"¿Cuántas veces me habrán preguntado cuál fue mi gol más bonito? Y yo siempre digo que qué sé yo. Hubo tantos... Recuerdo uno... En El Molinón contra el Zaragoza. Centró David y metí la cabeza moviendo tanto el cuello que el balón entró junto al poste contrario. Después del partido el presidente del Zaragoza me dijo: 'No creo que vayas a repetir en tu vida un gol como ése'. Y mira, tuvo razón".

Enrique Castro González, "Quini". Ovetense que no acabó jugando en el Real Oviedo por muy poco. Dicen que el mejor delantero centro español de la Historia. "Nunca me consideré el número uno, qué va, qué va... Nunca en mi vida porque hubiera sido muy torpe por mi parte. Por el Sporting, sin ir más lejos, pasaron jugadores maravillosos".

"Nací un 23 de septiembre de 1949, en Oviedo como te digo. Lo que pasa es que tendría yo unos 5 años cuando a mis padres les dieron una casa en el poblado de Llaranes, en Avilés. Mi padre trabajaba en Ensidesa, hasta aquel momento iba y venía desde Oviedo a la fábrica, pero Ensidesa levantó Llaranes y para allí fuimos".

Una vida infantil siempre al lado de un balón. "Tengo una foto a los 16 meses y ya aparezco con la pelota. En el colegio de los Salesianos tenían un campo de carbonilla, y mejor no caer porque te desgraciabas, pero nos daba igual. Recuerdo tener las rodillas llenas de heridas, con el polvo de carbón metido por la piel. Nunca fui buen estudiante, mi hermano Jesús y yo volvimos locos a mis padres. Poníamos un balón en la ventana, hacíamos como que marchábamos al colegio y acabábamos jugando en el campo de La Toba. Mis padres detrás, y castigo al canto. Piraba todo lo del mundo, la verdad".

Cuando Enrique Castro (senior) apuntó a sus dos hijos mayores a la Escuela de Aprendices de Ensidesa, con el objeto de que aprendieran un oficio y pudieran integrarse en la fábrica, la experiencia fue demoledora. "Casi al final del curso mi padre pasó por la escuela a ver qué tal nos había ido, y los profesores le dijeron que ni nos conocían".

"Mi padre era un tipo majo, se sacrificaba por nosotros y le hacíamos poco caso. Tanto mi hermano Jesús como yo conseguimos ser profesionales del fútbol, pero ¿y si no?, porque eso no lo garantiza nadie. Fue suerte. Había nacido Falo, el tercero, que también hizo pinitos en el fútbol. Yo iba para portero, se me daba bien, pero es que Jesús, algo más joven que yo, enseguida me sacó la cabeza. "Tú yes pequeñu, así que p´alante", me decían. Jesús tenía más planta de portero que yo, sobre todo en aquella época donde se buscaban porteros modelo Iribar".

-¿La suya fue una infancia feliz?

-Muy feliz. Por la libertad, siempre jugando. Recuerdo a un guarda del poblado de Ensidesa que se llamaba Pin. Era cojo, andaba con una cachava y el problema es que el reglamento prohibía que los chiquillos jugásemos al fútbol en la calle. Nosotros, ni caso. Pin se pasó años quitándonos los balones, que, por cierto, no se devolvían. Acabamos poniendo vigilancia mientras los demás jugaban. "¡Cuidado, que llega Pin!". Y a esconder el balón y todos sentadinos. Pero fíjate cómo era yo. Cuando Pin el guarda se hacía con el balón, yo iba por detrás y se lo quitaba porque lo llevaba agarrado con una sola mano, la otra era para apoyarse en el bastón. Y entonces Pin me lanzaba la cachava con una fuerza tremenda, si me pilla me mata. Bueno, pues resulta que Pin es bisabuelo de Mendi, uno de los jugadores de la plantilla del Sporting.

"Un día Mendi me preguntó si le recordaba. ¿Que si le recuerdo? Vaya si le recuerdo. Qué casualidades tiene la vida, ¿no?".

Cuando el fútbol era más hobby que plan de futuro, Quini entró a trabajar en una subcontrata de Ensidesa llamada Montajes del Tera. "Saqué el título de Soldadura Eléctrica y allí estaba yo, con el soplete, cayéndome las chispas por la espalda. Pensé que aquel era mi destino: Quini, el soldador. Mi padre tenía un gran amigo que dirigía una empresa de fresa, Talleres Rosajo, y también practiqué durante algún tiempo, poco, el oficio de fresador. Pero el fútbol era mi vida, recuerdo que a veces llegaba el paisano al taller y yo dándole al balón en medio de la nave".

Ensidesa, la siderúrgica, tenía equipo de fútbol, presidido por Muro de Zaro. "Una plantilla bien curiosa porque a los jugadores que fichaban se les garantizaba un puesto en la empresa y, claro, había gente que veía un futuro porque el fútbol daba para lo que daba. El Ensidesa de entonces estaba en Tercera División. Fiché a los 19 años, debuté en el campo del Marino de Luanco, ganamos por 0-1".

-No me diga nada. Gol de...

-Ja, ja. Sí, sí, fui yo. Córner, cabeza y gol. Oye, y así toda la vida.

22 de diciembre de 1968. "Debuté con el Sporting en Segunda División. En el Benito Villamarín. Perdimos 1-0, con gol de Quino, un jugador alto, de mucha calidad. Al domingo siguiente jugué mi primer partido en El Molinón, empate a uno frente al Celta. Gol mío, en la portería de Casa Aurora; los sportinguistas saben a qué portería me refiero [fondo sur]".

En los años sesenta el Ensidesa se llevaba muy bien con los dos grandes del fútbol asturiano. Sporting y Oviedo militaban en Segunda División. "Había un día a la semana en que el Ensidesa solía entrenar o con los sportinguistas o con los oviedistas. Los dos equipos, al parecer, se habían fijado en mí". Y fue el Oviedo el que se puso primero en contacto.

"Hablaron con mi padre, y mi padre les dijo que para qué me querían. Ellos dijeron que en principio para el filial, el Vetusta. Y mi padre dijo que no, que para cambiar de equipo pero no cambiar de categoría, la Tercera División, pues que no merecía la pena. Yo tenía casi toda la familia en Oviedo, así que no iba a haber problema en ese sentido, pero estaba muy cómodo en el Ensidesa, con el campo de La Toba a cien metros de casa".

Su fichaje por el Sporting, semanas después, fue de esos que ahora se conocen como del mercado de invierno. "En diciembre de 1968 fiché por el Sporting, que estaba dirigido por Carriega, con Méndez Cuervo de presidente. Había empezado la Liga y el equipo llevaba una mala racha. Unos días antes jugué contra el Sporting Atlético y metí cuatro goles. Yo creo que aquello sirvió para que el Sporting se animara definitivamente a ficharme. No sé cuánto cobré, de verdad. Igual eran 25.000 pesetas, o quizá algo más. Daba para vivir pero, claro, si comparamos con las cantidades de ahora... Pero, lo que son las cosas, si el Sporting hubiera empezado bien la temporada, igual no hubieran reparado en mí".

-Y quizá se hubiera convertido en un ídolo azul.

-Quién sabe. O no hubiera hecho nada en el fútbol. Buena parte de mi familia era oviedista de toda la vida y de hecho yo iba de pequeñín a ver los partidos del Real Oviedo al campo de Buenavista junto a mi tío Pepe y a mi tía Adelina. Cuando debuté con el Sporting en Segunda, allí estaba toda la familia, pero nunca dejaron de ser del Oviedo.

"Aquella temporada nos mantuvimos, y a la siguiente subimos a Primera y yo como 'Pichichi'. Mi hermano Jesús ya había fichado antes. Todo me había sucedido en muy poco tiempo. En menos de dos años, de jugar en Tercera a ser llamado para la selección absoluta. Pero el tiempo pasa rápido, a una velocidad endiablada, y en este mundo del deporte, más. Siempre me dije a mí mismo: cuidado, que un año de suerte, una buena racha, la puede tener cualquiera, pero aguantar ahí arriba es complicado".

El seleccionador era Kubala. "Creo que me enteré por la radio, un bombazo. Yo empezaba a sonar, pero de ahí a la selección nacional había un trecho. El 9 de la selección era Gárate, un delantero del Atlético de Madrid que era muy buen jugador y muy buena persona. Jugamos en Zaragoza, contra Grecia, ganamos 2-1 y no salí de inicio. Sustituí a Gárate y marqué un gol".

En aquel equipo que fue testigo del debut como internacional absoluto de Quini estaba otro asturiano, Marcial, fino con el balón como él solo. Y Luis Aragonés mandando; Rexach y Amancio por las bandas e Iribar de portero, entre otros. La experiencia internacional de Quini se resumía en alguna llamada del seleccionador de juveniles, Eduardo Toba, que fue entrenador del Oviedo, entre otros equipos.

Era un fútbol distinto al de ahora. "Todos los equipos jugaban con un delantero centro, un 9 de referencia, se jugaba mucho por las bandas, se centraban muchos balones al área y se remataba mucho. Allí estaba yo, y eso que en el Ensidesa jugaba con el 11 a la espalda y en el Sporting empecé con el 8. Ahora eso de los números ha cambiado. De repente ves a uno con el número 49 que, encima, juega de defensa".

En 1974, "Pichichi" y boda

En 1974, "Pichichi" y boda

"A Mari Nieves la conocía de Llaranes, de toda la vida. Su padre también era trabajador de Ensidesa. Aquel poblado estaba lleno de juventud y de allí salieron decenas de noviazgos. Apoteósico. Recuerdo las calles de Llaranes plagadas de niños, así que no había problema para formar equipos y jugar a cualquier deporte que nos apeteciera. Ensidesa tenía hasta su propio reparto de juguetes en Reyes a los hijos de los trabajadores. Yo tengo una visión de aquellos años como de cuento de Alicia en el País de las Maravillas. Y con mi mujer fue una buena elección, sí. La familia estable, además, tranquiliza al jugador".

Las mujeres. "En mi época las había que rondaban a los jugadores, pero nada que ver con esto de ahora, ¿eh? Vamos, que antes había que buscar un poco más, y por muy conocido que fueras, cuando ibas a un baile te tocaba a ti sacar a bailar... y a ver si querían".

La pareja tiene cuatro hijos, Lorena, Enrique, Jorge y Óscar, y cuatro nietos: Pablo, Ainhoa, Andrea y Lola. "Los tengo a todos en Asturias, Lorena trabajando aquí en las oficinas de Mareo. La familia es algo muy importante y, claro, ahí ocupa lugar mi hermano Jesús".

Jesús Castro perdió la vida en 1993 en una playa cántabra, tras un auténtico acto de heroísmo al salvar de las aguas a unos bañistas. "Fue un palo muy grande, muy grande, porque es que yo con mi hermano había vivido una trayectoria común. Fuimos al colegio juntos, jugamos juntos... Toda una vida. Y de repente... Pero hay que recordar lo bueno, quedarse siempre con lo mejor de los que te rodean. A Jesús le tocó una época deportiva especial, aquellos porteros que jugaban con guantes y ropa de lana, que cuando comenzaba a llover acababan empapados y con cuatro kilos de más. Era otra época. Hombre, a mí de pequeño me tocaron todavía los balones de correa, que cuando rematabas de cabeza acababas haciéndote sangre. Y cuando el balón estaba mojado... Había alguno que jugaba con un pañuelo en la frente, y no me extraña".

Fue comenzar Quini a meter goles en Primera y empezar el Barcelona a merodear alrededor de El Molinón. "De aquella existía el derecho de retención por parte de los clubes, así que se puede decir que yo firmé por el Sporting para toda la vida. Terminabas el contrato, el club te pagaba si quería un aumento del 10 por ciento sobre la ficha, y asunto concluido. Era una injusticia porque convertía a los jugadores en mera mercancía, pero no era cosa del Sporting, el fútbol español funcionaba así. Ahora es justo lo contrario, y eso tampoco es bueno. Es que el fútbol es algo muy complicado, de verdad".

Siete veces máximo goleador nacional

Siete veces máximo goleador nacional

El Barcelona ya había hecho un intento serio al final de la temporada 1975-76, aprovechando el bajón del descenso sportinguista a Segunda. No hubo manera. Quini iba a cumplir 27 años y estaba en el mejor momento de su carrera, plasmada en la fotografía icónica del personaje, una de las imágenes que entrarían sin duda en el top-ten de la simbología rojiblanca: Quini en el aire, en pleno escorzo, rematando aparentemente con su pierna derecha. La foto tiene historia: "La volea no acabó en gol. Fue en El Molinón, era un balón que se iba fuera y yo lo que hago es devolverla al campo para seguir la jugada. Y allí estaba Ubaldo Puche, un paisano increíble que ya tiene más de 90 años y que en la vida hizo de todo, fue submarinista de Ensidesa y luchador de lucha libre. Un caso. Puche estaba sentado, con la cámara en la mano y vio que yo le caía encima, literalmente. Hizo un movimiento y la cámara se le disparó sin querer. Y de ahí salió esa fotografía en blanco y negro. Qué tiempos...".

El Barcelona se lo acaba llevando al final de la temporada 1979-80. "Había diferencia económica, pero no creas que tanta. Ya ni me acuerdo. Lo del fichaje por el Barcelona yo me lo pensé mucho porque estaba a punto de cumplir los 31 años y se me metió en la cabeza que quizá ya no estaba en condiciones de rendir como la gente esperaba de mí. Fueron días complicados, el Sporting y el Barca habían llegado a un acuerdo y sólo faltaba mi visto bueno. Tuve miedo, pero acabé aceptando y no me arrepiento de ello. Estuve cuatro años en Barcelona y lo pasé bomba. Paseo por Barcelona y casi, casi es como en Gijón, la gente sigue acordándose de mí. Aquello, yo siempre lo digo, es como mi segunda casa".

La marcha de Gijón le enseñó la cara menos amable del fútbol. "Hubo gente que no entendió que dejara el Sporting, y comenzaron a circular historias: que si Quini dijo esto, que si Quini hizo esto otro. Ahora es diferente, la afición aplaude al jugador que tuvo y que ahora llega vistiendo la camiseta de otro equipo. Y a lo mejor te mete un gol y se le sigue aplaudiendo. Mira, yo he vivido en aquellos años experiencias como la de entrar en una cafetería en Gijón y levantarse uno y marchar para no estar a mi lado. Y eso duele muchísimo porque el Sporting lo es todo para mí. Pero el fútbol es pasión cien por cien".

Las cosas se enredaron. Como que el destino quiso poner a prueba a jugador y afición. "Llego a Barcelona, llegamos a la final de la Copa del Rey y va y nos toca el Sporting, que nunca había llegado a una final. Ganó el Barca 3-1, metí dos goles y en Gijón me pusieron a parir".

"Tras el secuestro me planteé reactivar mi vida"

El fichaje de Quini por el Barcelona le reportó al Sporting una caja de 80 millones de pesetas. "Por un paisano de casi 31 años, no está mal". Quini rindió en la Ciudad Condal, aunque esta afirmación él la matiza. "Fui dos veces 'Pichichi' con el Barcelona y gané un título europeo, pero siempre me quedé con la sensación de que pude haber dado mucho más de mí. Hubo cosas, entre ellas el secuestro".

1 de marzo de 1981. Domingo plácido contra el Hércules en el Nou Camp: 6-0 con dos goles de Quini. Tres hombres sin antecedentes penales cometen la estupidez de secuestrarlo y retenerlo durante 25 días hasta que fue liberado por la Policía.

"Lo pasé mal, claro, pero no me hicieron ningún daño. Estaba en un zulo, con paredes de ladrillo y una trampilla para la comida. Lo peor, la incertidumbre, ellos iban siempre con capucha, no sabía en qué manos estaba. Y tienes mucho tiempo para que la cabeza te dé muchas vueltas. No estaba especialmente preocupado por la familia porque sabía que ellos iban a estar muy arropados. Y así fueron pasando las semanas, sin tener ni siquiera idea de dónde estaba, hasta que la Policía me liberó".

-¿Lo ha superado por completo?

-Sí, sí, te aseguro que sí. Desde el primer día me planteé reactivar mi vida normal, olvidar todo aquello lo antes posible. Hoy lo contemplo como una anécdota que no quiero que le pase a nadie. Cuando muchos años más tarde Rai García quiso hacer la película documental sobre mí surgió la posibilidad de hablar con uno de los tres secuestradores. Nos vimos en Barcelona, y bien. Es una persona que pagó por lo que hizo y que tiene una vida normal. Hablamos... Yo creo que a él se le quitó un peso de encima. Si es que ya me lo dicen: Quini, tú siempre estás en el centro del huracán.

El Barça visibilizó a otro nivel mediático el olfato de un goleador que lo era desde la cuna. Nada que ver con aquellos viajes rojiblancos de cuando a finales de los sesenta o principios de los setenta el equipo asturiano se desplazaba a otros campos.

"Es que era tremendo. En autocar camino de Sevilla, por ejemplo, saliendo de Gijón por la mañana para llegar de noche a Madrid y coger allí el tren. Catorce o dieciséis horas de viaje. "Oye, para aquí, que en este bar de carretera hay un teléfono y así podemos llamar a casa", decíamos. Es que ahora se cuenta y no se cree".

El fichaje de Maradona

En el Barcelona le tocó suplir a Krankl "un jugador austriaco que era un fenómeno. Dos temporadas después el club fichó a Maradona y ése era ya un auténtico fuera de serie además de un compañero extraordinario, una de esas personas que se preocupaban por todos los que estaban alrededor. Un genio. Y la zurda que tenía era como una mano. A mí me había tocado enfrentarme unos años antes a Cruyff cuando ganaron la Liga en El Molinón (2-4). Era casi imposible pararlo con aquellos cambios de ritmo que te metía".

"Llego al Barca y me toca jugar la final de la Copa del Rey frente al Sporting. Hubiera preferido mil veces no jugar o que el rival hubiera sido otro, pero así es el fútbol. Mi entrenador era Helenio Herrera y disputé aquella final. Alguien me preguntó alguna vez si no se me ocurrió decirle a Helenio que no me alineara. Pues no, porque si uno es profesional lo tiene que ser para todo. No fue fácil para mí, pero había que tener en cuenta que se me presentaba la ocasión de ganar mi primer título, al margen de dos los campeonatos de Segunda División con el Sporting". Resulta paradójico que un jugador de la talla de Enrique Castro no ganase jamás una Liga.

Confiesa que nunca hizo una tontería de envergadura en un terreno de juego. Él, al que George Best le rompió un pómulo y le mandó al quirófano y al dique seco durante meses por un codazo en un Irlanda-España, reniega de los espectáculos en las celebraciones de los goles. "Lo malo es que los chiquillos lo copian todo, ves a críos por ahí que hacen lo mismo que los jugadores que ven en televisión. Les digo a los jugadores que se miren mucho lo que hacen, porque para bien o para mal son un ejemplo. En el campo, donde hay tensión, yo me recuerdo de vez en cuando metiendo el codo, pero nada más. En mi vida se me ocurrió insultar o escupir a un rival. Y cuando se terminaba el partido siempre me planteé la obligación de ir a buscar al rival con el que había tenido mis más y mis menos y zanjar el asunto".

Tras el Barcelona, regreso al Sporting. "Yo tenía pensado retirarme, pero estaba Novoa de entrenador, me llamaron y me convencieron. Firmé por dos años más".

Fue todo un tanto absurdo porque el Barcelona, semanas antes, le había organizado un partido de homenaje en el que participaron su hermano Castro, el defensa Maceda y el delantero Morán. Junto a ellos, los mismísimos Cruyff y Kempes, además de glorias nacionales como Camacho, Dani, Urquiaga o Arconada. Faltó Maradona. Quería venir el argentino, quería Quini que viniera, pero cuentan que el Barça no estaba por la labor. Maradona se había marchado al Nápoles unos meses antes y las relaciones con el Barcelona no eran las mejores. Cosas del fútbol.

Se retiró con 37 años y tuvo su segundo partido de homenaje. "Fue en El Molinón contra el Real Madrid, un equipo que siempre está ahí cuando se le necesita. Como tantos otros. Nunca fui antimadridista, como tampoco fui antioviedista. Nada de eso. A mí los clubes me trataron siempre muy bien, con respeto".

Un cáncer de garganta no consiguió hacerle perder la sonrisa. "Me repitió al año y medio, pasé por dos operaciones y la segunda ya seria. Me pusieron radio y quimio. Desde el segundo paso por el quirófano han pasado ya ocho años y medio y sin novedad. Cada seis meses paso revisión médica en Barcelona; precisamente me toca dentro de poco. Pasó ya mucho tiempo, pero cada una de esas revisiones acojona".

La enfermedad -dice- le blindó. "La primera conclusión que saqué de todo esto es que la salud es lo más grande del mundo; la segunda, que vale más no dar mucha importancia a cosas que no la tienen. La enfermedad me ayudó a comprender mejor a la gente, a ponerte más en el lugar de las personas que sabes que lo están pasando mal. El mundo da muchas vueltas, de repente te llega algo con lo que no contabas y la vida te obliga a mirar siempre hacia adelante, a echar las dificultades a tus espaldas y seguir camino. Tengo un lema: olvídate de lo que no tiene solución, pero si la hay agárrate a ella y no sueltes".

El fútbol se lo ha dado todo. Y el gol, como objetivo "y también un poco como obsesión. Mi trayectoria ha estado ligada al gol, vivía de él. Y sufrí como sufren todos los delanteros porque te pasas dos domingos sin marcar y llueven las críticas. De un gol depende el ánimo de los aficionados. Si marcas eres un santo y además guapu, con ojos azules. Si no marcas, es que estás gordo, eres lento, andas pensando en otras cosas".