Roland Garros comenzó sin brújula en el cuadro femenino, desprovisto de la estadounidense Serena Williams y de la rusa Maria Sharapova, y se quedó pronto sin la defensora del título, Garbiñe Muguruza, huérfano de un referente que seguir.

En ese desierto de nombres apareció como un vendaval una letona que no tenía 20 años cuando comenzó el torneo, que no había ganado un partido en Grand Slam de tierra batida y cuyo nombre no sonaba a nadie.

Pero, a base de una potencia poco común en el tenis femenino, Jelena Ostapenko llegó a la final dejando estupefactos a todos, con un descaro propio de una campeona, un fenómeno que se pondrá a prueba frente a la rumana Simona Halep, que por segunda vez opta a ganar Roland Garros tras dominado la temporada de tierra.