Hace ya tiempo que el comportamiento de los padres en las gradas ha dejado de ser un problema aislado para convertirse en una pandemia. La sociedad empieza a darse cuenta de ello, pero la sensibilización dura lo que se mantienen en nuestros cerebros las imágenes bochornosas de turno del fin de semana. Peleas, insultos, persecuciones arbitrales... y todos nos escandalizamos. Unas horas. Hasta el siguiente sábado o domingo, que vuelve a ocurrir lo mismo.

Por eso ya llevo también un tiempo pensando en que hay que dejar de darle publicidad a lo negativo para pasar a ensalzar lo positivo. Hace poco me contaron algo que llevo unos días dándole vueltas porque cada vez me parece más admirable. Me encontré con una madre a la que conozco tanto fuera como dentro de las pistas y estaba muy cabreada tras un partido de su hija porque esta había cometido varias faltas injustificadas y premeditadas y no había respetado al árbitro. No es lo normal. No es fácil asumir la responsabilidad. La mayoría de los padres eximirían a los suyos. La culpa será de las otras jugadoras, que le provocaron. O del árbitro, que le tiene manía. Me atrevería a decir que algunos incluso aplaudirían su actitud. "¡Machácalas!", le animarían desde sus asientos. Pero esta madre no. Ella estaba indignada tanto por el comportamiento de su hija como porque su entrenador no le haya transmitido los valores necesarios para no portarse así y que no le frenase a tiempo. Quiero más madres como esas en el deporte. Más formadores en vez de entrenadores. Más clubes que entiendan que los niños no están para ganar la Champions sino para aprender y disfrutar jugando.

Ejemplos como el de esa afición de Maristas que hace unas semanas, en un partido de baloncesto, aplaudía a la árbitro que rectificó tras equivocarse. Había pitado a su favor, paró el encuentro porque se dio cuenta de su error, pidió perdón, señaló la infracción en contra y se encontró con una ovación como respuesta. Como esos niños que, avergonzados por los gritos que escuchan de sus familiares, se giran hacia la grada y piden silencio. Como esos entrenadores de fútbol sala que hicieron que sus jugadores fueran a animar al rival al vestuario después de una goleada. Eso sí es deporte. O por lo menos el deporte del que yo quiero formar parte. Como madre, aficionada y periodista.