Su etapa coincidió con uno de los momentos más complicados del Deportivo. El equipo malvivía entre la Segunda y la Tercera División (todavía no existía la Segunda B) y por entonces supuso una apuesta de lo más exótica debido a su nacionalidad. Chile no era por entonces la potencia futbolística emergente en la que se ha convertido hoy en día, temida incluso por el seleccionador Vicente del Bosque como adversario en la fase de grupos del Mundial de Brasil. En aquellos años, su fútbol estaba lejos de poder presumir de la proyección internacional que posee hoy en día.

En la década de los 70 y 80 eran más bien decisiones arriesgadas las que llevaban a los conjuntos españoles a apostar por futbolistas procedentes del país andino. El atrevimiento, sin embargo, demostró que allí también existían joyas y que Chile representaba un mercado desconocido todavía por explotar. Levante primero y Espanyol después encontraron un diamante en Carlos Caszely, pero casi al mismo tiempo el Deportivo también daría con el suyo.

A pesar de que su apodo no invitaba a pensar en ello, Guillermo Hallulla Muñoz (San Felipe de Aconcagua, 1953), hijo de panadero y conocido popularmente con ese sobrenombre en referencia a un bollo de consumo muy popular en Chile, enseguida sorprendió a los compañeros que se encontró en A Coruña, algunos de ellos históricos del club blanquiazul, nada más aterrizar en Riazor en la temporada 1973/74 con tan solo veinte años. "Tenía unas cualidades tremendas", recuerda Richard Moar sobre aquel chileno cuyo testigo recogerá ahora Bryan Rabello. "Era un segundo punta, zurdo, pero arrancaba desde el centro del campo", enumera.

Algunos desconfiaron en cuanto vieron a aquel jugador corpachón de muslos poderosos, pensando que se encontraban ante el clásico futbolista esforzado pero a la vez limitado. "Era un pulmón", continúa Moar; "pero tenía una técnica muy alta". Además, rememora el que fuera defensa deportivista, enseguida se haría célebre entre los aficionados por un rasgo de su juego: "Reventaba la pelota".

Muñoz se convirtió en uno de los titulares habituales aquella temporada amarga en la que el equipo terminaría descendiendo a Tercera División y en la que compartía alineaciones, además de con Richard Moar, con Bellod o Beci. En ese curso terminaría anotando cinco goles, pero al año siguiente se destaparía como un auténtico goleador.

"Era un jugador de Primera, lo tenía todo", subraya el que fuera su compañero para ilustrar los 18 goles que marcaría la temporada siguiente. "Tenía el potencia de un jugador de palabras mayores", coincide Carlos Ballesta, quien también compartió equipo con el sorprendente chileno antes de que la fatalidad se cebase con él.

El equipo se preparaba para el comienzo de la temporada 1975/76 y en uno de los "entrenamientos de jueves", recuerda Moar, en los que los futbolistas se enfrentaban entre sí reclamando la atención del técnico, Muñoz cayó lesionado tras una dura entrada. "Nunca más se recuperó", lamenta su compañero. La cirugía no disponía por entonces de los avances necesarios para reparar aquella rodilla destrozada.

"Fue una pena, pudo haber sido un futbolista de mucho nivel", señala Ballesta. Muñoz permanecería dos años más en el club, aunque sin protagonismo. A pesar de ello, su recuerdo aún permanece nítido en algunos, como las franjas de la camiseta, que se le desteñían sobre el pecho. "Era muy fuerte, sudaba muchísimo", bromea Moar.