Después del sonrojante 2-8 ante el Real Madrid, algunos aficionados veteranos me recuerdan aquellos tiempos en los que la critica futbolística madrileña aludía al Deportivo como el "simpático Coruña", un equipo de fútbol amable, versallesco, que no daba patadas, ni protestaba las decisiones arbitrales y era la pareja de baile ideal para las exhibiciones blancas. Eran los tiempos en que las derrotas se ocultaban bajo la denominación eufemística de victorias morales y en la ciudad vivían prohombres que eran directivos o socios preeminentes del equipo de Concha Espina. La relación era tan fraternal y subordinada que llegó un momento en que la pasión por los albas colores estuvo a punto de sobrepujar la pasión por los blanquiazules entre muchos aficionados. Tanto que solía decirse que en Riazor el Real Madrid jugaba siempre en casa.

No siempre fue así, desde luego. Cuando la Orquesta Canaro recuerdo haberle visto endosar un 5 a 0 en Riazor al equipo de la capital de España, y hubo un 1-2 heroico en Chamartín con Arsenio todavía de calzón corto y ocho gallegos, seis de ellos coruñeses, en la alineación. Después vino la rebelión de Lendoiro ("¡Barça, Madrid, ya estamos aquí!" ) y se vivieron durante muchos años jornadas felices en las que los blancos salieron vapuleados tan amplia como artísticamente del coliseo que se asoma a la playa y al mar bravo del Orzán. Aquellos años dejaron un recuerdo imborrable en la memoria de los aficionados y una espléndida huella de plata en la vitrina del club. Pero van camino de convertirse en un glorioso pasado y en consuelo de nostálgicos si el rumbo deportivo no se corrige de inmediato.

El 2-8 del pasado sábado no es un resultado propio de un enfrentamiento entre equipos de fútbol de Primera División, por mucha diferencia de presupuesto que haya entre uno y otro. Y no vale tampoco la disculpa de que la nuestra es la liga de los del furgón de cola. Estoy seguro de que a muchos de esa liga nos les hacen un roto parecido. En fútbol, hay muchas formas (táctica y técnicamente) de imponer respeto. Cualquier cosa, menos volver a los tiempos del simpático Coruña. ¡Aupa Dépor!