Rusia, el equipo anfitrión de la Copa Confederaciones, afronta el torneo en plena crisis de juego y resultados, pero obligado a dar la cara, más aún cuando abre mañana la competición ante Nueva Zelanda, y el próximo año se juega el Mundial en su propia casa.

Tras los batacazos del Mundial de Brasil y la Eurocopa de Francia, en la que fue eliminado en la primera fase, la prensa local no sueña con grandes hazañas.

Las esperanzas que despertó el nombramiento de Stanislav Cherchésov como seleccionador se han desvanecido, ya que ha sufrido tres derrotas y tres empates en una decena de amistosos desde que asumiera el cargo hace un año.

Sólo la reciente victoria en Hungría (0-3) y el meritorio empate de la pasada semana ante Chile (1-1), favorita a la victoria en el torneo, ha insuflado optimismo a aficionados y prensa especializada.

Después de muchos experimentos, Cherchésov parece haber apostado por una mezcla de veteranos y jóvenes, que son los que deben defender el orgullo patrio dentro de un año en el Mundial. La estrella del equipo es, sin lugar a dudas, Fiódor Smólov, el delantero del Krasnodar que ha sido el pichichi de la liga rusa las dos últimas temporadas.

A sus 27 años, Smólov, quien ya dio muestras de su clase en la Liga Europa, llega en plenitud a este torneo, por lo que será la clave del potencial ofensivo de su equipo.

Y es que las bajas han dejado cojo al combinado ruso, ya que en el último momento se han caído de la lista Dzagóev, y el Dzyuba.

El centro del campo demuestra el estilo que intenta imponer el seleccionador, ya que se trata de futbolistas de brega, pero con calidad.

El mediocentro será Glushakov y como enlace entre el ataque y la defensa el elegido será probablemente Golovin.

La clave estará en las bandas, ya que Cherchésov saldrá de inicio con dos falsos laterales, muy ofensivos Zhirkov y de Samédov.

Si la apuesta en la banda izquierda es Kombárov, el equipo ganará en defensa, pero perderá en ataque, ya que el lateral del Spartak es muy limitado técnicamente.