El Dépor está enfermo. Un día gana y parece que mejora, al día siguiente recae. Muchas esperanzas y espejismos, pocas realidades. Hay algo que no va bien y todos lo saben. Y lo peor es que no se vislumbra el remedio. Errores individuales y colectivos, sin identidad definida ni actitud. El Getafe ganó y hasta sufrió, pero mereció golear. El gol de Hélder Postiga es una venda irreal. El Dépor huele a cadáver. Ante sí, la tumba de Segunda. Y no se lo puede permitir.

El partido arrancó plano, frío. No merecía menos un duelo de viernes noche, a contra corriente y con el primer diluvio universal del invierno. Sin alma. Algún día dirán que esta Liga se fue muriendo poco a poco en las gradas, pero tal vez la fueron matando. Aún así no es excusa. Lo que parecía tanteo acabó mostrándose como inoperancia, sobre todo, por parte del Deportivo. No era capaz de hilvanar una triste jugada y el Getafe, quizás por no ser maleducado en casa ajena, esperó unos minutos para ir a por el partido. Y luego tampoco se lanzó a tumba abierta. Le bastó. Desde los primeros minutos un equipo no llegada a nada y perdía balones en zonas peligrosas y el otro se iba viniendo arriba, mientras campaba a sus anchas en tres cuartos de cancha o montaba contras por doquier. Vergonzosamente fácil.

Riazor vislumbraba el desastre y los pitos asomaban. Era cuestión de tiempo y solo le salvaban la suerte, el achique de sus defensas o la poca pericia azulona. Lafita fue el que primero avisó. Como no podía ser de otra manera, ganó un balón suelto. Uno de miles. Superó por potencia a una retaguardia a la que pilló a contrapié y perdonó a Fabricio. El Getafe lo veía tan fácil que no se le creía, mientras el Dépor estaba desaparecido. Era difícil pensar que casi todos estos futbolistas habían arrollado al Valencia. En este contexto, apareció una de las grandes revelaciones de esta Liga, un jugador con duende. Yoda, vertical y con hambre, encaró a Luisinho y armó tan rápido el pie que no pudieron taparlo. Palo, Fabricio, gol. Un tanto de billar para romper una noche triste. El daño ya estaba hecho, pero el gol era la constatación. Lo que debía haber espoleado al Dépor pareció el principio del fin. Escudero perdonó y no fue el único en unos diez minutos en los que se asomó a la guillotina.

El único consuelo para la segunda parte era que solo podía mejorar, pero no. La realidad fue peor que cualquier pesadilla. A los pocos segundos Lafita se paseaba por el área para pegarle un hachazo al partido. Hinestroza se vio tan solo que debió asustarse, aún así no le tembló el pulso. Riazor se frotaba los ojos. No podía ser tal el desastre y, sobre todo, tan repetido. De nada valía ya el doble cambio de Víctor Fernández. Con Hélder y Canella, buscaba remate y juego de banda, pero ya era tarde. Si un equipo no compite, se arma y se coloca con decencia en el campo, da igual la fórmula que idee para remontar. El Dépor daba pena. Tan duro como real.

El Getafe no quiso abusar y hasta le perdonó la vida en lo quedaba de partido. Los blanquiazules, por decencia, lo intentaron, pero no había ni fuerzas ni ideas ni espíritu. Las contras se sucedían y Riazor ni se enfadaba. Tras la rabia llega la indiferencia y ese es el riesgo que se corre. La única señal de vida llegó con algunas incursiones de Cavaleiro por banda derecha. Poco a poco el Getafe fue contagiándose de los locales y empezó a pensar en guardar la ropa. Fue un error. Precisamente el portugués, habilitó a Toché y este a Postiga. Gol. 1-2. Un destello entre tanta miseria. Gran jugada, bella factura. Y lo mejor, un muerto estaba vivo. Al final, fue no de tantos espejismos. El partido acabó en el área blanquiazul. Ni ese consuelo. Solo un par de balones al área y ni de esa forma inquietó. Deambulaba por el campo, deambula en esta Liga.