay un Barça a. C. (antes de Cruyff) pero no hay un Barça d. C. (después de Cruyff) porque el Barça sigue siendo lo que Cruyff quiso que fuese, pero con jugadores descomunales que han corregido y aumentado a los Sotil, Rexach y Asensi y a los futbolistas (algunos ya muy olvidados) del Dream Team. Una mutación. Un futbolista que amagaba y luego se iba. Que estaba y ya no estaba. Un delantero que se iba a las bandas. Un rebelde. Un visionario. Un maestro de la dialéctica fuera del campo y también en el campo (que se lo pregunten a Jorge Valdano). El exprimidor de la naranja mecánica. El héroe del fútbol total.

"Yo creo que la gente debería ser capaz de jugar en todas las posiciones del campo. Por eso es tan importante que todos escuchen durante las conversaciones tácticas. El extremo izquierdo no puede dormirse cuando el entrenador habla sobre el lateral derecho", dijo Cruyff. Fútbol total. El mismo Cruyff que voló (sí, voló) para marcar aquel gol al Atlético de Madrid que todavía hoy nos deja sin palabras. El mismo Cruyff que, ya como entrenador, dirigió al Barça a su primera Copa de Europa, un título que muchos culés (entre los que me incluyo) creían que no ganarían nunca. Jamás. El mismo Cruyff que, al final de su carrera, quiso jugar con el Levante en Segunda División y el mismo Cruyff que se retiró jugando en el Jardín Botánico rival del Ajax, el Feyenoord de Rotterdam.

Una mutación. La naturaleza del fútbol da saltos, y lo hace de forma inesperada y en los lugares menos esperados, como en el Jardín Botánico de Ámsterdam. Cruyff no se puede explicar por el ambiente de Ámsterdam, ni fue el resultado de una selección lenta. De repente, una nueva especie cambió el mundo del fútbol. Una nueva especie, por cierto, inmortal.