Javi no le tiene que demostrar nada a nadie a estas alturas de su carrera deportiva porque su palmarés habla por sí solo. Pese a perderse esta cita olímpica no deja de ser uno de los mejores de la historia y no necesitaba colgarse una medalla de oro para ser mejor en lo suyo. Estos días tuve la suerte de estar con él y, tras el fatídico accidente que sufrió, demostró una entereza impropia de una persona que había perdido tanto. Era él el que animaba a los suyos, el que trataba de ver el lado positivo, si es que lo hay en estos sucesos, de las cosas.

Javi sabía que siempre que sales a rodar existe riesgo de lesión, vivía con ello y por eso es capaz de llevarlo bien, aunque es normal que los primeros días, sobre todo cuando se estén disputando los Juegos, sienta el bajón típico del que ha perdido la oportunidad de estar ahí.

Me queda la pena de no haber podido entrenar más con él, pero solo puedo darle ánimos sabedor de que volverá todavía más fuerte de lo que estaba ahora. Él sabe que su carrera no se termina aquí y si quiere seguir estoy seguro de que en los próximos Juegos Olímpicos volverá a tener una oportunidad.