Para comprender la transformación experimentada por el equipo durante esta temporada hay que remontarse aproximadamente un año atrás, cuando el Deportivo veía ante sí la posibilidad real de descender a Segunda tras dos décadas en la elite. Tan solo ese temor consiguió agitar a la afición de un equipo descapitalizado institucional y deportivamente por entonces. La mayoría de los que lloraron la pérdida de categoría, jóvenes sobre todo que tan solo conocieron la etapa blanquiazul más brillante, son ahora los que pueblan la gradas de Riazor en un fenómeno sin precedentes. La hábil maniobra del club para hacer accesibles lo abonos a todos los bolsillos, sumadas a las promociones que permitían a los socios adquirir entradas a precios reducidos para sus acompañantes, propiciaron que el estadio presentara una imagen envidiable con cada partido en casa del equipo.

El primero de los récords de la temporada lo firmaron incluso antes de que comenzase la competición. La respuesta de los aficionados sorprendió en todo el país y a la vez sirvió como acicate para unos jugadores a los que se les dotó de un aliciente emocional por si no tuvieran suficiente con los que incluía la meta establecida por la entidad. Más de 25.000 seguidores respondieron a la llamada lanzada por el club y propios y extraños subrayaron el efecto que tenía sobre la plantilla el aspecto de Riazor en cada jornada: recientemente fue el entrenador de la Unión Deportiva Las Palmas quien, después de la derrota de su equipo en un estadio abarrotado, sugirió que habían sido los aficionados quienes llevaron en volandas al equipo de regreso a Primera. Surgieron a la vez las comparaciones con el eterno rival, que intentó imitar la fórmula blanquiazul, consciente del efecto positivo que proporciona a los jugadores el respaldo desde la grada.

Ha sido esa rivalidad la que ha alimentado en parte la espectacular temporada deportivista: nunca antes se habían necesitado tantos puntos para certificar el ascenso ni nunca antes un equipo con semejantes números había esperado tanto para celebrarlo.

Fue precisamente después de vencer al Celta en Riazor -tras un breve paréntesis con derrota en Elche- cuando los de Oltra dejarían atrás el titubeante inicio de campeonato para comenzar a pulverizar registros y confirmar el papel de favorito que le otorgaron los rivales. El equipo encadenaría una racha de resultados que le llevaría a firmar el mejor registro de victorias consecutivas de su historia, nueve. El logro fue celebrado como se merecía, con una foto de familia de todos los componentes de la plantilla y el cuerpo técnico, pero enseguida quedó soslayado por la insistencia del técnico: "Eso será una anécdota si al final no conseguimos el objetivo".

Aún estarían por llegar más récords, que sin embargo no se podrían comprender sin prestar atención a la temporada completada por buena parte de los futbolistas blanquiazules. El caso de Álex Bergantiños ejemplifica el camino seguido por el equipo a lo largo de la competición: al comienzo de la temporada su presencia en la plantilla no estaba ni siquiera garantizada y sobrevolaba sobre su futuro la posibilidad de una nueva cesión, pero consiguió convencer a Oltra y ha terminado jugándolo todo. Solo fue suplente en una ocasión debido a una lesión que le impidió entrenarse con normalidad durante esa semana. Consiguió a la vez hacerse con un lugar de privilegio entre la afición. El mismo que recuperó Guardado.

El mexicano comenzó el curso en Segunda bajo la sospecha de forzar su salida del equipo. Las insinuaciones de su agente sobre la categoría del futbolista para jugar en esa categoría aumentaron las suspicacias sobre él. El desafortunado incidente en un partido de pretemporada con un grupo de aficionados que le recriminaron su actitud encendieron al jugador, que se aisló del entorno. La maniobra dio como resultado la mejor campaña del futbolista desde que se incorporó a la plantilla blanquiazul. Ha marcado más goles que nunca y su aportación se convirtió en fundamental para un equipo en el que las individualidades se destaparon como fundamentales en varios tramos de la competición.

Sobre ellas se edificó parte de la sucesión de victorias seguidas logradas por el equipo en su estadio. Hasta el empate con el Valladolid, los blanquiazules encadenaron trece consecutivas. Fue un adelanto de lo que todavía estaba por llegar con el triunfo de la semana pasada ante el Nàstic de Tarragona.

Esa victoria, por el modo en el que se obtuvo, enfiló el camino de regreso a Primera División y al mismo tiempo selló el siguiente de los récords de los blanquiazules: actualmente son el equipo que más partidos han ganado en una misma temporada en Segunda en toda su historia.

A expensas de lo que ocurra con los puntos, la cifra de goles se ha repartido entre los delanteros y los jugadores de segunda línea. Riki y Lassad se han alternado en el ataque deportivista a la vez que establecían una competencia entre ambos. Los dos, sin embargo, acabarán la temporada con los mejores números de sus carreras. Ninguno de los dos había marcado antes semejante cifra de goles. Tampoco lo había hecho Valerón, que ha rejuvenecido diez años.

El canario lo ha jugado prácticamente todo, convertido en la referencia sentimental de un equipo necesitado de una figura de esas características desde hace ya demasiadas temporadas.

Sin su aportación y sin la del que se ha convertido en el mejor fichaje de la temporada, Bruno Gama, algunos de los registros que ha pulverizado el Deportivo este curso estarían en entredicho. La temporada quedará para la historia no solo por los números sino también por las enseñanzas que todos dentro de la institución obtuvieron del inesperado paso por Segunda.