Esta es la historia de un mal jugador de béisbol que sin embargo pasó catorce años jugando en cinco equipos de las Grandes Ligas. Se llamaba Moe Berg. Le mantuvo en la élite su coeficiente intelectual (muy por encima de la media) y la necesidad que tenía de una tapadera como agente de la OSS (la organización sobre la que más tarde se levantaría la actual CIA), que le había reclutado a finales de los años veinte.

La historia como jugador de Moe Berg es un viaje a la mediocridad. Convertido en un especialista defensivo, nunca hizo nada relevante en su etapa profesional y sus mayores éxitos llegaron siempre lejos del diamante. Sí había destacado en sus años en la universidad porque el deporte le gustaba desde niño, desde que jugaba con sus vecinos de Newark (New Jersey) y se hacía llamar Runt Wolfe, un mote que él mismo se inventó. En Princeton, donde ingresó en 1923, destacó por su impresionante inteligencia. Era un tipo callado, sin demasiados amigos, pero con una asombrosa capacidad para los idiomas (estudió Lenguas Modernas y allí recibió clases de latín, griego clásico, francés, español, alemán, italiano y sánscrito). En su vida llegó a dominar con fluidez siete lenguas. Le gustaba bromear con esa facilidad y en los partidos con el equipo de la universidad intercambiaba consignas con un compañero en latín para desconcentar a los rivales.

Durante un partido entre Yale y Princeton en el Yankee Stadium, Moe Berg llamó la atención de los ojeadores de los New York Giants y de los Brooklyn Robins. Ambos equipos andaban buscando, además, jugadores judíos, con el fin de atraer a más público de este origen a sus partidos (así funcionaba el marketing de entonces). Aunque los Giants eran mejor equipo, Berg se fue a los Robins, donde intuía que tendría más ocasiones de jugar. El 27 de junio de 1923, Moe Berg firmó su primer contrato profesional, como bateador, con un salario de 5.000 dólares.

Pero no tardó en demostrar que el béisbol le interesaba relativamente. Nunca se comprometió en exceso con los equipos en los que jugaba y no sorprende comprobar que durante su carrera fuese incapaz de afianzarse en alguna escuadra. Iba y venía. Incluso se ausentaba en las pretemporadas para dedicarse a viajar a Europa, leer compulsivamente y estudiar. Solo en los Chicago White Sox, donde llegó en 1926, tuvo alguna continuidad después de acceder al puesto de catcher por una serie de lesiones en el equipo. En esta etapa estudiaba Derecho en Columbia y el club le concedía la libertad para ausentarse de entrenamientos e incluso partidos por cuestiones académicas. Extrañaba aquel trato, pero nadie hizo demasiadas preguntas. Aunque Moe Berg nunca lo dijo, en aquel tiempo ya había sido reclutado por la CIA (la OSS en aquel tiempo) como agente de inteligencia. El béisbol era una magnífica tapadera y aunque no fuese nada del otro mundo como jugador, siempre encontraba un equipo en el que refugiarse en aquellos años. Los aficionados, periodistas y algunos compañeros se hacían en ocasiones preguntas sobre su presencia en las plantillas, pero en las altas esferas de los equipos dominaba el silencio.

En invierno de 1932, Berg fue elegido, junto a algunas de las grandes estrellas de la Liga, para viajar a Japón y disputar varios partidos de exhibición contra equipos locales. Su elección resultaba sorprendente, pero atendía a otras cuestiones que se le escapaban a la mayoría de los integrantes de la expedición. Berg llegó a un acuerdo con una productora neoyorquina y además de jugar, rodó una especie de documental sobre el viaje. Un día se separó del grupo y poniendo como excusa una visita al hijo del embajador americano llegó a un hospital, se subió a la azotea del edificio, que era bastante alto, y grabó imágenes de la ciudad.

De vuelta a casa se enroló en los Red Sox de Boston donde disfrutó de sus últimos años de béisbol y se hizo famoso por sus apariciones en un concurso de radio en el que hacía gala de su enorme cultura general. Sabía de todo. En 1940, asumió el puesto de entrenador de los Red Sox, pero en diciembre de 1941, después del ataque de Japón a Pearl Harbour su dedicación a la CIA y al espionaje fue absoluta. La película que grabó en aquella visita a Tokio fue vista por la cúpula militar estadounidense y sería fundamental en la Incursión Dolittle, la primera respuesta americana al ataque de Pearl Harbour cuando Estados Unidos consiguió bombardear la capital japonesa en una compleja operación militar.

Después estuvo en Centroamérica y en Yugoslavia donde llegó con la misión de ponerse en contacto con los grupos que formaban la resistencia contra los nazis. Debía dar su opinión sobre cuál de ellos era más fiable. Berg se entrevistó con todos y finalmente tomó una decisión que sería determinante en el apoyo que los británicos prestaron a Tito. Posteriormente se le encargó un seguimiento al físico alemán Werner Heisenberg (premio Nobel en 1932), del que los americanos sospechaban que estaba detrás del programa nuclear nazi. Moe Berg lo siguió hasta Suiza. Tenía órdenes muy claras: si, en su opinión, los nazis estaban cerca de la bomba atómica, debía matar a Heisenberg o contratar a quien lo hiciese. El veredicto de Berg fue que no, que aún estaban lejos de lograrlo, algo que le salvó la vida al físico, que luego desempeñaría un papel muy importante en la Alemania de la posguerra.

Al finalizar la guerra, Berg volvió a Alemania con el equipo de especialistas encargados de continuar las investigaciones sobre el desarrollo atómico del Tercer Reich. De regreso, recibió un reconocimiento oficial por sus servicios, la Medalla al Mérito, pero por razones que no se conocen, Berg rechazó recibirla. Cuando el gobierno de EEUU crea la Oficina Central de Inteligencia (CIA) sobre la infraestructura de la OSS, los cuadros y métodos fueron cambiados por un sistema más burocrático y profesional, en el cual, el enigmático Berg no tenía cabida. Por tanto, su carrera como espía, al menos de manera oficial, llegó a su fin.

Según el libro The catcher was a spy de Nicholas Dawidoff, Moe Berg pasó los últimos 25 años de su vida sin un trabajo conocido, aparentemente viviendo de sus amigos y parientes que lo apoyaron por su carismática personalidad, pero hay sospechas que seguía contratado por el gobierno trabajando en la OTAN como asesor. Berg nunca se casó y decía que escribiría su autobiografía revelando todo lo que hizo durante su carrera en el espionaje, pero no lo hizo y por eso los pormenores de su vida como espía no se sabrán nunca. Murió en 1972, a los 70 años de edad, en Belleville, Nueva Jersey, a causa de lesiones sufridas como consecuencia de una caída en su casa. Lo último que hizo fue preguntar cómo habían quedado los Mets. En el fondo, era un aficionado al béisbol.