Mientras el equipo vigués impone un ritmo alto de juego, con velocidad en sus acciones, movilidad de todos sus futbolistas por delante del balón para crear espacios y líneas de pase y combina con gran precisión sin olvidarse de defender con intensidad y agresividad, los coruñeses llegan después de una derrota histórica e inesperada por lo abultado del resultado con muchísimas dudas en todos los aspectos del juego y sin ser capaces aparentemente, de asimilar los conceptos que pretende transmitir el nuevo cuerpo técnico. Quizás lo más preocupante es que esas dudas se vuelcan sobre todas las líneas y que sumadas a faltas de concentración puntuales dan como resultado un quiero y no puedo. Es cierto en su descarga, que los futbolistas apenas han jugado juntos y así también es difícil conjuntarse, pero esto es deporte de alto rendimiento y ya se encara la quinta etapa por lo que no hay tiempo para lamentaciones ni excusas.

El Celta además desde hace tiempo -con la base puesta por Paco Herrera, la perfección de la idea con Luis Enrique y la confirmación ahora con Berizzo-, tiene interiorizado un patrón determinado y una serie de mecanismos que no altera sean quienes sean los futbolistas que estén sobre el tapete.

En contraposición el Dépor está buscando unas señas de identidad perdidas con la marcha del último exponente ,Valerón, que se llevó por Barrié de la Maza el gusto por un fútbol que encandila a la mayoría de los espectadores de Riazor y que siempre estarán añorando.

Finalmente, habría que valorar la cantidad de futbolistas que hay en Vigo de la casa o que ya llevan tiempo en el club y que son partícipes de un sentimiento con respecto a este partido del que aquí sólo podrían hablar Alex Bergantiños, Juan Domínguez, Ínsua y un poco Laure.