"Me estoy haciendo viejo" dijo entre risas Usain Bolt cuando caía la noche sobre el estadio olímpico de Río de Janeiro. Solo media hora antes había confirmado su condición de extraterrestre al lograr en la final de 200 metros su octava medalla de oro olímpico.

Segundo triplete después del logrado en los 100 metros. Pero la frase pronunciada en la zona mixta y sus gestos nada más cruzar la línea de meta delataban un punto de frustración que pocas veces se ha visto en Bolt. Lo que supone caer en la cuenta de que aquel atleta de 19.19 en los 200 y de 9.58 en el 100 ya no volverá.

Tampoco sucede nada porque el actual Usain Bolt es un espectáculo para la vista como lo fue el anterior, pero el jamaicano tenía un plan para su última carrera en solitario en unos Juegos Olímpicos y las cosas no salieron como imaginaba el atleta.

Bolt tenía la intención de marcharse de los Juegos con un recital que incluyese el récord del mundo o una de las mejores marcas de toda la vida. Pero la realidad y el tiempo son tozudos. La idea del velocista era que las eliminatorias de 100 y de 200 le diesen la chispa necesaria para correr la final como en aquella noche de Berlín.

La carrera demostró que los genios como Bolt también fallan en sus misiones. La lluvia asomó para humedecer el ambiente, para mojar la pista y enfriar la temperatura. Compañeros de viaje que no hacían presagiar nada bueno. Aún así Bolt se tomó la prueba a conciencia. Se comprobó como nunca en la curva que hizo a todo tren. Su gran especialidad. Se tragó a Lemaitre que corrió por su derecha y a Martina que lo hacía por la calle ocho. Rugía el pueblo porque intuía que la "sorpresa" que guardaba Bolt era tal. Pero en la recta le pesaron los treinta años que cumplirá esta semana y los diez años en la absoluta cumbre. Apretó como no lo ha hecho en años, diez metros por delante de sus rivales que juegan en otra división. Ajeno a lo que sucedía alrededor, Bolt competía contra el de Berlín y perdió. Cuando cruzó la línea de meta volvió la vista hacia el marcador y no pudo reprimir un par de gestos de enojo antes de entregarse al festival de sonrisas, de poses y de selfies con los aficionados. La máquina de producir dinero se ponía de nuevo en funcionamiento. Pero en el fondo quedaba ese pequeño resquemor que consiste en comprobar que hubo un Bolt maravilloso que no volveremos a disfrutar.

Aún así la marca (19.79) y la forma de ganar vuelven a acreditar s insultante superioridad ante una colección de aspirantes que parecen cada vez más lejos de él. Paradojas que confirman la categoría tan extraordinaria del velocista. Un Bolt normalito sigue sin encontrar nadie que en 200 metros sea capaz de seguirle de cerca. Más que radiografía de la velocidad actual es una radiografía de su grandeza como atleta.

Por detrás del paseo del jamaicano hubo una pelea enconada por situarse junto a él en el podio. Mucho meritorio que completaron una final algo floja a nivel de marcas pero que permitió que un currante de la velocidad como Cristophe Lemaitre se colase en el podio olímpico. El francés, uno de los cinco blancos que han bajado de veinte segundos en esa distancia, se impuso por un pelo a Gemili, el británico, y consiguió el bronce por detrás de Andre de Grasse que parece uno de los grandes aspirantes a ocupar el trono de la velocidad ahora que Bolt inicia el camino a la retirada.

A falta de completar el festival en el relevo corto jamaicano -que se disputaba en el Estadio Olímpico de Río de Janeiro la pasada madrugada- Bolt se marcha de los Juegos Olímpicos sin conocer la derrota en carreras individuales. En su carrera profesional solo aquel nulo en la final de 100 metros del Mundial de Daegu le impidió ganar todas las grandes pruebas en las que ha participado desde que el mundo le descubriera en los Juegos de Pekín.