Hasta siempre Michael Phelps. Porque el estadounidense se va pero su recuerdo quedará unido a la historia de los Juegos Olímpicos. Río de Janeiro parece su verdadero punto y final tras el amago después de Londres 2012. "Estoy preparado", asume. Y es que en Brasil se ha mostrado como un hombre más maduro, sereno, lejos de los problemas personales con su padre que le atormentaron durante una época de su vida y sin nada que demostrar ni a nadie ni a él mismo. Saldadas algunas cuentas, sobre todo al recuperar el trono de 200 mariposa, no le queda nada más por conquistar. En sus quintos Juegos Olímpicos ha batido los pocos récords que le quedaban sin poseer. Si acaso el de campeón de más edad, 30, que logró con su título de 200 mariposa y días después se lo arrebató Anthony Ervin, de 35. Ahora tiene por delante un reto incluso mayor: ser padre. Boomer asistió paciente a sus últimas hazañas desde la grada y ahora el Michael padre y marido y no el Phelps nadador y estrella, desea estar presente para las próximas suyas.

Lo que se queda es su legado. No solo su descomunal número de medallas, 28 con 23 de oro. También su capacidad de inspiración. La natación se ha hecho más grande gracias a él. No queda un rincón del mundo al que no hayan llegado sus gestas. No hubo ni habrá mejor embajador. Ni en sus mejores ni un sus peores momentos. Los tuvo después de Atenas 2004, cazado ebrio al volante. Y de Pekín 2008, cuando una fotografía suya fumando marihuana dio la vuelta al mundo. También al finalizar Londres 2012, detenido por conducir bajo los efectos del alcohol y por exceso de velocidad. Pero también fue un ejemplo de redención. En la capital británica había anunciado su retirada. Se negó a ser recordado por estos incidentes, se sometió a rehabilitación durante seis meses en un centro de Arizona, se comprometió de nuevo con su entrenador Bob Bowman y volvió para agrandar su mito.

Atrás deja momentos imborrables. Llegó para revolucionar la natación. Reinaba entonces Ian Thorpe al que no tardó en destronar aunque antes el australiano pudo ponerse la medalla al proclamarse campeón de 200 libres por delante del estadounidense en Atenas 2004, considerada una de las mejores carreras de todos los tiempos, con el holandés Pieter van der Hoogenband segundo y Phelps tercero. Ellos le enseñaron el camino. Le hicieron más fuerte. Lo mismo que Ian Croker, que era más rápido pero al que siempre batió porque no podía soportar ver la sombra del espigado nadador de Baltimore detrás. También fueron legendarios sus duelos con Laszlo Cseh y Ryan Lotche, en los últimos tiempos con Chad le Clos. Y para la historia quedará esa llegada ajustada con Miroslav Cavic en el 100 mariposa de Pekín. El serbio todavía reclama que fue primero. Por no hablar de los memorables relevos. Explosividad dentro del agua. Recuerdos olímpicos cosidos a la retina de toda una generación.

Y es que Michael Phelps es el nadador perfecto. Su fisionomía le convirtió en una barca idónea para moverse por la piscina, con la mejor base de flotabilidad, unos remos largos que agarran litros de agua en cada movimiento y un motor a propulsión a base de patadas poderosas. Todo aderezado con una técnica exquisita, tanto por encima como por debajo del agua y que cada ciclo olímpico fue a mejor. Sus métodos son revolucionarios. De comidas, de recuperación, de descanso. También en eso va dos pasos por delante del resto. ¿Cuántos están dispuestos a someterse y soportar lo que él? Ninguno o casi ninguno. Pero por encima de todo está su competitividad. Lo dice todo en su mirada. Se ve en ella que va a comerse el mundo y a todo aquel que se interponga en su camino. Y así hasta 23 veces en los Juegos Olímpicos. ¿Y ahora qué? Siempre nos quedará Katie Ledecky.

La nadadora estadounidense se erige como la única capaz de llenar ese vacío. Desafío descomunal para una niña de 19 años que rechaza convertirse en profesional pero que está llamada, igual que Phelps, a marcar un antes y un después. La similitud en sus carreras tiende a las comparaciones, ya que ambos debutaron en unos Juegos con tan solo 15 años. Pero Ledecky fue capaz de proclamarse campeona olímpica en su primer intento mientras que Phelps solo pudo ser quinto. Pero son dos nadadores con muchas diferencias. A Ledecky todavía le falta la velocidad, aunque en Río ya demostró que es capaz de ganar el 200 metros, prueba en la que confluyen los velocistas y los fondistas, y sumó cuatro oros y una plata. Ahora se marca nuevos retos ya que el fondo lo ha saqueado a base de récords mundiales. Ya probó suerte en los estilos. Si sigue por esas aguas, parece muy difícil no prever su éxito de este animal de la piscina.