La paciencia de la afición de Riazor parece haber entrado en la reserva y la grada cada vez es menos permisiva con su equipo. Ayer se comprobó casi desde el principio y en el tramo final. Le ofreció un muy buen recibimiento a los jugadores, después mostró su descontento con lo que estaba viendo sobre el césped -especialmente a partir del gol inaugural del Granada- y volvió a entregarse a los futbolistas, una vez que en dos arranques de orgullo fueron capaces de darle la vuelta al marcador antes del descanso. La despedida fue todo menos fría. Muchos silbidos, pero también muchos aplausos. Hubo división de opiniones.

La parroquia estaba satisfecha por el marcador, que no por el juego que ofreció el equipo, ya que jugó a base de arreones, con mucha garra y poca precisión, incluso en la segunda mitad, cuando parecía tener controlado el partido. Esa entrega que los seguidores pedían desde las localidades la aportaron los futbolistas, que dieron la cara a lo largo de todo el partido, incluso en la recta final cuando jugaron en inferioridad tras la ingenua expulsión de Luis Fariña. El argentino se convirtió en ese momento en el centro de la ira de los deportivistas. Nadie reprochó la expulsión, pero sí la reacción del mediapunta blanquiazul, que reapareció ayer tras lesionarse en el primer partido de 2015.

Estaba sensible el aficionado, que ayer no fue capaz de marcar el ritmo a los jugadores, más bien se fue dejando llevar por el desarrollo de los acontecimientos y respondía en función del marcador. Hubo momentos en que Riazor parecía un cementerio. Fue durante esos minutos de pausa de los Riazor Blues -ayer volvieron a lucir su pancarta-, únicos que intentaban dar ambiente al encuentro y al estadio. También fueron los primeros en exigir más tensión y entrega a los futbolistas cuando los granadinos les dieron un pequeño baile con el balón. Desde Maratón llegó el aliento y también los primeros reproches, eso que la grada del grupo joven deportivista mostraba muchas calvas, claro síntoma de que había muchas bajas entre la agrupación blanquiazul.

Menos mal que estaba Lucas sobre el césped -jugó 57 minutos- para demostrar que es el actual icono de esta afición. Su nombre fue coreado al principio, su gol jaleado como si supusiese un título y fue despedido con otra ovación cuando Víctor Fernández decidió que ya le había llegado. El técnico le dio entrada a Fariña. Ninguno estaba para disputar el partido entero. Si bien el argentino era esperado, no tiene el carisma del de Monelos, cuya ausencia se notó sobre el terreno de juego, donde nadie es capaz de sustituirlo. Él acalla voces y desata pasiones. Incluso las que se dirigen a su entrenador, muy cuestionado durante todo el partido. Fue recibido con algunos pitos antes de que empezase el choque y se le reprocharon algunas de sus decisiones durante el encuentro. Fue despedido con más pitos. Casi como todo el equipo. Eso porque la grada ya empieza a tener menos paciencia. Eso porque la situación no es para estar tranquilos.