Sin estridencias, pero con la autoridad que dan muchas batallas en Europa y un ramillete de grandes futbolistas, el Madrid se plantó en la final de Milán a la caza de la undécima. Fue con un gol afortunado del hombre del momento, Gareth Bale, pero pudo haber sido en cualquiera otra de las ocasiones que los de Zidane se agenciaron tanto en el Etihad Stadium como en el Bernabéu. Despachó al Manchester City con una comodidad impropia de una semifinal de la Liga de Campeones. Agüero representa a la perfección la nulidad del equipo de Pellegrini. Después de pasar por la eliminatoria como un fantasma, ni rastro del crack que pareció alguna vez, al Kun se le ocurrió jugar a la lotería con un remate brutal que pasó rozando el larguero de Keylor. Un escalofrío recorrió las gradas porque era el minuto 88 y apenas quedaba tiempo para solucionarlo. Pero el balón no entró y puso a cada uno en su sitio: al Madrid en la final y al City a la espera de que Guardiola dé vida a un equipo sin fútbol y sin alma.

No necesitó el Madrid a Casemiro para controlar al Manchester City. En realidad se anuló solo, confirmando la sensación de la ida: es un equipo sin pies ni cabeza. Con Touré Yaya por David Silva como único cambio, el empeño del City pareció el mismo: jugar a que no pasara nada. Salvo Jesús Navas, el único capaz de romper líneas con su velocidad o sus desmarques, los citizens jugaron al pie, con lentitud. Pellegrini consiguió rebajar las revoluciones del partido, pero su plan se vino abajo cuando Carvajal atendió el desmarque de Bale, que casi sin ángulo lanzó un centro que se convirtió en gol gracias a la intervención de Fernando, que al rozar el balón lo envió a la escuadra, imposible para Hart.

El City se había quedado sin su capitán, Kompany, y la entrada de Mangala acentuó sus carencias defensivas. No las exploró hasta el descanso el Madrid, aunque Cristiano se puso al frente, con la decisión de siempre y un despliegue que pareció confirmar su recuperación. Tras el 1-0, el Madrid entregó el balón al City, que no supo qué hacer con él. Lo monopolizó Touré Yaya, una sombra de aquella apisonadora del Barça o de sus primeras temporadas en Inglaterra. Aún así, en una jugada aislada al borde del descanso, el City recordó que la eliminatoria estaba en el alero. De Bruyne habilitó a Fernandinho en el pico izquierdo del área y el remate del brasileño rozó el poste del sorprendido Navas. Quizá este susto animó al Madrid a afrontar la segunda parte de otra manera. En un cuarto de hora tuvieron cuatro ocasiones claras. En el 51 Modric se vio tan solo ante Hart que, quizá creyéndose en fuera de juego, remató al muñeco. En el 54, a Cristiano le faltó un poco de colocación en un cabezazo a centro de Carvajal. En el 58 Lucas Vázquez volvió a poner a Ronaldo en situación, pero Hart respondió al tiro raso y cruzado. Y, en el 63, el Bernabéu cantó gol cuando Bale peinó un córner lanzado por Kroos que fue a estrellarse a la misma cruceta. De repente, sin que el City recobrase el pulso, el Madrid se paró. Dio un paso atrás y esperó a su rival bien pertrechado, defendiéndose de un equipo incapaz de dar tres pases seguidos en zonas de conflicto. Podía ser un buen plan para matar a la contra pero llegado el momento de la verdad seguía el 1-0. Así que el madridismo sufrió en una falta de De Bruyne al lateral de la red y, sobre todo, en ese cañonazo de Agüero que resumió lo que es el fútbol: una eliminatoria de 180 minutos, dominada claramente por un equipo, puede dar un vuelco por un chispazo.