Una llamada que le cambió la vida. "Estaba en Londres buscándome la vida y un día me suena el teléfono. Atiendo y me dicen 'te llamo de la liga' y yo le respondí '¿de qué liga, de la de peñas de Betanzos?' Me contestaron 'no, de la Liga de Fútbol Profesional, es por un programa de técnicos en China'. Ambos nos reímos, mi respuesta fue espontánea, no sabía nada", aún esboza una sonrisa Saúl Vázquez, natural de San Tirso-Abegondo, recordando esa charla que le convirtió en uno de los 40 técnicos españoles, dos gallegos, que se fueron en 2016 al gigante asiático como parte de un proyecto piloto de LaLiga y el Gobierno chino para impulsar este deporte en el país. Se convirtió entonces en uno de los profesores de la asignatura de fútbol que se imparte en los colegios e institutos. "Es obligatoria igual que matemáticas", puntualiza. "No mandé ningún currículum, pero me decidí en dos días. Yo era de hacer todo cerca de casa. Me lancé y me di cuenta de que fuera también estás bien. Ahora me tira más la aventura", apunta el extécnico de las categorías inferiores del Dépor y segundo de Míchel en el Somozas. Pasó ocho meses "increíbles" y de un innegable "choque cultural" en Beijing, en la supuesta aldea de Miyun con 500.000 habitantes, y en unos días se volverá a ir, esta vez a un centro de enseñanza de Yanqing, "también a una hora de Pekín". Se doblan los participantes del programa y aumenta la cuota gallega. De 40 a 80, de 2 a 5. Un mundo de oportunidades. "Muchísimas. Somos gente formada y el fútbol de LaLiga está bien visto. En nuestro país es difícil entrenar al más alto nivel y fuera sí que puedes realizarte".

"Cuando llegué las niñas me venían en verano a las clases de fútbol con tutú y tacones. Lo hablé con los responsables del centro y en unos días llegaron con 200 botas y las empezaron a repartir". Las dificultades son innumerables, las más insospechadas y hasta cómicas; la voluntad para resolverlas y superarlas es máxima. Volcados. "Era muchas veces desconocimiento. Los profesores te querían ayudar, eran amables, pero, además del idioma, no tenían ninguna experiencia con el balón en los pies. Hacían formaciones militares y repetían acciones a toque de silbato. El primer día que tuve clase le di un balón a cada niño y los solté por el campo. Se asustaron, era como si dijesen '¿pero qué haces? ¿cómo los vas a controlar?' Era chocante, nuestras formas de trabajar eran muy diferentes".

Ese estilo de enseñanza es el que mostraba las deficiencias. "También entrenaba al equipo de fútbol del colegio (y daba charlas de formación a técnicos) y ahí era diferente. Pero en las clases, por cultura, no se atreven. Son tradicionales, analíticos, buscan la repetición. Por ejemplo, en gimnasia, en bádminton son buenísimos. Les cuesta verlo, más que hacerlo. Poco a poco progresamos. Por ejemplo, acabamos jugando 1-2-3-1 en fútbol 7, antes ponían a cuatro atrás. Pensaban que la mejor manera de ganar era retrasarse y defender y les enseñamos que así podían tener control, robo...", relata con entusiasmo las pequeñas, pero grandes conquistas.

Esas barreras culturales eran nimias comparadas con las idiomáticas: "Tuve una traductora un mes y hablaba un gran inglés, pero no tenía ni idea de fútbol y así las explicaciones eran muy lentas. Acabé pidiéndole que me enseñase cuatro palabras y con ellas, un ejemplo y moviendo a unos niños de un lado a otro me hacía entender".

Lo que no faltaba era material. "Era bestial. Además de las botas, como vieron que le daba una pelota a cada niño, al final acabamos con 300 balones; en Abegondo me costaba más tener uno por jugador", ríe y continúa. "Un día utilicé una escalera de coordinación para unos ejercicios de psicomotricidad. Me preguntaron por qué y les dije que eran muy útiles. De repente, aparecieron con quince. También compraron equipaciones y las instalaciones eran magníficas".

Todo para "jugar un Mundial" y organizar la cita de 2050, algo que les obsesiona. "Te lo comentan hasta cenando y yo les digo que claro que podrán disputarlo. Aumentarán los participantes y con semejante país e inversión... Son rápidos, fuertes y listos. Crecerán".

"En China no vi pobreza". No todo fue fútbol. El país le caló a Saúl Vázquez: "La gente es feliz con nada. Los niños están bien alimentados y no les pegan en el cole; son cariñosos, los tratan genial. Viven en sitios pequeños porque quieren, les gusta la calle, los parques, pasear, bailar...". En nada estará de vuelta y continuará la aventura.