Carlos de Torres.Pau (Francia)El Tour de Francia se vio otra vez azotado por la mayor e imparable lacra del ciclismo, el dopaje, que se presentó de nuevo como un terremoto, en la jornada de descanso, en pleno debate del duelo en las cumbres entre el danés Michael Rasmussen y el español Alberto Contador, que quedó anulado por el enésimo escándalo de un deporte en ruinas. Por si el ambiente estaba poco cargado con las insistentes sospechas sobre el líder Rasmussen, excluido por su Federación y señalado por la prensa francesa, la noticia del positivo por transfusión homóloga de Vinokourov, volvió a sacudir los cimientos del Tour, que no tardó en invitar al Astana a salir inmediatamente de la carrera, ofrecimiento que de inmediato fue aceptado por sus dirigentes.Después, la policía francesa registró el hotel del Astana. Dos decenas de agentes entraron en el establecimiento. El kazajo ya no se encontraba allí, pero sí otros corredores, así como miembros del equipo técnico y médico. Mientras, Marc Biver, director general del equipo Astana, señaló que "Vinokourov es culpable mientras la muestra B no pruebe lo contrario"."Es una desilusión total, el ciclismo no merece más palos", decía Josean Fernández Matxín, director del Saunier Duval. "No me lo puedo creer", lamentaba Miguel Madariaga, director general del Euskaltel. Otros, como el ciclista británico David Millar, directamente lloraban por las trampas de uno de sus corredores favoritos. El mismo que resucitó en la etapa contrarreloj del pasado sábado y que agarró la pájara del siglo al día siguiente camino de Plateau de Beille.Vinokourov, "míster coraje" en la prensa francesa, el corredor espectáculo por excelencia, el que cumplió 33 años coincidiendo con su triunfo en la Vuelta'06, también se convertía en un tramposo. El laboratorio de París le pilló en un renuncio que deja en los huesos la credibilidad del ciclismo, si es que los buitres que odian este deporte han dejado siquiera la osamenta.A partir de las 17.30 horas de ayer se zanjó el debate deportivo sobre si Contador sería capaz de soltar a Rasmussen en el Aubisque o si el danés, que horas antes había justificado su limpieza absoluta, aguantaría los monumentales zarpazos del ciclista madrileño, quien compareció en una rueda de prensa multitudinaria, en plan estrella, para explicar su enorme ambición y su ilusión por lograr el amarillo.La jornada de descanso en Pau tiró al pozo del dopaje a un corredor ejemplar hasta hace unas horas. No a un corredor cualquiera, sino al favorito número uno en Londres, a aquel ciclista que aguantó etapas con las rodillas destrozadas, capaz de ganar dos etapas, fiel a su estilo guerrillero.El debate pasó del dúo Rasmussen-Contador al de la credibilidad. Un debate cada vez más impopular porque hasta los más defensores de la permisividad se están bajando del carro de lo indefendible. "Hay que recuperar la credibilidad", decían unos. "¿Qué credibilidad", contestaban otros. Ese es el problema: convencer a alguien de que el ciclismo merece una oportunidad después de tantos escándalos. El palmarés de las tres grandes vueltas por etapas está acuchillado por el dopaje, las televisiones se van del Tour cansadas, como las alemanas, de apostar por un deporte que, a pesar de todo, sigue sacando a la calle a centenares de miles de personas. En Londres hubo más de un millón de espectadores.El T-Mobile anunció que se pensará después del Tour seguir con el patrocinio del equipo, el positivo de Sinkewitz sacude Alemania, pendiente de las prometidas confesiones de Ullrich. En fin, que la llamada de SOS cae en oídos sordos y el ciclismo se despeña por el Tourmalet sin frenos. Es para llorar. Como David Millar.