Ahora que ha terminado el campeonato nacional de Liga -aunque aún quede el estrambote de la final de la Champions y las promociones- será oportuno y necesario comentar los derroteros sociales y económicos en los que decididamente parece estar ya apresado nuestro deporte. Los de la colonización/fagocitación del fútbol español y del europeo por parte del capital extranjero, sobre todo del de procedencia china. Serán los tiempos cambiantes, la gobalización, el nuevo paradigma, el becerro de oro de la TV?; ahí está el fenómeno y conviene analizarlo. Datos incontestables y preocupantes lo explicitan. A día de hoy la mitad de los clubes europeos más representativos está en manos foráneas. Lo están el Chelsea, el City, el Manchester o el Liverpool , por poner los casos más llamativos de la Premier; lo están ya históricos italianos como el Inter y el Milan (31 años después de que empezara la era Berlusconi); caso similar es de los franceses Paris St. Germain, Mónaco o Marsella y aquí, entre nosotros, aunque en menor proporción, tenemos los ejemplos del Málaga, Valencia, Atético, Granada, Espanyol, o incluso el Oviedo, que obedece, como excepción, a otros parámetros que, al menos al principio, tenían más que ver con el mecenazgo, el altruismo y la generosidad. Y doy fe como notario en primera línea. La única singularidad en el Viejo Continente y entre las grandes Ligas es el caso alemán, cuya legislación prohíbe expresamente la participación extracomunitaria.

Están los Wanda, Suning, Peter Lim, Abramovich, Glazer, Jiang Lizhang, Al-Fahim? El tamil, el mandarín, el malayo, el árabe? La confusión de lenguas y el nuevo Babel. Pintorescos y atrabiliarios personajes, desbordados de oro, que pretenden compran, no importa el precio, la titularidad de los clubes, la ilusión de los aficionados y esos intangibles y referencias por las que al final parece conducirse el planeta. Nuevos iconos o viejos mitos que hoy representa el fútbol. Las cosas más que nunca ahora son lo que parecen. Con el doble juego de la apariencia anodina o banal y la adscripción pasional, de por vida, a unos colores, a una indumentaria, al sucedáneo del triunfo, al éxito, al espejismo del primer mundo. Esa locura desatada está en el África profunda con las antenas en las chozas, en las jaimas de emiratos dorados de los jeques o en los ya casi incontables amarillos que comienzan a desbordar de estas emociones. Está en el pasaporte internacional de la pelota, sus ídolos, los clubes de referencia, la nacionalidad de las nacionalidades. O en esos niños desplazados de la guerra que aparecen en su travesía a la nada arropados con una camiseta del Madrid o del Barça. El mundo hoy es imagen, centelleos de plasma, ilusiones de poder, vanidades, juegos -y no juegos- de guerra, metáforas de la globalización. Eso es lo que refleja el fútbol y lo que compran esos magnates de las finanzas. Una marca, no un escudo; la primera imagen de todos los telediarios. ¡Qué importa el precio si la repercusión -la visibilización- es planetaria!

Todo este juego de cesiones o patrocinios, todo el mercadeo de pasiones o representaciones y de deudas acumuladas, sin importar su cuantía, va propiciando, de momento, el saneamiento de muchos clubes españoles o europeos que estaban al borde de la bancarrota, pero puede traer también riesgos indudables: los cambios de rumbo de los grandes capitales, el lavado de dinero, las sociedades pantalla, la evasión de impuestos, sombras y dudas sobre las que está comenzando a actuar la lupa de las agencias tributarias, abierta ya la veda sobre las figuras del balompié que tienen -parece- sus pies de barro en paraísos fiscales. En el mercado español el peligro acecha principalmente a los clubes que se convirtieron en sociedades anónimas y viene acentuado por las nuevas normativas que dan vía libre a la presencia de ejecutivos extracomunitarios en los órganos de administración, es decir, a inversores de terceros países. La China superpoblada, desbordada de activos y energías, compradora de gangas y oportunidades -ese peligro amarillo- acaba, sin embargo, de establecer gravámenes del 100% sobre los jugadores extranjeros que entren en sus campeonatos. Sería lógico exigir la reciprocidad.

El capital nunca es inocente y siempre cobra rehenes y beneficios.