Para ganar al Barcelona, y más en una final, hay que jugar perfecto, de diez. El nueve no llega. Tampoco el nueve y medio. Cualquier despiste, cualquier error, cualquier detalle inclina balanza. Y siempre suele ser a su favor. El Liceo hizo casi todo lo que tenía que hacer en la final que le enfrentó ayer al Barça en la Copa del Rey. Jugó sin complejos, fue tácticamente y físicamente superior, consiguió que al mejor equipo del mundo, un todopoderoso conglomerado de estrellas, le temblaran las piernas. Pero le falló la bola parada y sin ella la misión imposible toma carices de milagro. Los dos goles que encajó el conjunto verdiblanco se debieron a la efectividad culé en este tipo de acciones. Un penalti de Sergi Panadero y una falta directa de Pau Bargalló. Entre ambas, solo tres minutos y las dos en el inicio de la segunda parte. Lo que podía haber sido devastador no lo fue para un Liceo que no se rindió ni ante las inverosímiles paradas de Sergi Fernández, incluidas cuatro directas y un penalti, y al que solo Carlo di Benedetto consiguió batir para alimentar el sueño al que se aferraron los coruñeses hasta el último momento. La actuación del meta, en el día de su 33 cumpleaños, completó la ecuación letal.

Propuso más el Liceo. Arriesgó, peleó, sufrió, defendió y atacó, sudó, se dejó el alma en la pista. El Barcelona fue más conformista desde la comodidad del que sabe que le llega con medio segundo, un parpadeo, para tener una oportunidad. También hubo polémica arbitral, como manda la tradición en los encuentros entre ambos. El gol anulado a Carlo di Benedetto en la primera parte fue el más discutido. El francés metió el stick para puntear un chut de Sergi Miras, desviarlo y pillar desprevenido por una vez a Sergi Fernández. Los colegiados señalaron que Di Benedetto, que roza los dos metros de altura, había levantado el palo y jugado por encima del metro y medio legal. Por lo demás, las faltas y las azules se repartieron prácticamente por igual. El Barcelona dispuso de tres directas y un penalti. El Liceo, cuatro y uno.

Lo que nadie duda es de la espectacularidad de la final. El partido arrancó tirando por los suelos cualquier teoría de lo que uno y otro podrían hacer. Porque nadie especuló, ni siquiera hubo los típicos minutos de tanteo. Malián se tuvo que esforzar para sacar un tiro de Panadero y el posterior rechace de Pablo Álvarez. David Torres estaba atento a los robos para salir a la carga. Ambos equipos intentaban conectar con el segundo palo. La caballería lista para la acción. La intensidad se veía también en las faltas. En diez minutos ya llevaban cinco cada uno. El ritmo era inusualmente alto. Tanto verdiblancos como barceloneses tiraron de todo el fondo de su banquillo. Juan Copa intentaba contener la reacción catalana con más control y por momentos jugó solo con un delantero, Carlo di Benedetto, con su habitual trabajo de incordiar en el área. Sergi Miras lo intentó desde fuera y se estrelló contra el palo. Le respondió Xavi Barroso con idéntico tiro e igual resultado.

Una azul a Matías Pascual abrió la ronda de bola parada. Martín Payero lanzó fuera la directa. En inferioridad el Barça forzó la décima. Pablo Álvarez se estrelló contra el palo. Empezó también el festival de un Sergi Fernández que lo paraba todo. Sacaba manos, piernas y casco si hacía falta. El gol anulado a Di Benedetto encendía la hoguera. La primera parte se cerró con una directa fallada por Josep Lamas. Seguramente muchos pensarían aquello de que el que perdona, lo paga. Se abrió el segundo acto y dos en la frente. Penalti de Panadero, 0-1. Directa de Bargalló, 0-2.

"Quedan 19 minutos y los dos goles han sido a bola parada. No nos volvamos locos y sigamos con nuestro plan", decía Juan Copa en el tiempo muerto que solicitó. Lo hicieron y tuvieron oportunidades. Y entonces fue el momento de Sergi Fernández. Imposible no perder la fe en la remontada con lo que hizo en apenas 20 segundos. Paró penalti y rechace a Sergi Miras. Lo calcó acto seguido con una directa de David Torres. El único que pudo con él fue Di Benedetto y también necesitó dos veces. A la primera no pudo, a la segunda pilló la bola en el aire y para dentro. El Liceo soñaba, pero estaba en una situación delicada. Con 14 faltas, a una de cumplir el ciclo, obligado a arriesgar e ir a por el empate pero con la soga al cuello porque cualquier error podría suponer la sentencia. La tuvo Eduard Lamas con una directa. Nada. Xavi Malián dejó con vida a su equipo hasta el final al detener otra directa a Bargalló aunque aún tuvo el susto de un palo de Pascual. Incluso dejó su puesto en los últimos segundos para atacar con cinco. Lo que se llama morir con dignidad.