Seguro que la selección española sigue en órbita pero tendrá que esperar para alcanzar otro apogeo. El que ahora deja atrás, señalado por dos eurocopas y un Mundial, ha llegado a su fin, tras unos comienzos esperanzadores que ya se ve que resultaron engañosos. Por una ironía del destino, Italia, su víctima más insigne en los tiempos en que ascendía hacia lo más alto, ha sido ahora la encargada de poner en evidencia su declive. Es verdad que, como en el fútbol los detalles son capaces de prevalecer sobre lo gigantesco, si España llega a aprovechar la ocasión que tuvo Piqué en el penúltimo segundo del partido de ayer y luego el viento le hubiera soplado a favor, quizá ahora estuviéramos negando la evidencia. Pero ésta se había puesto de manifiesto con el fracaso rotundo del primer tiempo. Ahora solo cabe reconocerlo y decir que lo bueno lo fue, y mucho, mientras duró. Y trabajar para que vuelva. Justamente, lo que parece que, en su caso, ha hecho Italia.

EMenuda Italia. Ya fuera por mala información o por la pereza mental de recurrir a los lugares comunes, a la selección italiana que llegó a la fase final de la actual Eurocopa se la había infravalorado, describiéndola como un equipo mediocre, por más que mantuviera, eso sí, las características que forman parte esencial del ADN de la Squadra Azzurra, como el oficio defensivo y la competitividad extrema, truquería incluida. Italia no tardó ni veinte segundos en empezar a desmentirlo con una fulminante jugada de ataque. Y se mantuvo en ese discurso durante buena parte del encuentro, aunque, sobre todo, en unos primeros cuarenta y cinco minutos demoledores. Los famosos tres centrales no solo cerraban el camino hacia su portería sino que daban la salida hacia la contraria, incluso con largas arrancadas. Lejos de especular en busca de un miserable golito, los italianos atacaban con muchos jugadores, movidos con criterio por un De Rossi que abría el campo para que por la banda que quedaba más despejada irrumpiera un ciclón. Y delante tenían a dos verdaderos delanteros, rápidos e imaginativos, como Éder, o poderosos y rompedores como Pellé. Con un portero menos inspirado que De Gea enfrente, los italianos se habrían ido al descanso con todo resuelto.

EDesconcertada España. La selección española sobrevivió precariamente en esos primeros 45 minutos, en los que se equivocó en todo. Supuestamente, Italia les iba a entregar el campo y el balón para encelarla y luego clavarle arteramente la puñalada por la espalda. Como no fue así, sino que Italia no cedió ni un centímetro sino que, por el contrario, presionó a los defensas españoles para dificultar la salida del balón, la roja -ayer de nuevo la blanca, como contra Croacia, color que por lo visto no le sienta bien- perdió no solo la paciencia sino hasta sus señas de identidad. En vez de tocar y tocar buscó el juego directo, en el que llevaba todas las de perder, porque la defensa italiana devolvía todo lo que le llegaba de lejos y por arriba. Busquets no existía e Iniesta no estaba. Y Silva y Cesc no podían con todo. El desconcierto de España alcanzaba a su capacidad de reacción. Se notó hasta en el gol que marcó Chierini, uno de los tres centrales. De Gea había hecho una parada muy meritoria al tiro de Éder en un saque de falta, pero él mismo tardó en levantarse y ninguno de sus defensores acudió en su ayuda.

EReacción tardía. En el segundo tiempo España mejoró su imagen. Quizá porque se colocó mejor, quizá porque los italianos acusaron el tremendo esfuerzo que habían hecho hasta entonces. También, porque los cambios le dieron otro aire. La apuesta de Del Bosque por Nolito volvió, como contra Croacia, a ser tan poco rentable como un valor de la Bolsa después del Brexit. Aduriz, su sustituto, puso voluntad y valor, pero muy pronto le desguazó la tremenda costalada a que le condujo un sibilino empujón de Parolo cuando se lanzaba a rematar un centro de Juanfran. Quizá quien más aportó fue Lucas Vázquez, por la frescura de su iniciativa, pero no llegó a ser decisivo. Nadie en la selección española, desnaturalizada de sí misma, lo fue.

EOcasiones españolas. Si en el primer tiempo todas las ocasiones de gol habían sido italianas, en el segundo las hubo también españolas. Buffon, que hasta entonces apenas había sido molestado por un tiro de Iniesta, de hubo emplearse a fondo en varias oportunidades. La última, tal vez la más importante y, desde luego, la más decisiva, en el tiempo de prolongación, cuando acertó reaccionar, estirándose hacia su derecha, ante un remate a quemarropa de Piqué, convertido, como tanto le gusta, y hace bien, en un delantero centro ocasional, posición en la que poco antes no había sacado provecho de un cabezazo en posición ventajosa.

EMazazo italiano. La parada in extremis de Buffon no solo salvó a Italia de ir a la prórroga sino que le dio la oportunidad de terminar el partido en belleza, remachando su victoria con un gol en el que vino a compendiar las cualidades que había exhibido en el partido: un contragolpe por la izquierda, un gran cambio de juego -esta vez, de Insigne- hacia la otra banda, la entrada en solitario de Dammian y el remate a bocajarro de Pellé.