El calor de un primero de septiembre tras un verano irregular invitaba a playa a los coruñeses, a pasear, entretenimiento al que por ahora no le afecta el IVA, a tomarse un helado bajo un sol de justicia. Pero nada de esto importa cuando el Deportivo juega en Riazor, un feudo prácticamente inexpugnable en Segunda División -donde sólo perdió un partido hará un año el día 4- y que lo quiere seguir siendo en Primera.

Los seguidores saben que una de las condiciones para que se cumpla es que su aliento llegue a cada uno de los once que cada fin de semana saltan al césped por eso no lo dudaron un momento. Banderas por sombrillas y bufandas por toallas.

La peregrinación a Riazor se empezaba a hacer notar en la plaza de Pontevedra, donde grupos de amigos, parejas, familias enteras se mezclaban en un grupo homogéneo que después compartiría templo. Las terrazas estaban llenas de aficionados que apuraban los últimos refrigerios y aclaraban sus gargantas. La playa, pese al calor, no presentaba un aspecto tan lleno como otros veraniegas jornadas y de los pocos que estaban, algunos ya se vestían rápidamente la elástica para ir al campo.

Un murmullo crecía a medida que los seguidores se aproximaban al estadio, y ese murmullo se volvía festivo estruendo en los aledaños del campo.

Miles de hinchas se agolpaban en las inmediaciones del campo y las conversaciones se entremezclaban. Algunos hablaban de los 30.000 que habían llenado el estadio ante Osasuna, otros del calor, pero no importaba si se hablaba de uno u otro tema. Todos estaban allí y todos iban a animar, un fin de semana más, al Deportivo.

A media hora de que comenzase el encuentro, ya empezaba a hacerse notar la hinchada, que animaba el mini entrenamiento de titulares. Con el estadio ya abarrotado la olímpica de oro Sofía Toro recibía un caluroso homenaje y hacia el saque de honor.

En el campo consignas de nuevo en contra de los horarios de esta temporada y pancartas que clamaban en contra de lo que consideran una ofensa para los seguidores. La afición exige respeto, no a los horarios, rezaba una de las mismas.

Con el pitido inicial comenzó la fiesta en el estadio coruñés, aunque todavía continuaban llegando rezagados seguidores. El encuentro lo merecía.

Un Deportivo que venía de sacar los colores al Valencia en su estadio, un equipo enrachado en Riazor y que aún no conocía la derrota en su feudo y el morbo de un duelo donde se podrían ver sobre el césped coruñés a viejos conocidos.

Esos seguidores, como los 29.000 que ya ocupaban sus asientos no lo habían dudado y cambiaron Riazor por la playa.