Quino Salvo falleció ayer a los 58 años. El cáncer contra el que batallaba desde hace meses venció de madrugada su increíble resistencia. Concluye así la rica peripecia vital del mejor baloncestista vigués de la historia, emblema de una época, profesional de larga trayectoria, coloso de personalidad arrolladora, grande en virtudes y pesares. Se va sintiéndose querido, como le habían testimoniado, sabiéndolo ya enfermo, recibiendo homenajes en Valladolid, A Coruña -fue en el Coliseum con motivo de la Copa del Rey -y Marín.

Fue su hija la que le animó a acudir al médico. Salvo llevaba un tiempo notándose "disperso", como él mismo describía. El pasado 15 de septiembre le transmitieron el diagnóstico: un tumor cerebral de naturaleza agresiva, contra el que se empeñó en la batalla. Según transmitió a sus íntimos, hasta no hace mucho confío en recuperarse. No ha podido conseguirlo.

El baloncesto español se había volcado en apoyarlo cuando salió a la luz su delicado estado de salud, lo que ha valido para recalibrar adecuadamente su importancia. Quino Salvo parecería opacado a simple vista por el fulgor plateado de Corbalán, Epi, Iturriaga, Fernando Martín y todos aquellos, más o menos coetáneos, que protagonizaron el despegue internacional del baloncesto español. El vigués fue, sin embargo, una figura necesaria e incluso icónica. Ese tiempo se retrata en su silueta: medias altas, muslos gruesos embutidos en un pantalón mínimo, el asa y la sisa estrechas, el pecho palomo, el eterno flequillo; sobre todo, en su estilo: combinativo, atrevido, corajudo, generoso.

Quino nació al baloncesto en las canchas olívicas de Salesianos. Sobresalió y el Obradoiro lo captó con 16 años. Estudios -cursó magisterio -y deporte aún competían entonces en sus encrucijadas. Su fichaje por el Helios Skol Zaragoza en 1978 decantaría definitivamente su existencia. Se retiró como profesional en 1993, con 239 partidos en la máxima categoría a sus espaldas. Se mudó directamente a los banquillos, dirigiendo nueve equipos entre 1993 y 2012. Cuatro décadas de baloncesto, en resumen, con todo tipo de experiencias. El Fórum Valladolid es seguramente su culmen como jugador; el Cantabria Lobos, como técnico.

Quino Salvo queda para los relatos como especialista defensivo. "El más fiero", recordaba Epi, una de sus víctimas. El vigués siempre marcaba al principal anotador exterior rival, ya fuese escolta o alero. Su físico le permitía adaptarse a diferentes amenazas. Más fornido que grueso pese al cuello de toro, aguantaba incluso a los americanos que pretendían postearlo. Frenético en sus movimientos, su desplazamiento lateral soportaba el reto de los más rápidos. En ese sentido, con su 1,91 bien acerado, anticipó la importancia de la potencia. "Yo era muy agresivo", reconocía. Amaba el despliegue físico y táctico que los contrincantens talentosos le exigían. También el reto mental. A Nate Davis lo fue a buscar al vestuario visitante, antes de que comenzase el encuentro, y se le pegó medio en serio, medio en broma.

Más allá de la bravura, era en su concepto del juego un discípulo de aquella escuela que priorizaba los fundamentos individuales y colectivos. Quino era un jugador tambien completo en ataque. Le gustaba recordar que promedió 9,8 puntos en sus muchas campañas de élite. A su modo, claro, remedaba a Vinnie Johnson, el microondas de los Pistons. No tan bullicioso ni vertical como aquel. Pero sí similar en el crossover, la búsqueda de contacto con el defensor en el salto, la mecánica de tiro casi a dos manos... Solo el gran nivel de otros le cerró el paso en la selección. De los Juegos de Seúl se cayó en el tercer y último corte.

Como técnico, sus pupilos han destacado en esas horas de luto su contagiosa pasión, el carácter tempestuoso para el enfado puntual y el abrazo constante, la honestidad, el humor, la generosidad sin medida ni cálculo. Y bajo ese torbellino, también el gusto por el juego fluido, solidario, participativo. Porque Quino abominaba de ese baloncesto actual que limita la pizarra al pick and roll y era, pese a su fama festiva, muy estricto en los deberes.

Como conoció el deterioro profesional de este juego que idolatraba, probó otros oficios. Regentó restaurantes y un hotel, se dedicó a la seguridad privada. Tomó y entregó a manos llenas, con sus tropiezos y deslices. Se ha ido pronto, pero habiendo vivido tanto.