Pocas veces un cántico nacido de la grada estuvo más cerca de la cabeza que del corazón. “El Dépor es de Primera”. Riazor atronaba reconfortado y hasta eufórico. Fue como llevar meses perdido en un bosque y encontrar de repente un claro. Y era todo lo soñado. La realidad era tan simple como cegadora. A Coruña veía por fin a un equipo rotundo. De los que llaman con fuerza y sin miedo a las puertas del cielo y lo hacen por educación porque están a punto de derribarlas. Tener fe tiene su encanto, su mística, incluso puede convertirse en un modo de vida. Es creer lo que nunca has visto. Y en eso la marea blanquiazul es profesional. Ahora le toca abandonar el terreno de la fe y pasarse al de la confianza. ¡Qué falta de costumbre! El camino está ahí, ya se pisa.

Por fin al Dépor no le incomodó la pelota. Pasó de dominar las áreas a adueñarse del partido. Sin perder su cuajo, la necesidad viró en virtud. Y todo rotó sobre Juan Domínguez, que ha pasado en tres años de resistir a duras penas en la defensa de un doble pivote a reclamarlo para él solo. Sentido táctico, equilibrio, fútbol siempre de cara, nunca de espaldas. Cuanto más lejos de la mediapunta está su punto de partida, más crece. Y bien resguardado por Lopo e Insua y custodiado por Rabello y Juan Carlos, él puso en órbita a este equipo. El resto del Dépor se posicionó en el campo, cual satélites, y así pudo ser punzante, desequilibrante, dominar los tempos, tener la salida de balón más limpia que se recuerda, defender con la pelota (lo que hasta hace poco era utópico) e incluso presionar arriba. Y, tras comprar infinidad de boletos, tocó premio.

Parece mentira que un futbolista al que se le tacha de frío e indolente sea capaz de hacer ese primer gol. Pues la realidad es capaz de azotar cualquier prejuicio. Intensidad defensiva se llama lo que mostró Juan Carlos. Por fin, un canterano de pro, de corazón blanquiazul, se llevó la ovación que anhelaba desde pequeño. Él por lo menos la había soñado. Y vaya que merecía convertir lo imaginado en real. Ha sido una de las boyas auxiliares a las que se ha agarrado el Dépor en una temporada que por momentos apuntaba a naufragio. Ha jugado más de lo que hasta él mismo podría haber imaginado, ha sido a la vez solución de emergencia y peón más fácil de sacrificar para Fernando Vázquez e incluso, como este domingo, se ha convertido junto a Borja en la diana fácil de unos compañeros protestones y de una afición frustrada en esos momentos en los que vacila la fe. Pero él ha jugado y callado, como ha hecho siempre. Ver, oír y jugar. ¿Por qué a veces se le pone la lupa al de casa y se le tiende la alfombra al de fuera o al revés? Filias y fobias ejercidas desde la confianza mal entendida. Licencia para idolatrar o ajusticiar. No hay que tener canteranos por decreto pero tampoco ponerles piedras en el camino. Menos mal que Juan Carlos, con sus claros y oscuros, ha sido capaz de reivindicarse él solito.

Seoane y Núñez

Y entre los destellos de un Sissoko único, en idilio adolescente con Riazor, y el olfato de Ifrán, no hay que desdeñar las conquistas de Seoane y Núñez, dos futbolistas que ni se rindieron, ni se ahogaron cuando las circunstancias eran adversas. El ourensano ha sido confinado de nuevo a la izquierda y a veces coquetea con la inconsistencia, pero aún así es el mejor lateral de este Dépor. Y a pierna cambiada, algo que no es poca cosa. La diferencia es que hace años estaba continuamente en la picota y ese traslado lo asimilaba como una condena a la espera de ejecución. Ahora, aunque no le encandila la posición, sabe que no le están moviendo la silla y puede crecer y ser parte de algo muy grande, un ascenso. Se le nota hasta cuando juega. Quien tampoco lo ha tenido fácil y ha recogido menos de lo que ha sembrado es el asistente del segundo gol. Núñez es un gran secundario, un especialista. Su rosca lo delata. Y por momentos pudo ser protagonista. Queda la duda de si hubiese aguantado físicamente. Lo que es una certeza es que se muestra decidido a ayudar desde el banquillo y meterle la duda a Fernando Vázquez, otro de los triunfadores. La historia es cíclica. Hace un año, otro 13 de abril, se encaramó a la grada del Ciutat de Valencia. Era todo pasión, este domingo fue todo cerebro. En una y otra ocasión, la orilla se atisbaba y ahora queda aprender la lección de que verla no significa que hayas llegado. Como bien saben los buenos nadadores, hay que apretar los dientes y siempre dar una brazada de más.