Riazor cumple 70 años. Está mayor, aunque ofrece un aspecto rejuvenecido debido a las veces que pasó por el quirófano. Hasta tres reformas sufrió desde que se estrenase el 29 de octubre de 1944. Aquel domingo el Deportivo se enfrentó al Valencia, que defendía el título de Liga alcanzado en la temporada 1943-44, con derrota para los blanquiazules (2-3) en una jornada de fiesta para A Coruña. Casi 30 años después del nacimiento del primer club de la ciudad, el equipo de fútbol por fin disponía de un recinto de categoría para disputar sus partidos de competición. El estreno del nuevo campo de juego se produjo en la sexta jornada de la Liga, en la cuarta temporada consecutiva de los deportivistas en Primera División, categoría que habían alcanzado por primera vez en 1941. Al cierre del curso, los blanquiazules cerraron la clasificación y consumaron su primer descenso.

El nuevo escenario pasó de ser un campo de fútbol a un estadio, contaba con las seis calles de atletismo requeridas en aquel momento para albergar competiciones oficiales, además de los correspondientes fosos y espacios para las pruebas de salto de longitud, salto de altura y con pértiga. La mudanza había sido de apenas medio centenar de metros, ya que el anterior campo estaba donde se encuentra actualmente el colegio de Las Esclavas. El primer año de vida de Riazor se recuerda más por los actos protocolarios que por la suerte deportiva que corrió el equipo. De hecho, hay tres fechas que hablan de su nacimiento: 28 de octubre de 1944 -fecha de entrega de la obra-; 29 de octubre de 1944 -fecha del primer partido- y el 6 de mayo de 1945 -fecha de la inauguración oficial con el amistoso España-Portugal (4-2)-.

Riazor disponía, además del terreno de juego y de las pistas de atletismo, de un campo de entrenamiento, justo donde está ubicado en la actualidad el Palacio de los Deportes, en el que se ejercitaba el conjunto blanquiazul y donde disputaban sus partidos oficiales los equipos modestos de la ciudad. En su arquitectura destacaba una arcada olímpica, que lucía en la fachada, de frente a la playa, y la culminaba la Torre de Maratón, hoy en día fuera del recinto tras la última modificación. Las arcadas desaparecieron a finales de 1968, que fue cuando comenzaron las obras del Pabellón de los Deportes, inaugurado en 1970. En la zona de Manuel Murguía, había tres gradas: Especial de Niños, Tribuna (baja) y junior (hasta 18 años y pases). La zona de maratón tenía dos gradas: general y maratón (superior). En el Paseo de Ronda estaban Preferencia Inferior, Preferencia Superior (grada cubierta) y Grada Elevada, para culminar con Marcador.

Todo eso desapareció a finales de los setenta, porque el Mundial de Fútbol de 1982 requería un estadio completamente nuevo. Las carreras entre especial de Niños y Marcador cada domingo sorteando a los vigilantes eran imposibles. Era un hábito extraño, ya que la visión era igual desde ambas. Era quizás un reto entre los más pequeños que, tras la remodelación no pudieron mantener, porque la localidad para los niños quedaba a varios metros de altura de las pistas de atletismo. Poco a poco fueron cayendo gradas mientras se levantaban las nuevas. Durante dos temporadas el equipo disputaba sus partidos con el apoyo de medio estadio, ya que el resto se estaba levantando. Hasta alcanzar un formato muy parecido al actual, aunque conservaba las pistas de atletismo. Tras la reforma se mantuvieron las seis calles en lugar de las ocho necesarias para albergar competiciones oficiales.

Llegó el momento en el que el Deportivo se convirtió en un clásico en Primera División y Augusto César Lendoiro decidió, en la década de los noventa, eliminar las pistas de atletismo para convertir el estadio en un campo de fútbol. Y lo hizo cerrando también la parte de Pabellón. Y acercó más la zona de maratón hasta dejar la Torre fuera del estadio. Dos fases diferentes de obras, que cambiaron la fisonomía del recinto hasta lograr lo que es el actual aspecto de Riazor. Un campo de fútbol coqueto y cerrado, que nada tiene que ver con aquel que cumple setenta años y que también era una novedad para la época. Siete décadas, aunque con aspecto juvenil. Ese es el Riazor actual y el que conoce la mayoría de los seguidores deportivistas que cada jornada pueblan las gradas plastificadas con sus asientos blancos y azules, que nada tienen que ver con el cemento de los años cuarenta del siglo pasado.