El puchero de la Eurocopa 2016 está hirviendo en múltiples fuegos, aunque se anunciaba, por estar prevenida y dispuesta la organización, como la más segura de todas las competiciones hasta ahora disputadas. Y los tiros no vienen solo y principalmente por el flanco anunciado, el del temor a un atentado terrorista del ISIS, que estaría buscando teñir de sangre y de frustración la fiesta europea del fútbol. Los tiros vienen de los convidados a la gran celebración, los presuntos aficionados y seguidores de las veinticuatro mejores selecciones del continente, que quieren medir sus fuerzas y habilidades en este torneo de máxima repercusión planetaria. Vienen también -fuego amigo- de seguidores de algunos países -Bélgica, Hungría, Croacia...- que nunca hubiéramos metido en la tribu de los más violentos y descerebrados. El reguero de gratuita brutalidad y ese fantasma de guerra urbana que está corriendo por las calles de diez de las más importantes ciudades de Francia tiene, a mi juicio, otras connotaciones y sobre todo una suma de causas, una agregación de circunstancias, que hacen esa amenaza todavía mucho más peligrosa. Yo citaría, en primer lugar, la derivada de dos nacionalismos en los extremos de Europa, el de las hordas entrenadas de Putin que jalea a sus protagonistas "capaces de enfrentarse a fuerzas mucho mayores de la policía francesa " y el de los hijos y familiares del Brexit, que siguen considerando a Europa el patio trasero de su isla al que poder arrojar toda su basura y dirimir aquí sus frustraciones. No paso por alto el ya referido temor ambiental a un atentado terrorista de los islámicos del califato y tampoco ignoro el caldo de cultivo y de contagio, ese clima hostil de huelgas, paros y protestas laborales, presentes, de continuo, en esta celebración de la Eurocopa. Ni me olvido, por último, como telón de fondo, de la maldita crisis, la destructiva crisis general, que está recorriendo todos los países desarrollados, y que va convirtiendo el estado del bienestar en un estado permanente de penurias y crisis social.

Todas estas razones a las que aludo -y que no consideran algunos tertulianos de opereta, necios, adulones, superficiales- me llevan una vez más a demostrar que el fútbol no entraña ni crea violencia. Que esta viene de la sociedad y que en los estadios y sus alrededores lo único que buscan los violentos y desesperados es un escaparate, su gran protagonismo y la máxima repercusión internacional. Ellos toman el fútbol como rehén -ellos son sus okupas- y por si cabía alguna duda, reparen en el desprecio absoluto que estos angelitos tienen por sus selecciones deportivas y por sus resultados. Ahí está, entre otros, el caso de la Torzida Split, los racistas y fascistas croatas, que fueron capaces el otro día de sembrar el campo de bengalas y propiciar el empate de su equipo, que iba ganando por dos a cero.

La UEFA ya ha anunciado la apertura de varios procesos disciplinarios contra distintas federaciones y la medida consecuente de la expulsión de sus selecciones del torneo, que se llevará a efecto, sin duda, en algún caso si esto continúa así. Pero al organismo europeo, debilitado por el caso Platini y en proceso electoral, convendría exigirle más. Medidas de profilaxis, preventivas, drásticas, que impidan que cualquier germen de violencia se cuele en los estadios. Las protestas sociales o políticas, las banderas del racismo, la xenofobia o la provocación, las esteladas de la segregación y la burla a los himnos o a las instituciones democráticas -so capa de libertad de expresión, que las bandas de hooligans también piden libertad de acción- pueden tener su escenario en las calles y plazas públicas, que son de todos. Pero que no nos roben y nos okupen el fútbol.