Beso al escudo. Mano al corazón. Caricia a la camiseta. Y reverencias al público. Así dijo adiós Jordi Bargalló al Palacio de los Deportes de Riazor, su casa durante doce temporadas. No se recordaba algo igual desde la despedida de Daniel Martinazzo. Porque como el seis argentino, el de Sant Sadurní d'Anoia ya es historia viva del liceísmo. Se va, pero su huella quedará para siempre como el nueve eterno. No solo por su incomparable talento sobre la pista que le otorga la consideración de mejor jugador del mundo. Ni por sus diez títulos. Su figura trasciende lo meramente deportivo. Amable y humilde, el líder tranquilo volcado en inspirar a los niños, se ganó el cariño de toda su afición y esta se lo demostró con una despedida a lo grande. En pie, aplaudiendo durante más de cinco minutos. Se escaparon lágrimas, incluso algunas caras de impotencia. "Ellos me han dado mucho más de lo que yo a ellos", decía tras el partido, rodeado por una nube de cabezas que le llegaban por la cintura y que querían su firma estampada. No le faltó uno. Y había unos doscientos.

Antes la emoción corrió sobre la pista. Faltaban segundos para el final del encuentro y Jordi Bargalló casi se olvida de lo que le esperaba después mientras estaba volcado en buscar el gol que le diera al Liceo el subcampeonato. Cuando sonó la bocina, ya no había marcha atrás. Había llegado el momento, ese cuya cuenta atrás se inició nada más conocerse la noticia de que la próxima temporada no seguiría en A Coruña. "Ye hemos pasado lo peor, esto ha sido muy fácil", reconocía su familia. "No hay que estar tristes". Era un momento feliz entre los momentos tristes. Porque en definitiva los recuerdos buenos superan a los malos y el cariño que recogió "en un bolsa", como comentó el propio jugador catalán, le acompañarán a Oliveira de Azemeis aunque no pueda evitar echar de menos el día a día en la que es como su ciudad natal. Aquí fue muy feliz. Y eso se nota.

De un lado para otro, se despidió de los rivales, se acercó al árbitro Garrote, que también afrontaba un momento emotivo con su último partido de la OK Liga y después, ya en el círculo central se abrazó a Josep Lamas, su aliado de batallas durante todo este tiempo. A continuación le tocó el turno al banquillo. Con Carlos Gil se detuvo en especial. El catalán ha sido el cerebro sobre la pista del entrenador argentino, que pierde algo más que un jugador. Sus compañeros le esperaban para hacerle el pasillo, pero Bargalló quiso que Oriol Vives, su hermano Pau y Germán Nacevich también tuvieran su protagonismo y los sacó al centro para que fueran ovacionados. Por algo es el capitán.

"¡Jordi, Jordi!". Todavía no había empezado el partido y la grada ya estaba entregada. Camisetas del Liceo con el nueve a la espalda y las de edición limitada de la marca que viste a los verdiblancos con el mensaje "Gracias Jordi". Pancartas de los más pequeños, pintarrajeadas a última hora con nuevos detalles con la ilusión de que su ídolo se fijara en ellas. Y, como siempre, su incasable peña detrás del banquillo. Nunca ha abandonado a su capitán y no lo iba a hacer ahora. El primero de los grandes momentos se vivió en la alineación. Cuando el speaker llegó al número mágico, el nueve de Jordi Bargalló, ya no se escuchó ni siquiera el nombre, borrado por los aplausos que ya no cesaron hasta el final de la presentación, a la que siguió de nuevo el "¡Jordi, Jordi!" convertido en la banda sonora de su despedida.

La afición insertó de nuevo el disco con el gol del capitán. Sublime tanto por la escuadra que significaba el 1-1. Marcó también el tercero y participó en todos. Es su esencia, compartir. Las bajas de cuatro miembros de la plantilla le permitieron disfrutar de muchos minutos, como alargando el momento y no queriendo marcharse de la pista. No descansó en los primeros 25 minutos, empezó el segundo tiempo en el banquillo y solo una azul le obligó a regresar él.

No se sabe lo que pasó en la intimidad del vestuario cuando todo finalizó. Entró para no salir en diez minutos, con jugadores yendo y viniendo, algunos visiblemente emocionados. Todos querían su foto de recuerdo, desde los más pequeños hasta el personal de limpieza del Palacio. Incluso le regalaron un tebeo en gallego, para que siga practicando. Que no se le olvide. Por si tiene que volver.