El Deportivo fue un equipo frágil, desorganizado y sin un plan claro ante el Getafe. Repitió errores pasados, individuales y colectivos, para caer víctima de sus propias miserias ante un rival que tampoco demostró nada del otro mundo. Vuelve el desconcierto en el peor momento, justo cuando parecía que el equipo había encontrado el camino adecuado para competir con dignidad en Primera. Ayer fue un desastre generalizado pese al derroche de corazón y entrega en la segunda mitad. Demasiados regalos, como el 0-2. Demasiada distancia entre líneas. Demasiada fragilidad. Diez jornadas y aún no sabe a qué juega.

Víctor Fernández tenía previsto dar continuidad al mismo once de las anteriores dos jornadas, pero la baja de Lucas Pérez obligó al técnico a tener que hacer un cambio forzoso. Tenía múltiples opciones para recomponer la alineación, pero finalmente optó por repescar a Juan Domínguez, ausente por lesión desde el partido frente al Madrid. El naronés suele brillar en su posición natural de mediocentro, con suficiente campo por delante para levantar la cabeza, jugar y hacer jugar a sus compañeros. Sin embargo, Víctor optó por situarlo en la mediapunta, justo donde peor rendimiento ha ofrecido a lo largo de su carrera. Domínguez sufre cuando tiene que recibir el balón de espaldas y ayer no fue una excepción. Estuvo perdido, como el resto del equipo, y tras el descanso Víctor reaccionó reubicándolo en su sitio, como pivote.

Con Juan Domínguez fuera de sitio, el Deportivo tuvo serios problemas para salir con el balón jugado desde atrás. Los azulones tenían claro quiénes eran los futbolistas clave para el juego combinativo del Dépor. No les importó dejar solo a Cezary Wilk para iniciar las transiciones ofensivas, conscientes de los problemas del polaco para asociarse con sus compañeros. En cambio, apretaron a Haris Medunjanin. Cuenca se perdió él solo con sus interminables regates, casi siempre improductivos para el equipo. Poco más bazas ofensivas mostró el Dépor hasta el descanso, prácticamente ninguna. Cavaleiro hizo la guerra por su cuenta y solo Luisinho, arrancando desde atrás, le dio algo de profundidad al equipo. Incluso el central Sidnei se animó a salir varias veces de la cueva para caracolear en solitario hacia la portería contraria, prueba evidente del desconcierto generalizado. Hasta Fabricio acabó de delantero centro. Otra medida desesperada en un Deportivo que se mantuvo con vida hasta el final a base de corazón, no de fútbol.