Nadie que pise el césped o que habite en un despacho deja de resoplar cuando rememora mentalmente el viaje agotador que supone un ascenso. La sensación de alivio suele superar a la alegría. Deja un poso de plácido disfrute por el trabajo bien hecho. Un suspiro profundo y pleno. Primera División requiere vaciarse, no guardarse nada; los cinco sentidos y alguno más. Exige hasta la extenuación. Meses agotadores con un buen puñado de inevitables errores y un mayor manojo de aciertos. Siempre al 100% en mente y cuerpo. Ideas claras y preclaras. Equipo en progresión y creciendo hacia la sensación de redondo. De proyecto con mayúsculas. Y el Dépor sigue atascado, muchas veces le llega o los transistores le ayudan, pero está en el mismo punto desde hace tiempo. Diferentes protagonistas, males que persisten. Va al tran-tran. Se cala, luego acelera y frena en seco. Sin ritmo, como su fútbol. Da un pasito adelante, otro atrás, pero no camina firme hacia el destino que anhela. Ha hecho mucho y necesita más y con mayor decisión y acierto. Ese titubeo nace de sus carencias y de que todos sus protagonistas han ido a medio gas (consciente o inconscientemente) y la gloria no da un respiro.

Así Riazor ha podido ver a un expresidente más preocupado de su 33% que de planificar; unos jugadores esforzados a la par que dubitativos, cómodos no siendo protagonistas; un técnico honesto y con méritos, ahora agarrado al salvavidas de la seguridad defensiva, que parece bailar entre las ideas claras y las fijaciones, algo desorientado en las últimas semanas y que se mueve mejor en la escasez que en la abundancia; una dirección deportiva que arriesgó y va camino de perder cuando enero pide seguridad... Y, a pesar de todo y por haber sabido aguantar en las tempestades, aún está a tiempo de ir a tope, de idear una solución, de enmendar errores, de ascender, de hacer que el deportivismo (único que no va a medio gas) se sienta orgulloso de su equipo, que luzca sentimiento.

Anduva ofrece la coartada de un error arbitral (lo más justo era un empate) y también un buen muestrario de quien cayó en viejos males mientras hacía los méritos justos a la espera de que le tocase la lotería. Esperó su suerte, no la buscó. Y tocó cruz. No atacó los espacios, ni la situación. El pecado blanquiazul se agrava con respecto a Alcorcón porque un Mirandés muy menor no le atosigó. De hecho, le invitó a ganarle y el Dépor no pudo y lo peor, no supo. Cuando tuvo que competir demostrando que es superior, no resistiendo, se mostró impotente. El inicio fue prometedor pero, sin laterales que ensanchasen el campo y extrañando a Salomão, se enredó en un fútbol horizontal hasta que dejó siquiera de ser fútbol. Y la imagen de la nada fue Juan Domínguez, más por ser condenado a la jaula de la mediapunta que por sus deméritos. Es difícil entender qué lleva a un entrenador a remover el suelo de su equipo, a perder a una de sus referencias, a extraviar a un pivote notable en pos de un proyecto de enganche sin juego de espaldas. Milenio Tres. Este habitual tiro en el pie dejó al Dépor ahondando en la sensación de embudo, de equipo estrecho, sin jugadores en la línea de cal, poco punzante, con dos pivotes idénticos (la higiene de vestuario no puede entrar en conflicto con el sentido común) y con Juan Carlos y Rabello como argumentos, meritorios pero lejos de ser definitivos. Ni un tiro a puerta en jugada, ni una entrada por banda, nadie que enfilase el espacio, ni un gesto vertical sin el balón en el pie. Para cuando Núñez y Sissoko salieron, el mal ya estaba hecho y el equipo naufragando, aunque al marfileño no estaría mal ponerle unos conos en el campo para acotarle su radio de acción. Está más pendiente de ir a por la pelota que de jugar y el Dépor requería inteligencia.

Buenos y malos

El Dépor firmó hace unos días su hipoteca y va a tener que hacer un buen ajuste en su economía familiar. Más le vale pasarse una buena temporada en Primera. Llegó lo lógico, aunque sea profundamente injusto. Es como si la barra libre solo la pagase uno. Otro tipo de acuerdo era más de los mundos de Yupi. Este es el principio del fin de una época convulsa que retrató a todos los actores de este melodrama, a veces hasta un poco barato. El deportivismo no es tonto. Le perdona a su equipo e incluso las malas decisiones tomadas con el prisma del escudo, pero no a quien juega con él. Tiene memoria. Y aquí hubo muchos trileros. Desde quien solo protegió su patrimonio hasta quien fue cómplice de una Hacienda justiciera o se escondió debajo de la alfombra de una planta noble.