Orlando Ortega, nacido junto a La Habana hace 24 años, consiguió la medalla de plata en la final de 110 metros vallas y devolvió al atletismo español al medallero olímpico, del que faltaba desde los Juegos de Atenas 2004. La decimotercera que consigue España en el rey de los deportes y la primera que no llega procedente de los concursos o de las carreras de 1.500 metros en adelante. La velocidad, un territorio virgen en el medallero español se estrenó gracias a este eficiente vallista, perfecto en lo técnico, que explota siempre en el tramo final de sus carreras lo académico de su estilo y la energía con la que llega a los últimos metros.

El plusmarquista español, que obtuvo el pasaporte hace unos meses y cuyo concurso en Río llegó a estar en el alero por el trabajo de la burocracia cubana, se quedó ligeramente en los tacos lo que seguramente le impidió pelear por la victoria con el jamaicano Omar McLeod (13.05). Pero su progresión le alcanzó para lograr la plata con un tiempo de 13.17.

McLeod, el único que ha bajado de los 13 segundos este año (12.98 en Shanghai), partía como favorito con la misión de dar a Jamaica su primer título olímpico en esta disciplina. El actual campeón mundial bajo techo fue el mas rápido en series (13.27) y en semifinales (13.15). Una victoria suya era el resultado más lógico.

Sin embargo, su octavo puesto en Mónaco, su última competición antes de Río, en la que fue batido por Orlando Ortega, había suscitado algunas dudas.

También España aspiraba a conseguir su primera medalla en una prueba en la que nunca había llegado más arriba del séptimo puesto (Javier Moracho en Moscú'80, Carlos Sala en Los Ángeles'84). Y para ello contaba con un atleta extraordinario, nacido en La Habana y nacionalizado español en 2015.

Ortega había sido sexto en Londres 2012 con el equipo cubano y progresó hasta ser el más rápido del mundo en 2015 (12.94). Este año llegaba a Río como tercero en el ranking con 13.04.

Las semifinales refrendaron el cartel de favorito para McLeod, pero no despejaron las dudas. Se presentaba una final muy igualada con media docena de aspirantes a un podio que premiaría a quien no cometiera errores, en una prueba con diez trampas en el camino.

Ortega fue el más rápido en perder contacto con los tacos de salida (127 milésimas), pero en los primeros apoyos se quedó clavado en tanto que McLeod seguía una trayectoria regular de salida a meta. A mitad de carrera Ortega todavía tenía cuatro adversarios por delante, hasta que sacó a relucir su poderoso remate y llegó a tiempo de colgarse la plata.

La primera potencia mundial del atletismo -también en esta disciplina-, Estados Unidos, acaparó 20 de los 28 títulos olímpicos anteriores y se permitió el lujo de no traer al actual campeón y récord del mundo, Aries Merritt, que no se clasificó en las pruebas de selección. Una prueba más de lo brutales que pueden llegar a ser los trials americanos y lo rígido del sistema. El que no gane ese día no acude a los Juegos.

Al frente de la inexperta terna estadounidense estaba el campeón nacional, Devon Allen, de 21 años, que llegaba segundo del ranking con 13.03, pero la final olímpica los superó a los tres. Allen, el mejor, terminó quinto con 13.31. Para ellos gente como McLeod y Ortega ahora mismo están a otro nivel.

El vallista español se hizo pedazos nada más cruzar la línea de meta. Lloró de emoción como un niño pequeño y se envolvió en una bandera de España. Pocos discursos más patrióticos como el de este chico procedente de Cuba que no se cansa de repetir que este país se lo ha dado todo. Pero él también ha devuelto lo suyo. Lo primero, esta medalla que le recuerda a España que el atletismo también le puede dar grandes alegrías.

La siguiente en la lista para dar una nueva alegría debe ser la saltadora cántabra Ruth Beitia, señalada desde hace meses como la esperanza más firme para conseguir una medalla olímpica para el atletismo español.