El fútbol son condiciones y condicionantes. Momentos. Hace seis años no era el suyo, ahora sí. Hace unos meses era el de Lux, ahora no. Fabricio ha alineado su potencial con el entorno y el instante. Clic. Ya siente el equipo, domina la situación. Fue un daño colateral en la trifulca Aouate-Munúa y ahora es una solución central en este proyecto. La templanza y la madurez elevan unas condiciones que encajan como un guante a medida en este equipo. Su valentía para dominar el campo y no solo los tres palos, inspirada en ese primer año en A Coruña con Jose Molina, le dan un plus. Un portero no es solo lo que para, es lo que transmite. Y a día de hoy Fabricio lo hace todo.

No deja de ser aquel niño que era delantero y que un día, mientras se encogía de hombros, paró un penalti por la lesión de un compañero. Y hasta hoy. Seguro que aquella vez estaba tan tranquilo como en Cornellà, a pesar del ataque tierra-aire de los pericos. O, por lo menos, lo aparentaba. Fabricio lo guarda todo. Es afable, pero en ocasiones parece que vive despistado. Va a otro ritmo. Cumple casi a la perfección con esa leyenda de la soledad de los porteros. Saben que en última instancia solo quedan ellos y ese tú o yo parece aislarles. Al final tanta vida interior acaba somatizándose si el entorno no es el adecuado o apenas se supera la mayoría de edad. Hace seis años, le rebasó la oportunidad a rebufo de una pelea y después tomó malas decisiones. Era joven, un atenuante que no exime. No era su momento.

Cinco años después Lendoiro se tragó su orgullo y recuperó al niño de Sambade. Atrás quedaba todo lo vivido en Coruña (con lesión grave incluida en su primer verano con 17 años) y sus experiencias en Huelva, Valladolid y Sevilla. Aquel pequeño ya era un hombre y buscaba su segunda oportunidad, la que le llegaba en el instante justo. Parecía predestinado a Riazor en un camino recto y marcado, pero al final la ruta tenía algunas curvas. Da igual, llegó. Primero, a la sombra de un Lux incontestable en el ascenso y ahora cobrándose una deuda en primera persona. Serena felicidad. Su figura se agiganta en Riazor en la medida que crece el valor de un meta que da puntos. La portería ya no es un problema, es una solución en este equipo.

El Dépor se quedó entre dos aguas en Cornellà. Se afeó respecto a la versión Valencia, pero dio un pasito al frente si se le compara con Sevilla. Redundó en algunos viejos males, pero no ahondó en todos. Se quedó sin la pelota y acabó aculándose tanto que solo le quedó achicar. 38 despejes. Se vio desbordado, no supo atacar y su defensa debió ir encaminada a que no le creasen ocasiones. Pero en última instancia y con la suerte de su lado, apretó los dientes y fue intenso y compitió, algo que por momentos no hizo esta temporada. Evaluación en suspenso, a la espera de la reválida de Riazor. El punto es un tesoro, pero psicológicamente le puede despistar el viernes. Necesita esa ansiedad que acabó convirtiéndose en intensidad. Precisa de esa sangre en el ojo y esa clarividencia futbolística que le hicieron rocoso y dañino hace una semana. Asaltar el partido, no salir a ver qué pasa. Una versión máxima para un choque definitorio. Solo en ese punto podrá ganarse la salvación. El futuro se juega estas semanas.

Y como siempre, Lucas se hizo notar. Para bien o para mal, por causas propias o ajenas, nunca pasa de puntillas por los partidos. La desgracia se quedó en susto y se le espera en nada, pero el temor reveló un mecanismo psicológico cuando menos curioso. Juanfran admitió en zona mixta que el Dépor era uno con Lucas y otro sin él. Por un lado, se agradece su sinceridad, pero por otro choca la admisión de esa lucasdependencia cuando sólo ha jugado dos ratos. El Dépor debe estar por encima de un futbolista, ya fue así en su época gloriosa. Y su ausencia no debe convertirse en mecanismo de defensa o en una excusa: "Como no juega Lucas?".

Un lujo en casa

Los técnicos suelen reforzar al grupo con la continuidad después de una victoria llave. Higiene de vestuario, le llaman. Víctor tiró de manual de psicología y solo rescató a Hélder por Juan Carlos, porque es su gran apuesta. El resto, todo igual. El 3-0 le respalda pero es difícil imaginar un escenario en este Dépor con Juan Domínguez en la grada o en casa, mientras dispone del alta médica. No se puede permitir su ausencia y más cuando el equipo perdió en Cornellà la batalla en la medular y ni olió la pelota. Ahí empezaron sus males y quizás él podría haber sido una alternativa mejor. Ante el Getafe se deben acabar los gestos. Un equipo justo no se salva con uno de sus tres mejores con balón viendo el partido por televisión. Galones y fútbol.