Hace unos semanas, un conocido periodista radiofónico deportivo se cogió una rabieta porque Lendoiro no aceptó su hábil encerrona para que saliera de sopetón a antena. Y se despachó a gusto. Alguien le reprocharía después a Lendoiro que en plena campaña electoral era contraproducente mostrarse altivo, que había que aprender a bajar la testuz por la causa. "Yo me visto por los pies", fue la respuesta del presidente del Deportivo. La testarudez fue siempre su imagen de marca. Esa forma de ser le acarreó enemigos y una inquina que nunca dejó de estar presente en las incontables campañas de acoso y derribo que ha venido sorteando en los últimos años. Su partido no le perdonó que se le desmandara y no aceptara las órdenes no fichar por Canal Plus cuando Aznar y Cascos comandaban aquella guerra del fútbol televisado que fue prioridad gubernamental en la segunda mitad de los 90. Debía aceptar un mal contrato por la causa. Pero no lo hizo y firmó otro fabuloso que financiaría el Superdépor, que nunca hubiera existido sin aquella inyección económica que lo situó en el pelotón de cabeza del fútbol español. Para entonces, ya llovía sobre mojado. Menos aún había gustado que como candidato a la Alcaldía diera eco a la información que un gran periódico nacional había destapado sobre el blanqueo de dinero del narcotráfico en A Coruña a través de inversiones municipales. A pesar de que la denuncia iba dirigida a un alcalde socialista, que siempre gobernó la ciudad sin embargo con la aquiescencia de Fraga y una clara complicidad mediática. El mismo que sigue ahora protegido desde María Pita pese a endosarle a las arcas municipales coruñesas un pufo de más de 40 millones por un escándalo urbanístico. De aquellos antiguos polvos vienen estos lodos actuales.

Esquinado en la política, Lendoiro encontró refugio como creador de la marca del Superdépor, el primer equipo de fútbol español que demostró que podía haber vida más allá de Madrid y Barça. El modesto que se atrevió a desafiar al establishment del balón. Ganó una Liga, dos Copas, tres Supercopas y rozó una final de Liga de Campeones. Los sueños cumplidos del Superdépor tuvieron un precio, una colosal deuda cuya exigencia de pago coincidió con el desplome de la economía española. Y con la debilidad llegaron dos facturas: la de la deuda y la otra, la de la vendetta, que no se pudo cobrar mientras el Dépor asombraba al mundo. Es cierto que la gestión económica se volvió caótica y cuestionable para tapar esos agujeros. Pero también lo es que la deuda, anecdóticas tortillas aparte, procedía fundamentalmente del esfuerzo por alcanzar la cima futbolística -algo que nadie podía ignorar, pero que tampoco nadie quiso cuestionar mientras los éxitos deportivos hacían de A Coruña una capital futbolística europea-. Ni sus rivales más enconados le han acusado nunca de apropiarse de nada, como ha sucedido en otros clubes. Si es responsable, eso es evidente por las cifras desveladas por el proceso concursal, de mantener una contabilidad irreal que intentaba huir hacia delante y ganar tiempo para encontrar una salida. Una campaña mediática incesante e implacable magnificó sin embargo este pecado contable hasta el punto de señalar a Lendoiro como el único gran culpable de todas las ruinas llovidas en estos años de crisis durante la ciudad. Que han sido muchas y colosales. Si solo una centésima parte de la virulencia con la que se ha exigido durante años la necesidad de depurar responsabilidades por la deuda del Dépor se hubiese aplicado a pedir explicaciones por el saqueo de Caixa Galicia, sobre el que se ha corrido el más tupido velo, alguien que se llevó un saco de millones habría sido obligado a devolverlo a miles de preferentistas coruñeses estafados.

La salida que Lendoiro buscaba para el club estuvo a punto de producirse el año pasado, a través de la galaxia Mendes. Pero el descenso y el embargo de Hacienda que precipitó la entrada en el proceso concursal lo frustraron. Seguía sin embargo en el punto de mira, una vez superado el convenio, siempre que se lograse el ascenso. Pero entonces saltó con toda su enloquecida campaña el proceso electoral. En la pasada junta de accionistas, la situación llegó a una situación de enfrentamiento casi fratricida que precipitó las cosas. El testarudo Lendoiro decidió finalmente contra todo pronóstico hacerse a un lado y no ser un motivo de discordia y división para el club que se inventó de la nada en 1988. Quien haya asistido al penoso espectáculo cainita del pasado viernes en Santa María del Mar, no puede dejar de valorar la sensatez y la elegancia de su gesto para evitar un cisma que desangre al deportivismo.

Queda en todo este desenlace una cuota de misterio sobre unas supuestas negociaciones que se habrían desarrollado estos últimos días con Jorge Mendes para buscar un importante inversor extranjero para el Deportivo, en la línea del que el más poderoso agente futbolístico del momento facilitó para resucitar un Valencia económicamente desahuciado al que se van a insuflar 440 millones. Prestigiosos periodistas como Manu Sainz insinuaron estos días en las redes sociales que Mendes barajaba la compra del club coruñés a través de un inversor como Peter Lim. Según pudo saber este periódico, se llegó a hablar de una inyección de 200 millones para el Deportivo pero una operación de esta envergadura difícilmente se podría montar antes de las elecciones de enero. Otras versiones sugieren que la operación sigue abierta y podría reactivarse más adelante. Quién sabe. Lo que parece más seguro es que Lendoiro muy probablemente se marche como asesor del imperio Mendes, que siempre lo ha considerado como uno de los mejores conocedores del fútbol español.

La situación ha dado un giro de 180 grados. La campaña electoral en clave de cruzada contra Lendoiro ha dejado de tener sentido. Las cuestiones cruciales para el futuro del equipo pasan ahora a primer plano sin tiempo ya para la demagogia. Hay que asegurar un convenio con años suficientes para poder pagar la deuda sin asfixiar al club, de modo que pueda ascender y mantener un proyecto estable en Primera. Mejor sin intereses y con unos años de carencia. Hay que firmar cuanto antes el acuerdo con los bancos, ya negociado por Lendoiro con NCG y Banco Gallego con 17 años de plazo de pago, más de 12 millones de quita indirecta en publicidad e intereses diferidos al subordinado que no se pagarían hasta dentro de 17 años. No parece que los sucesores vayan a tener un mal panorama.

Es el momento también de sacarse la careta electoral y ahuyentar de una vez la espada de Damocles de Hacienda. Los candidatos, a propuesta de Cascallar y con el apoyo del club, acordaron la semana pasada estudiar una propuesta de mínimos para la Agencia Tributaria en la que no se trate al Deportivo peor que el al Celta. Y, sobre todo, hay que poner sobre la mesa cómo y a quién se va a fichar para llevar al club coruñés a Primera, que es el único camino que asegura el futuro. No sería una mala idea que los candidatos con posibilidades de estar en el nuevo consejo empezaran a recomponer sus relaciones con la Liga y la AFE, a quien los administradores concursales han llevado a los tribunales con su apoyo, porque la autorización para la subida del tope salarial para poder fichar y reforzarse para el ascenso, tan reiteradamente pedida en vano por el club, pasará seguramente por ellos.

Empieza una nueva etapa en el Deportivo, un club marcado por unos años de gloria en la que Lendoiro siempre estará presente en el recuerdo. Su generoso gesto de retirada debería servir como punto de inflexión de estos últimos tiempos vividos a cara de perro en el deportivismo y propiciar un ambiente constructivo de unidad que sirva para afrontar sin estériles enfrentamientos el verdadero desafío con el que sueña la gran familia blanquiazul. El retorno a la élite. Porque el deportivismo es un sentimiento de Primera y no se resignará mucho tiempo a uno de Segunda.