Tanto cambiar para cambiar muy poco. Este Dépor es mejor que hace un año, esa sensación desprende. No ofrece muchas dudas, tampoco excesos. Es más serio, tiene las ideas claras, una óptima salida de balón, y futbolísticamente hay un mayor nivel medio en el grupo. Pero hay algo que sigue igual o, por lo menos, que aún no se ha alterado: su ataque es Lucas y sus circunstancias. Principio y fin. Fayçal le acompaña mejor, Mosquera le ofrece balones limpios. Matices. El verdadero presente es que todo nace y muere en el siete, todo se genera a partir de su fútbol y de sus movimientos.

El avance de la Liga puede convertir al Dépor en un equipo con más alternativas, sobre todo, a partir de Jonathan Rodríguez y su irrupción, pero a día de hoy esta es su realidad. Una condena, una oportunidad. Más allá de ser un problema o algo a modificar a largo plazo, este equipo debe saber leerse internamente, convertir una dependencia en una de las potencialidades de su fútbol. Y ese fue en parte el camino que recorrió el domingo en Mestalla. Su gran aportación ofensiva en un duelo dominado por sus hechuras defensivas.

Ver a Lucas desasistido y enjaulado como nueve ante la Real Sociedad fue una de las peores imágenes blanquiazules de la primera jornada. Desaprovechado, desesperado él y todos. En Valencia ya se pareció más a sí mismo, a la versión que tanto necesitan sus compañeros. Tenía más libertad, podía bajar a robar o crear, se alternaba en las responsabilidades ofensivas con Luis Alberto o Fayçal y, sobre todo, podía asomarse al área, no residir en ella o entre los centrales. A día de hoy y en el contexto de este equipo, a Lucas no se le puede arrinconar en una banda u olvidar arriba. Y con esta variación en el engranaje, el fútbol pasó todo por sus pies, su cabeza, la vía de más seguridad en un Dépor sin dispendios en los últimos metros.

Y con el zurdo coruñés reajustado, la seriedad atrás y el oxígeno futbolístico de Pedro Mosquera, el Dépor se va recolocando. A Fayçal y Luis Alberto se les ve más integrados en el circuito ofensivo y a quien le está empezando a favorecer esta nueva idea de equipo es a Celso Borges. El tico está liberado porque han decrecido sus responsabilidades en la primera jugada. Ahora puede dedicarse a lo que mejor le sienta: tapar agujeros, compensar al equipo, descolgarse en busca de la sorpresa ofensiva y servir de apoyo secundario en la creación. Las urgencias tampoco son las mismas que hace unos meses con la guadaña de la Segunda División esperando. Su nuevo compañero y la tranquilidad hacen que florezcan sus cualidades. Sociedad en ciernes.

Este Dépor avanza sobre pequeñas seguridades, pero en Mestalla también retornaron viejas dudas. Crece en el laboratorio ofensivo, se vuelve a empequeñecer en la defensa. Supo frenar los ataques aéreos de la Real, con Negredo y el Valencia ya fue otra historia. Ese gol le hizo un daño momentáneo y acrecentó las incertezas en esa faceta para el resto del partido. ¿Quién sabe si más? El retornado Lux y alguna plegaria deportivista bastaron para que no se perdiese un punto por detalles. Pero no siempre saldrá cara. Hay que lidiar con las inseguridades antes de que se conviertan en socavones emocionales y contagien al resto de las facetas del juego. Las dudas son a veces imparables y se lo comen todo.

Jonathan y Luisinho

Víctor preparó cuatro novedades en la lista y solo dos salieron a escena. Que Luisinho haya vuelto a fajarse con el escudo al pecho del Dépor es el mejor síntoma de normalidad. Hay cicatrices que no cierran tan fácil, pero el día a día dentro de unos cauces habituales puede ser la mejor cura. Más ojos sobre sí tenía Jonathan Rodríguez. Es el nueve, es la novedad. El escenario era áspero para su estreno. Aun así anunció lo presagiado: lucha, velocidad, instinto... En quince días, si el virus FIFA no lo destroza, Vallecas le ofrecerá un escenario para explayarse. De momento, sus veinte minutos no han estado mal de aperitivo para una afición con voracidad por verle jugar y golear.