Las aficiones del Atlético de Madrid y de Racing de Avellaneda han vivido una semana atrapados por la nostalgia y el recuerdo de una de sus grandes leyendas. Panadero Díaz murió a los 72 años de edad y con él se marcha un trozo de la historia de estos clubes. En el barrio de Avellaneda la noticia llega solo un año después de la muerte de Perfumo y los aficionados de Racing empiezan a repetir que el equipo de José está empezando a reunirse en el más allá.

Nació siendo Rubén Osvaldo Díaz Figueras y murió como Panadero Díaz, el nombre sobre el que edificó una brillante carrera y ese carácter irreductible que le convirtió en uno de esos futbolistas que nunca llegan a marcharse de los clubes por los que pasan porque su recuerdo es eterno. "Después de mi familia, Racing" dijo en más de una ocasión. Aunque el Atlético de Madrid fue parte esencial de su vida como futbolista, Racing lo fue casi todo para él. Allí se vistió de corto por primera y última vez. Fue en Avellaneda donde nació Panadero para el fútbol. El apodo le venía puesto de casa. Su padre tenía una pequeña panadería en el barrio de Lanús y nadie se rompió la cabeza para buscarle el apodo cuando a los dieciocho años dejó las inferiores del club y se puso en manos de José Pizzuti, el hombre que acabaría fabricando el equipo más célebre de la historia del club albiceleste.

Díaz no tardó en hacerse un hueco en el núcleo duro de aquel vestuario. Era muy joven, pero los Perfumo, Basile o Pastoriza, algo mayores que él, no tardaron en cederle una silla en la de Tita. Ella era Tita Mattiusi, hija del viejo canchero que cuidaba del estadio que ahora se llama Presidente Perón pero que para los aficionados siempre será el Cilindro. La familia Mattiusi vivía allí mismo, en la parte baja de una de las gradas. Por razones que solo explica la costumbre y el tiempo, los escogidos de Racing de Avellaneda desayunaban juntos en la casa de Tita. Todas las mañanas, una hora antes de comenzar el entrenamiento en el estadio. Allí se forjó el carácter y el espíritu solidario de un equipo que sería eterno. Panadero Díaz no tardó en integrarse en ese grupo de futbolistas. Soltero como ellos, compartieron aventuras dentro y fuera del campo. Se hicieron célebres tanto por su entrega dentro del terreno como por su capacidad para disfrutar de la vida fuera de él. Cuando se iban de fiesta la noche antes de un entrenamiento tenían la costumbre de no ir a sus casas a dormir. Lo hacían en el estadio, en las camillas de masaje, porque así se ahorraban un par de desplazamientos y podían apurar el tiempo de descanso. Por la mañana se levantaban y se acercaban a desayunar a casa de Tita que ese día cargaba más de la cuenta el café. Y luego corrían como nunca en el entrenamiento para que Pizzuti no les dijese nada y reventaban a todos aquellos que durante la noche habían dormido cómodamente en sus camas.

Aquel sentimiento de camaradería gobernó en lo que el mundo conoció como el equipo de José. Una alineación histórica en la que estaban Cejas en la portería, Perfumo, Basile, Pastoriza, Díaz, Cárdenas, Mori o Maschio y que conseguiría devolver a Racing a lo más alto del fútbol argentino. Pero la obra no quedó ahí porque Racing conquistó la Copa Libertadores en 1966 y no contentos con eso derrotaron al Celtic para ganar la Intercontinental de 1967 y convertirse en una leyenda. Sucedió después de tres partidos casi criminales contra el equipo católico y que se resolvió en el desempate (1-0 en la ida para el Celtic y 2-1 en la vuelta para los argentinos), en lo que por algo se conoció como la Batalla de Montevideo y que cayó del lado argentino gracias a un disparo lejano de Cárdenas. En ese duelo por primera vez Panadero Díaz cruzó su camino con el de Jimmy Johnstone, el genial extremo derecho de los escoceses. Solo pudo disputar la ida, porque luego una lesión le apartó de los otros dos partidos. Pero dejó su sello en el Celtic Park. Porque aquel Racing jugaba bien (decían que Pizzuti los mandaba a todos al ataque porque era soltero y entrenaba con la misma irresponsabilidad que vivía), pero peleaba mucho mejor. Hasta el extremo la mayoría de las veces. El Celtic y Johnstone lo entendieron perfectamente.

Panadero no ganó nada más con el Racing en el que estuvo hasta 1972. Pasó unos meses en San Lorenzo antes de que el Atlético de Madrid le fichase para ponerle a las órdenes del Toto Lorenzo, el técnico que armó una versión argentina en el Calderón con los fichajes de Díaz, Heredia y Ayala. Aquel equipo también haría historia, sobre todo en la Copa de Europa de 1974 que estuvo a punto de ganar si no llega a cruzarse en su camino un gol a deshora del Bayern de Múnich en la final. Panadero se hizo célebre por su segundo enfrentamiento en Glasgow contra Jimmy Johnstone, en la indescriptible semifinal jugada ante el Celtic. Para ese partido Lorenzo le pidió que se dejase la barba larga con la idea de intimidar a su rival. Y luego lo mató a patadas, lo que provocó que el partido se jugase a un dedo de generar un problema de orden público. Babacan, el árbitro de aquella guerra, expulsó a Díaz en el segundo tiempo después de que éste le atizase una puntapié en las costillas al extremo pelirrojo: "Me estaba volviendo loco" dijo después. Eso le hizo perderse la vuelta en Madrid y la final de Heysel contra el Bayern, lo que él aprovechó para marcharse a Argentina a acompañar a su madre gravemente enferma.

En sus cuatro años en el Calderón ganaría una Liga, una Copa, la Intercontinental a la que renunció el Bayern y el cariño de una afición que nunca le olvidaría y que siempre le guardaría un sitio en el espacio reservado para los más grandes. Después de esa etapa en Madrid regresaría a casa para cerrar su vida como futbolista con la camiseta de Racing, con los cánticos del Cilindro como música de fondo y los desayunos de Tita como preludio de cada entrenamiento.

Desde entonces, su vida fue la de escudero de Basile. Su hermano en el campo y fuera de él. Segundo del argentino en su carrera como entrenador, juntos vivieron grandes días, como los que compartieron defendiendo la portería de Cejas en Avellaneda. Títulos para Racing, para Boca Juniors y dos Copas América con la selección argentina. Panadero fue en esos años el tipo silencioso que llevaba al extremo aquello de hacer el trabajo sucio dentro de la pareja técnica. En cierta ocasión, en el descanso de un partido, Basile preguntó por él al no verle a su lado durante las correcciones tácticas y la respuesta, por sorprendente, no le extrañó en exceso: "Ahora viene. Está en la grada peleándose con el que te estaba puteando todo el tiempo". Hombre de códigos que uno aprende en la calle. Con Sanfilippo mantuvo una famosa pelea durante un partido en el que llovieron las patadas y que dejó entre ellos una rivalidad exagerada. Treinta años después se vieron en una fiesta en Buenos Aires y Panadero se acercó a él para decirle "salí afuera que vamos a arreglar esto como hombres". Se fueron al aparcamiento y lo solucionaron a su manera, a palos.

Cuando esta semana se supo que había muerto a los 72 años los viejos aficionados del Atlético y del Racing volvieron a repasar todas aquellas batallas en las que el Panadero Díaz era siempre el primero en mancharse.