El Dépor nunca debió empatar en Almería. Llegará el autoengaño, los paños calientes y los análisis para el consuelo. Mentiras piadosas. Al equipo coruñés se le escapó uno de esos partidos que dan una salvación, que forjan a un equipo de Primera División. Deberá seguir opositando para merecerlo y ahora la carretera se empina. Los blanquiazules fueron mejores, pero penan por su propia incapacidad en los últimos metros, algo que no es extraño en las últimas semanas. Falló en el remate en el primer acto en el medio de una clase magistral de Lucas y en la segunda sufrió un apagón cuando el Almería le había dado la llave del cuadro de luces con la roja de Thievy. Perdonó y paga, ojalá no termine de saldar la deuda a final de temporada.

El equipo coruñés salió en modo siesta. Debió ser la modorra por el sol, ese ser extraño en los últimos meses por estos lares, y casi le regala el partido al Almería en ese primer minuto. Hemed se encontró solo mientras rondaba el área pequeña y el balón de la falta lateral le llegó ciertamente franco para ajusticiar a Fabricio. No. El canario volvió a tirar de ángel, reflejos y don de la ubicuidad para que su equipo no tirase el partido por el vater sin bajarse del autobús. El primer cuarto de hora fue asfixiante para el Dépor. Entre que se recuperó del susto y que la presión rojiblanca le constreñía no terminaba de encontrarse. Ahogado y con el balón como ser extraño vagó por el campo en estos primeros minutos en los que lo mejor fue que salió indemne. Y apareció Lucas, floreció el Dépor.

El coruñés, un siete eventual, fue en la primera parte un diez de manual. Estuvo magistral. Era lo que hacía y cómo lo hacía, pero sobre todo la sensación de dominio con la que impregnaba al duelo. El partido era lo que a él le daba la gana. Paraba, aceleraba. Caía a banda, asistía. Fue el dueño absoluto del ataque blanquiazul. El problema era que sus compañeros le acompañaron en la creación, pero no en el remate. Unas hermanitas de la caridad. Oriol Riera, loable en movimientos, fallón hasta la desesperación propia y ajena cuando tocaba apuntillar. José Rodríguez se movió entre ensayo y ensayo, lo cual deslucía su habilidad para llegar al remate en el segundo palo. Luisinho fue el más insistente e Isaac Cuenca está cada más atrevido y sacrificado. Pero todos con la pólvora mojada. El duelo destilaba un aroma de superioridad blanquiazul, pero el problema es que el Dépor es muchas veces su peor enemigo.

El Almería fue inferior, que no tonto. Casi aprovecha el primer regalo a Hemed y hubo más: un mal despeje de Insua que fue un regalo increíble para Thievy que se llenó de balón mientras ajustaba el remate. En el último minuto pudo incluso hacer el 1-0, pero Álex estuvo providencial cuando dos jugadores rojiblancos ya se veían celebrando el gol. Fue un último minuto de locura porque Borges pudo marcar instantes antes. Los dos equipos agradecieron el descanso para reordenarse vitalmente y bajar revoluciones.

El segundo acto parecía calcar el guión del primero. El Almería salió animoso y el Dépor tirando de cautela más que durmiendo. Al equipo coruñés le tocaba aguantar el tirón y quizás el conjunto andaluz hubiese seguido más tiempo con ese dominio, pero Thievy se cargó cualquier guión o previsión. Ya se le había visto nervioso y la primera amarilla fue por sacar a pasear un codo. La segunda, una mano atrás que no debió echar. Está en el límite. Son interpretaciones. La realidad era que el partido se rompía y cambiaba definitivamente.

Y cuando al Dépor pareció abrírsele el duelo fue cuando acabó metiéndose en un laberinto. Hasta la roja se movía cómodo con espacios, rompiendo líneas desde atrás, pero el lógico repliegue andaluz le puso ante sí una panorama que le incomodó sobremanera. Empezó a abusar de los pases horizontales y pecó al no ensanchar el campo. Se fundió, perdió toda la frescura. El hecho de no traducir en oportunidades su superioridad númerica y hasta entonces futbolística le frustró y le generó inseguridad.

Poco a poco el Almería se vio cómodo. La entrada de Edgar le ayudó a respirar y ganar profundidad por la banda derecha. El Dépor fue a menos, aunque de vez en cuando se acercaba a la meta de Julián más por corazón que ideas y fútbol. La entrada de Hélder Costa tampoco le ayudó. Lucas ya no era el que era. Riera se peleaba consigo mismo. Hasta Fariña tuvo su momento. Solo diez minutos y ni apareció. La banda derecha del Dépor fue la principal preocupación para el Almería en unos últimos minutos en los que los blanquiazules fueron más insistentes. Los centros de Juanfran o Hélder no encontraron nunca una cabeza o un pie amigo que los empujasen a la red. No hubo ni rematador ni maneras para anticiparse a los defensores. Lamentará el Dépor esta tarde-noche inútil en Almería.