El Dépor empieza a oler. Es duro decirlo y más cuando se pueda sentir como propio, pero el partido de Elche muestra un equipo en descomposición avanzada, incapaz de sobreponerse a su destino. Va cuesta abajo y está inconsciente. Lo único que le salva es que aún no le han firmado el acta de defunción, pero su color es de los peores. Hasta ahora aguantaba, con sus imperfecciones, sus lagunas, sus nervios, su incapacidad. Hoy se rompió. Es así. La única duda es que si queda tiempo, fuerzas, ánimo y materia prima para recomponer sus mil pedazos. Como mucho, tres semanas.

Cuando Jonathas estaba celebrando el gol, podían haber enviado una cuadrilla de rescate al vestuario para buscar al Dépor. Había once futbolistas vestidos de blanquiazul sobre el césped, pero ni rastro de lo que se pueda considerar un equipo, de lo que se podría esperar de unos futbolistas profesionales. La presión atenaza a cualquiera, eso nadie lo puede discutir. Y el Elche supo hacerle daño. La idea de Escribá fue interpretada a la perfección, aunque queda el poso de que las deficiencias blanquiazules fueron las que acabaron haciéndolo inabordable. El Dépor era incapaz de sacar el balón, ni de ordenarse ante la circulación y los cambios de orientación franjiverdes, ni de conectar en ataque. Nada. No eran nervios, era ausencia, incomparecencia. Así llegó ese primer gol en el que Damián Suárez hizo lo que quiso, aún podría estar ahora tirando amagos.

Ese primer tanto lo que hizo fue agudizarlo todo. El equipo coruñés no estaba y ahora menos, con todos sus fantasmas desfilando por su mente. Todo lo contrario era el panorama para el Elche. Ese empujón reafirmó su plan, le unió aún más con su afición. Era ese día para salvarse, el que reafirma el trabajo de todo el año y libra de las penurias. El conjunto blanquiazul está a años luz de esa sensación. En esos minutos pudo llegar ya el segundo ante un Dépor inerte, pero Álvarez Izquierdo quiso reclamar su línea en el guión de este partido. El penalti es inapelable con el reglamento en la mano y Lopo jugó demasiado con fuego, pero hay decenas de acciones así en cada partido y si se aplicase siempre el mismo rasero, habría más duelos con tanteadores tenísticos. Hoy le tocó al Dépor y en un momento delicado cuando se jugaba la vida. Muy poco tacto. Hubiera dado igual. Solo adelantó lo inevitable. El equipo coruñés no dejó ser inoperante hasta el final de la primera parte, se sintió desbordado en todo momento. Esperaba el descanso para coger aire. Necesitaba una cuenta de protección. Y la tuvo.

El segundo acto comenzó con otra de las constantes en la era Víctor Sánchez del Amo. El equipo se reactivó. Los descansos le sientan bien. Tres tiros a puerta, un par de ocasiones... El Elche tampoco le perdía la cara al duelo y el Dépor quería guerra, el empate no era una quimera. Duró siete minutos. Lo que tardó un defensa coruñés en quedarse enganchado en un fuera de juego. Fabricio pudo detener el remate de Jonathas, con el rechace ya fue imposible. Pasalic remachó a la red. Hundido. Fue la confirmación de que hoy no le iba a salir nada, del naufragio y de que el Elche se salvaba. Así lo sentía su afición y su equipo que seguramente vivieron los minutos más felices de la temporada. Esa comunión despierta envidia sana si se compara con Riazor, un estadio al que pocos motivos se le han dado, por no decir ninguno.

Sobró más de media hora. Pronto se movieron los banquillos. Se jugaba, no había partido. El Dépor lo intentaba por decencia, aunque sin convicción. El Elche paladeaba el momento. No renunciaba al cuarto, aunque tampoco sentía esa necesidad. El equipo coruñés tuvo varias oportunidades de hacer goles, finalmente fue su rival el que redondeó una noche soñada. Rodrigues. Un equipo vivo, salvado. Enfrente, el Dépor, camino de seguir tropezando con su historia. La Segunda División le ha abierto la puerta.