Henri Pellissier, antes de hacerse famoso por sus victorias, lo fue por su carácter. Contestatario y polémico hasta el extremo, este corredor francés sostuvo una guerra durante toda su carrera con los organizadores de las pruebas por lo que consideraba un maltrato inhumano hacia los ciclistas.

Los hermanos Pellissier estaban destinados a ser ganaderos, como sus padres, que a comienzos del siglo XX compraron un terreno en las afueras de París y con enorme esfuerzo fueron saliendo de la miseria en la que habían vivido desde entonces. En sus planes de futuro contaban con que tendrían la ayuda de sus cuatro hijos, pero las cosas no iban a resultar tan sencillas. Se cruzaría en su camino la Primera Guerra Mundial -que se llevaría a uno de ellos- y el ciclismo, que arrastró a los otros tres (Henri, Frances y Charles) al campo profesional.

El primero en romper el plan familiar fue Henri, el hermano mayor. Con diferencia el que tenía más talento y más carácter para marcharse de la granja con 16 años a vivir solo a París, trabajando en cualquier cosa para ganar unos pocos francos y compitiendo los fines de semana como ciclista independiente. Pasó tres años así, alimentando la ilusión de vivir de su afición. Le sacó de aquel callejón un casual encuentro con Lucien Petit-Breton, que ya había ganado dos Tour de Francia. Hablaron una tarde entera y por la noche, cuando se despidieron, le ofreció tomar un tren con destino Italia para unirse a su equipo. Tenía seis horas para decidirse. Pellissier apenas dudó. Guardó en una maleta lo poco que tenía y se plantó en la estación al poco tiempo para comprar el billete que le llevaría al terreno profesional, un mundo en el que sufrió importantes reveses al comienzo, aunque siempre dejó constancia de su clase y sus posibilidades como en 1914 cuando terminó segundo el Tour de Francia.

Amaba el ciclismo, pero detestaba a los organizadores. Tipos que, según él, no tenían escrúpulos y hacían dinero gracias al sacrificio inhumano de los corredores a los que sometía a brutales esfuerzos. El espectáculo se asociaba entonces al número de kilómetros, a las horas que se pasaban subidos en una bicicleta, a la cantidad de puertos que en un solo día se ascendían por carreteras infames. Y ninguno de ellos era como Henri Desgrange, el creador y patrón del Tour de Francia, el hombre más poderoso de su deporte y el que marcaba el camino al resto de organizadores que vieron en el ciclismo una jugosa forma de vida. Pellissier, en aquellos años, se convirtió en la voz crítica del pelotón, en el defensor de los derechos inexistentes de los ciclistas. Desgrange era su gran enemigo, el hombre que encarnaba todos los males que desde su punto de vista escondía el deporte.

Henri Pellissier no era un tipo amable. Todo lo contrario. Era un hombre malencarado, de carácter agrio, difícil en el trato, pero sobrado de personalidad. Por eso era el único que se atrevía a denunciar y enfrentarse a Desgrange públicamente. Lo hizo desde que pisó el Tour de Francia por primera vez. Pero después del parón por la Primera Guerra Mundial ya no era un corredor más. Sus piernas habían ganado varias clásicas, entre ellas la París-Roubaix, y las protestas de uno de los grandes corredores del pelotón encontraban mayor resonancia en los medios de comunicación. Excepto en L'Auto, el periódico propiedad de Desgrange que había promovido el nacimiento del Tour de Francia.

En 1921, antes de conseguir su segunda victoria en Roubaix, Henri y su hermano Francis reclamaron un aumento de sueldo a los propietarios de su equipo. En aquellos tiempos un corredor ganaba unos pocos francos por cada día de competición, recibía la bicicleta y varias prendas de ropa con las que competía. Nada más. Su petición cayó en saco roto y ellos tomaron la decisión de abandonar La Sportive. Unos días después finalizaban primero y segundo en la París-Roubaix, un día de reivindicación de su figura y de sus derechos como ciclistas. Tras esta victoria redobló sus denuncias y el ataque a la figura de Desgrange, que tomó una decisión propia de cacique de pueblo. Alegó que Pellissier era la clase de ciclista sobrado de talento, pero sin el coraje suficiente para sufrir. Decidió que nunca más saldría en L'Auto. El problema para el patrón del Tour es que solo dos años después Henri Pellissier conquistó por primera vez la ronda francesa y no tuvo más remedio que tragarse su inmenso orgullo y dedicarle la portada de su afamado diario a uno de los ciclistas que más odiaba, el que se había atrevido a discutir su autoridad en público.

Al año siguiente Pellissier y Desgrange volvieron a vivir un episodio del infinito desprecio que sentían uno por el otro. Durante el Tour de 1924 el corredor francés fue penalizado por quitarse uno de los jerseys con los que había comenzado la etapa. El mánager de un equipo rival le había visto y había corrido a denunciarlo ante los comisarios porque suponía saltarse una de las absurdas normas que Desgrange había incluido en el reglamento y que obligaban a acabar las etapas exactamente igual que como se habían empezado. Al día siguiente un comisario se acercó a Pellissier para comprobar si llevaba algo más debajo del jersey y el ciclista se sintió insultado. Buscó a Desgrange, discutieron sobre la estúpida norma y se retiró a continuación. Fue Albert Londres, un periodista inglés que seguía en aquel tiempo la ronda gala, quien contó mejor que nadie todo aquel enfrentamiento entre Pellissier y Desgrange. Era una especie de portavoz del ciclista francés y a él le contaba las penalidades que sufrían mientras duraba el Tour. "El camino al Gólgota tenía solo catorce estaciones mientras que el nuestro tiene quince. Y aún no ha visto nada, espere a llegar a los Pirineos. Aquello que no haríamos con las mulas lo hacemos con nosotros mismos" es de uno de los testimonios más famosos que Londres reprodujo de boca de Pellissier. Precisamente aquellas revelaciones fueron las que llevaron al periodista británico a bautizar a los ciclistas como los "esforzados de la ruta", un término que les ha acompañado hasta nuestros días, y que sirvió como título de un libro en el que describe el día a día de los corredores y donde las denuncias de Pellissier son uno de los hilos conductores de la narración. Es él quien le describe de forma minuciosa el deterioro físico que les produce cada etapa por la pérdida de peso: "Un día nos colocarán plomo en los bolsillos alegando que Dios hizo al hombre demasiado ligero".

Pellissier abandonó el ciclismo en 1927 y llevó su irascible carácter a su vida personal. Su primera mujer, Leonie, amargada por su carácter, se suicidó en 1933 pegándose un tiro con la pistola que él guardaba en la habitación. Tres años después, Henri Pellissier en la misma casa sostuvo una violenta discusión con su pareja de ese momento, Camille. El llegó a amenazarla con un cuchillo, pero ella encontró la pistola con la que se había matado Leonie y le disparó cinco tiros a Henri. Uno de ellos le alcanzó el cuello y acabó para siempre con la vida de uno de los primeros héroes del ciclismo francés.