Renato Curi disfrutó de un tiempo en el que al fútbol le preocupó siempre más el espectáculo que la salud de quienes lo producían. Este joven jugador del Perugia no tuvo tiempo de convertirse en una estrella del deporte porque su corazón se detuvo antes de tiempo en un encuentro contra la Juventus en una tarde que nunca han olvidado los aficionados más veteranos del equipo de la región de Umbría.

Era el 30 de octubre de 1977. El Perugia, el modesto equipo de la región de Umbría, recibía a la Juventus en la quinta jornada. Marchaban igualados en lo alto de la clasificación junto al Milan. Día de fiesta en el Pian de Massiano, el estadio recién inaugurado que no tardaría en cambiarse de nombre y que solo un año atrás había sido escenario de un día negro en la historia de la Vecchia Signora. Una derrota en la última jornada en Perugia les había arrebatado el título de Liga que había caído en manos de su vecino y gran rival: el Torino. La única Liga que ha ganado el conjunto granota desde la Tragedia de Superga en 1949. Todo un acontecimiento para el fútbol italiano. Aquel 1-0 fue una puñalada en el corazón de los blanquinegros y posiblemente el día más feliz en la vida de generaciones enteras de seguidores del Torino que convirtieron en parte de su leyenda a un pequeño centrocampista llamado

Renato Curi, autor del gol de la victoria aquella tarde de ensueño al cazar una volea en el segundo palo ante la que no pudo hacer nada el gran Dino Zoff. Renato Curi, apenas metro sesenta y cinco de futbolista, el pelo largo, el bigote setentero, era pese a su edad el motor del Perugia que solo dos años antes había regresado a la Serie A. Él había tenido mucho que ver desde su llegada procedente del Como cuando solo tenía 21 años. Ilario Castagner, el entrenador, le había entregado el control del equipo y en solo un año el Perugia estaba de vuelta en la máxima categoría. Su fichaje había sido curioso. El técnico había acudido a un partido de promoción de la Serie C con la idea de seguir a un compañero de Curi y se encontró lo que no esperaba. Aquella máquina centrifugadora, como le llamaron en algún momento, fue uno de los responsables del nacimiento del Perugia de los milagros, el del ascenso en 1975, el sexto puesto en su primera temporada en la Serie A en 1976, el de la victoria sobre la Juventus en esa última jornada con la que aún sueñan los hinchas del Torino y el que conseguiría poco después el subcampeonato, solo superado por el poderoso Milan.

No era de extrañar que la Juventus acudiese a Perugia en la quinta jornada de la temporada 1977-78 convencida de que le esperaba una tarde realmente compleja. Además, para añadirle más complicaciones, una tormenta descargó con furia durante el primer tiempo y puso el campo muy pesado. En aquellas condiciones la fuerza de Renato Curi brilló por encima del resto. Era un mediocampista incansable, de buen toque, que combinaba con rapidez en corto y que siempre tenía claro el espacio que debía ocupar. En un tiempo complicado para la selección italiana su nombre ya estaba apuntado en la agenda de Enzo Bearzot, el técnico que acabaría en 1982 por devolver a la azzurra a lo más alto del mundo del fútbol. La llamada no se había producido, pero parecía inminente. En ese primer tiempo contra la Juventus había sufrido un fuerte encontronazo con Causio que a punto estuvo de ponerle fuera de partido. Un esguince que se solucionó con un fuerte vendaje y la determinación habitual del futbolista por jugar todo lo que podía.

Curi no había tenido una buena semana. Durante uno de los entrenamientos previos al encuentro no se había sentido bien. Los médicos del Perugia habían repetido que se trataba de esa irregularidad en el corazón que ya le habían diagnosticado tiempo atrás y que se solucionaba con un día de descanso. "Tengo un corazón loco" solía bromear Curi en el vestuario cuando le sucedía uno de esos episodios o alguno de los ayudantes trataba de medirle el pulso y tenía la sensación de que su corazón se detenía. Al futbolista lo habían llevado al Centro Técnico de Coverciano, especialistas en dolencias del corazón, y allí lo habían declarado apto para el fútbol. Dijeron que sufría una arritmia sin más y que su estado era el mismo que cuando jugaba en el Como y, tras detectarle el problema, le habían llevado por primera vez allí. El día antes del partido ante la Juventus ya estaba como siempre, corriendo como una fiera y dejándole claro al técnico que nada le impedía estar en el equipo inicial.

Cinco minutos después de que comenzase la segunda parte, cuando la Juve se preparaba para sacar de banda, Curi cayó desplomado sobre el césped. Un instante antes se había echado la mano al pecho. Las escenas habituales de estos casos. Jugadores que llaman nerviosos a la banda, las asistencias que entran con cierto descontrol y el silencio en la grada. Los gestos de tres de sus rivales, Benetti, Bettega y Scirea invitaban a la preocupación. Apenas media hora después, el hospital de Perugia anunciaba oficialmente su fallecimiento. Los esfuerzos por reanimarle en el campo habían resultado inútiles y cuando llegó al centro hospitalario ya no podían hacer nada por su vida. Su mujer descubrió la tragedia nada más llegar al hospital; sus compañeros, justo cuando el árbitro pitó el final. Un drama infinito.

La autopsia reveló lo que todo el mundo sospechaba. Renato Curi sufría una grave dolencia crónica en el corazón incompatible con la práctica deportiva al máximo nivel. Lo incomprensible es que le hubiesen permitido competir en esas condiciones, que él lo hubiese aceptado -si es que conocía realmente su estado- o que profesionales de la medicina hubiesen mirado hacia otro lado. Todas esas preguntas trataron de responderse en el juicio que hubo meses después y en el que se sentaron en el banquillo de los acusados Mario Tomassini (médico del Perugia) así como Fino Fini y Giancarlo Branzi (director y cardiólogo respectivamente del Centro Técnico de Coverciano). Salieron libres de penas y como dijo el fiscal del caso en su alegato final "parece que cuando un jugador entra en un equipo profesional se convierte en un simple número para técnicos, médicos y gerentes". El nombre del Renato Curi, que se quedó el estadio del Perugia, sirve como recuerdo de una de las tragedias más absurdas que ha vivido el fútbol.