Y Clos Gómez pitó el final. El deportivismo resoplaba, los jugadores celebraban sobre el césped del Camp Nou. Había sido un susto de los que de vez en cuando aún sobresalta en noches de vigilia, también para la directiva. Mientras recobraban el aliento, todos sabían cuál iba a ser el primer fichaje: Fernando Navarro. A esas alturas el Dépor ya le había dado las largas al catalán en más de una ocasión. Hay gente para la que la palabra vale más que un papel pero a uno le quedaba salvarse y al otro levantar una Europa League. Todo se alineó. No era un fichaje, su llegada se constituía en un mensaje. El Dépor no se podía permitir más inventos. Se acabó. Adiós a las esperas en Londres, a los fichajes en masa el 31 de agosto y a la retahíla de futbolistas a rehabilitar sin sentido de pertenencia. Había que construir, no ir tirando, aunque el panorama que se encontró la nueva directiva penalizase el error. Y Navarro apuntaba a lo que se quería para este Dépor. Crecer sobre seguridades, armarse desde atrás. La madurez de un campeón que redondearía el talento que vendría.

Y las necesidades del Dépor se ajustaron a las del interesado. Hay futbolistas que no cambian el banquillo de un equipo Champions por nada del mundo. Hay jugadores que asumen su profesión como la excusa perfecta para recorrer y conocer mundo. Navarro no responde a ninguno de esos perfiles. Él quería una nueva casa, al abrigo de un equipo histórico y en reconstrucción, con un entorno agradable y la posibilidad de volver a probarse al máximo nivel. Se llama gusto por una profesión y una Liga, y sobre todo competitividad, esa que le ha hecho mantenerse tantos años en Primera y no en equipos cualquiera.

Navarro cumple. Tiene lo que quería. Juega siempre, es importante. Domina el oficio del lateral clásico. Seguro atrás, atento a las correcciones, eligiendo el momento para subir. Su aportación en el gol de Fayçal explica en profundidad su contribución. Roba donde debe, elige el momento para hacer daño desde atrás y no centra por centrar, su pase es una asistencia al pie del marroquí. En Sevilla secó a Joaquín y con el Sporting sufrió. No es infalible, sí muy fiable. Una de las redes de seguridad del Dépor. La primera. Un futbolista con el que estar tranquilo y desde el que se levanta un equipo, no soñar por soñar.

Ese gol en Granada pudo dejar al Dépor rozando zona Champions. La realidad, aún impactante, le devuelve a Europa League y tendrá quince días para saborearlo y pensar. Nadie en su sano juicio atisba de momento un regreso a las aventuras más allá de Los Pirineos o el Miño. En esta Liga tan partida hay siete u ochos equipos superiores. No es una preocupación, ni mucho menos una obsesión para el deportivismo. Incluso un hipotético regreso a Europa y el trajín de los partidos entre semana que lleva aparejado, mezclados con dos resbalones en la planificación, pueden hacer daño a un crecimiento sostenido, justo lo que busca el club, su masa social. Aspirar desde la tranquilidad.

Un deber latente

La planificación este verano ha sido de notable alto. Tanto que algún aficionado ya hace cuentas para romper la hucha y comprar a Luis Alberto o mira y remira los resultados ante el temor de que Fayçal sea un juguete prestado. Las bondades de lo fichado saltan a la vista, pero hay una piedra que sigue interponiéndose entre el Dépor y su camino: su delantero. Hace años que le cuesta acertar. Cuando escasea el dinero es una posición que se convierte en un sudoku. Aunque no se palpen los resultados, también se ha avanzado. No era difícil. Pero la progresión no llega. La salida natural lleva a que Lucas acompañe a un ariete y, de momento, no hay opciones que aporten. Oriol tiene un problema o dos. Echa una mano en determinadas situaciones, pero el fútbol de transición tampoco le ayuda. Y el gol. Hace tiempo que la portería es más un rival que un aliado para él. Y su posición es la más inestable a nivel emocional. No hay peor mal que el que se lleva dentro. Una mala racha los mueve como a plumas. Así está el catalán, aún recuperable.

Y Jonathan. Es un proyecto, una apuesta interesante. Su contribución llegó con Uruguay y en Portugal, pero hasta pisar a A Coruña no ha rendido a buen nivel y de manera continuada en Europa. Esa eclosión debe llegar en el Dépor y no es de la noche a la mañana. Lleva un tiempo y no sobra con una cesión por un año. Es activo en el desmarque, abre caminos, pero no marca diferencias y cortocircuita el juego. Se le espera. Y le beneficia que las urgencias existentes son las que están en su cabeza. A él y a Oriol.