Ruth Beitia, la selección española femenina de hockey sobre patines, la periodista extremeña Leticia Antúnez, la jugadora de extremeña del Atlético de Madrid Carmen Menayo y el Club Baloncesto Al-Qázeres, son algunos de los galardonados con los III Premios Mujer, Deporte y Empresa.

Estos premios son convocados por el Instituto de la Mujer de Extremadura (IMEX) y la Fundación Jóvenes y Deporte, y han sido dados a conocer por la directora general de Deportes, Conchi Bellorín, la directora del IMEX, Elisa Barrientos y la directora general de Empresa y Competitividad, Ana María Vega.

Bellorín ha destacado que entre las premiadas se encuentran mujeres y entidades que han contribuido de forma decisiva a la visibilidad de las deportistas femeninas, mostrando su satisfacción por la continuidad tanto de los premios como del Congreso Mujer, Deporte y Empresa.

Entre las premiadas se encuentran referentes como la selección española femenina de hockey sobre patines, que recibirá el premio al Mejor Equipo, con éxitos recientes como el Campeonato del Mundo; la periodista, Leticia Antúnez, por su trayectoria en Canal Extremadura, y el Club Baloncesto Al-Qázeres, como mejor entidad.

Ruth Beitia puso fin ayer a su larga y exitosa carrera en el mundo del atletismo, marcada principalmente por la segunda oportunidad que ella mismo se decidió dar cuando quiso dejarlo tras los Juegos de Londres de 2012.

"En la vida hay que tener para todo su momento. Y después de Londres, habrá llegado el mío", señaló el 8 de marzo de 2011, todavía a un año de afrontar una cita olímpica, la tercera de su carrera, donde aspiraba a lograr el sueño de la medalla que cerrase un gran palmarés.

Pero ese sueño no se cumplió. Beitia superó el listón de los dos metros por primera vez en una gran competición internacional, pero no le bastó para alcanzar un podio después de tres nulos sobre 2,03, lo que le habría supuesto un nuevo récord de España y el ansiado premio a una trayectoria ya con siete medallas internacionales.

Era el agridulce adiós de una carismática deportista, siempre con una sonrisa y optimismo por delante ante cualquier vicisitud, y que desconocía que esa medalla de chocolate reactivaría a su animal competitivo, siempre junto a su otra mitad, Ramón Torralbo, el técnico encargado de pulir el diamante que era.

Beitia recuperó la motivación y provocó que nadie mirase su carné de identidad cuando retornó a la competición. Comenzó a entrenar más duro en Santander, escenario en el que volvió y donde no pasó del 1,90. Menos de dos meses después de ese salto, se colgaba el oro continental indoor en Goteborg, el primer metal de los ochos que logró en cuatro años para el total de 15 que adornan su currículum.

La santanderina no desaprovechó la prórroga que se había concedido y vivió su mejor época deportiva. Logró el bronce en el Mundial de Moscú apenas un año después del sinsabor olímpico y no paró en su ambición e ilusión. El oro en el Europeo de Amsterdam de 2016 significó el tercer consecutivo y de nuevo la presión para el sueño olímpico del mes siguiente.

Río de Janeiro le esperaba como una de las favoritas como hace cuatro años en Londres, pero en esta ocasión incluso para el oro. En una lluviosa noche Beitia no dejó pasar en esta ocasión el tren y su veteranía le hizo entrar en la historia del atletismo nacional.

Le bastó con saltar 1,96 y ver como sus rivales no lo conseguían para poner el broche dorado a su carrera y alcanzar el sueño que perseguía desde hacía mucho tiempo junto al sempiterno Ramón Torralbo, con el que se fundió en un emotivo abrazo que resumía la incansable lucha de ambos. Ninguna atleta española tenía un oro olímpico y sólo Fermín Cacho y Daniel Plaza podían presumir de ello.

Un año y casi dos meses después de aquella mágica noche en la ciudad brasileña, Beitia ha decidido que ahora sí es el momento de poner fin a su carrera. Lo hace empujada por las lesiones que no impidieron que en marzo subiese al podio en el Europeo en Pista Cubierta de Belgrado ni que forzase para estar en el Mundial de Londres donde no obtuvo un premio en forma de medalla, pero sí en forma de reconocimiento del público y de la IAAF por su fair play con sus rivales, el último premio a una atleta capaz de vencer ese dicho de que segundas partes nunca fueron buenas.